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Decimoquinto capítulo de ‘Ella’, la novela de Pablo Cermeño

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ELLA
Pablo Cermeño
Eran las ocho de la noche de un sábado, Carla estaba exhausta. Recién había llegado de la oficina y disfrutaba de su copa de vino tinto, cuando fue sorprendida por Luciano.
–Pensé que habías salido –dijo ella.
Luciano sonrió, con un poco de nostalgia.
–He estado saliendo mucho, ¿no?
Carla también sonrió, aunque no transmitió alegría al hacerlo.
–No lo sé. Es tu vida –dijo ella.
Luciano guardó silencio. Había decidido hablar con Carla, contarle todo. Ya no tenía sentido seguir viviendo así, infelices ambos. Pero la tensión entre los dos era tal que se le hacía difícil dejar salir las palabras. En vez de hacerlo, empezó a justificar el malestar de su esposa, echándose la culpa. Pero Carla no se conmovió en lo mínimo y tampoco le dio pie para seguir.
–No tienes por qué disculparte –dijo ella–. Las cosas son como son. Ambos tenemos culpa de que nuestro matrimonio esté así.
Luciano solo asintió. No encontraba la manera de empezar. Al mirar en los ojos de Carla, su corazón recordó las muchas veces que habían discutido, cuando las cosas estaban bien entre los dos. En esa época, a él no le importaba ceder. Lo único que quería era ver una sonrisa en el rostro de su esposa. Y, finalmente, ella cedía también.
–No puedo decir que no siento culpa de que hayamos terminado así –dijo Carla, dejando a Luciano perplejo–. Yo sé que he descuidado nuestro hogar por hacer crecer la empresa. Lo tengo claro. Y no te voy a decir que me arrepiento. Te estaría mintiendo y no quiero hacer eso –siguió–. Estoy muy feliz con el éxito que he conseguido. Pero sí creo que pude haber sido una mejor esposa. Eso sí lo lamento –se le quebró la voz–. Lo lamento mucho, ¿sabes?
De pronto, Luciano sintió miedo. Carla se estaba despidiendo, cuando era él quien iba a terminar las cosas. Se dio cuenta de que no estaba listo para dejarla ir.
–Jamás fue mi intención hacerte daño. Jamás quise que te sintieras solo –siguió Carla, entrecortando sus palabras por el llanto.
Al verla llorar, Luciano sintió que se le partía el alma. Pese a todas las cosas que habían pasado, él aún tenía sentimientos fuertes por ella. La abrazó y le pidió perdón por haberse alejado tanto. La consoló y se aferró a sus brazos. Ahora, él no quería soltarla. Le pidió que lo intentaran de nuevo. Carla estaba totalmente confundida. Ella ya se encontraba enfrentando la separación, pero, ahora, Luciano le cambiaba el panorama por completo.
–¿Qué estás diciendo? –dijo Carla–. ¿Crees que debemos intentarlo, otra vez?
–Luciano, mirándola de cerca, con los ojos rojos y brillosos, asintió.
Algunas decisiones son tan importantes, que cambian el curso de la vida de las personas. Esta, ciertamente lo fue.
No podemos decir que Carla Rospigliosi no lo intentó. Después de esa conversación, las cosas cambiaron para bien. Ella empezó a llegar más temprano a casa, antes que él inclusive. Lo esperaba en el balcón, con una botella de vino y dos copas. Él la veía desde la calle, al llegar, y se sentía feliz al recibir su sonrisa. Las cosas volvían a funcionar entre los dos como si nada hubiera pasado, como si la relación siguiera intacta. Bebían, hacían el amor y despertaban al día siguiente. Luciano empezaba a escribir con regularidad. Las palabras fluían, su historia iba tomando sentido otra vez. Carla, por su lado, volvía a creer en ellos. Empezó a cuestionarse todo. Tal vez, había llegado el momento de hacer un cambio, de bajarle el ritmo al trabajo. Pero Víctor Villavicencio, el prestigioso inversor de capital, la fue a visitar a su oficina, aquella tarde.
Carla no quiso recibirlo. Había estado postergando el darle una respuesta. Sabía que al encontrarse frente a él y su maravilloso ofrecimiento, no podría decirle que no. Pero él insistió y llegó hasta donde ella. Sin decir nada, le puso la oferta millonaria sobre la mesa. Carla pensó en Luciano, sintió nostalgia. Se extravió en el recuerdo de la vez en que se conocieron en la fiesta de fin de año de su antiguo amigo, Pepe Bonilla. Sonrió, al traer a su mente el momento en que se dieron el primer beso. Y luego, sonrió otra vez, al recordar los besos a escondidas para no romper el corazón del buen Pepe, hasta que –sin querer– terminaron besándose frente a él. Sintió pena al ver lo hermosa que había sido su relación y lo frágil que era ahora. Cerró los ojos y, dejando caer unas pocas lágrimas, pero todavía con una sonrisa, le dio la mano a Víctor y cerraron el trato. El ahora socio se llevó a todos a celebrar.
Al llegar al apartamento, Luciano no encontró a Carla. Ella no llegó a cenar y tampoco le avisó que no lo haría. Pensó que ya no tendría sentido hacerlo. Ya sola, regresó a su oficina. Sacó una botella de champán y brindó por ella, porque por fin lo había conseguido. Encendió la televisión de la sala de reuniones y puso las noticias. Lo que vio –aterrorizada– cambió su vida para siempre: “Jorge Sánchez, conocido empresario tecnológico, es encontrado sin vida, en el lago de su casa de campo, con dos orificios de bala en el pecho y uno entre los ojos”.
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