ELLA

Pablo Cermeño

Carla Rospigliosi y Luciano del Carpio, los recién casados, partieron a Miami con motivo de su luna de miel. Allá los esperaba un crucero que los llevaría, en sus lujosas instalaciones, por las Bahamas. Estaban felices y muy emocionados. Nunca antes habían estado a bordo de un barco, menos de un crucero como ese. Desde que entraron, empezaron a vivir el ambiente de celebración, con los cócteles de bienvenida y el ánimo festivo de los otros pasajeros. Eran como dos niños caminando a través de la más grande juguetería del mundo. El sitio era tan grande que ni siquiera sabían por dónde empezar. Había tantos lugares, tantas opciones.

Decidieron que lo mejor sería disfrutar del sol y de las piscinas de la cubierta principal. Había música en vivo y el licor iba y venía sin moderación alguna. Encontrándose en el Caribe, a Carla y Luciano les pareció buena idea empezar con tragos de ron puro. Tomaron varios, antes de dar un salto a la piscina. Una vez adentro, Carla tomó a Luciano entre los brazos y lo besó como si recién hubiera podido hacerlo desde el día de la boda. La temperatura del agua era perfecta, hacía que todo se sintiera mejor. Luciano se dejó llevar por el momento y por el destilado de caña, sintiéndose libre de explorar el cuerpo de su esposa. Pero una pelota perdida que cayó cerca de ellos les devolvió el pudor. Minutos después, llegaron las margaritas que habían ordenado. Luciano tomó un sorbo de su bebida, luego cerró los ojos y tomó aire, recibiendo el sol sobre su rostro. Lo disfrutó durante algunos segundos, antes de mirar a Carla y decirle:

–Esta es la vida que nos merecemos.

Carla rio, tomó un sorbo de su copa, dio una mirada al lugar donde estaban y volvió a él:

–Sí, mi amor. Me parece que tienes toda la razón. Salud.

–Salud –respondió él, golpeando las copas.

Carla aprovechó el momento para contarle que había tomado la decisión de abrir su empresa de innovación tecnológica, tan pronto como regresaran a Lima. En primera instancia, Luciano se alegró y brindó por eso. Pero, cuando supo que ella tenía pensado abrirla, asociándose con el chico con el que la había visto conversando, tan entusiasmada, en la noche de su matrimonio, las cosas cambiaron.

–¿Me estás bromeando? –dijo él.

–No –respondió ella–, ¿por qué lo haría?

Poco a poco, los ojos de Luciano fueron dejando ver un atisbo de esa furia que tenía él, y que siempre había estado escondida para Carla.

–¿Por qué tienes que hacerlo con él? ¿Por qué no lo haces tú sola?

De inmediato, Carla se dio cuenta de que Luciano no tenía ningún interés en conversar sobre ello, sino que solo estaba buscando conflicto. Sin embargo, ella eligió responder con tranquilidad. No quería pelear con su esposo. ¿Qué clase de luna de miel sería si lo hicieran?

–Es que creo que ambos nos complementamos perfectamente en esos temas. Sería muy bueno para la empresa.

Tal y como ella lo había anticipado, Luciano fue subiendo más el tono de su voz y exagerando sus gestos.

–Pero, ¿por qué necesitas de ese idiota? ¿Acaso no hay otras personas que quieran trabajar contigo? ¿No tienes más amigos?

Ya fastidiada por el ánimo cada vez más agresivo de su esposo, Carla perdió la paciencia.

–Te acabo de decir que él es al que necesito.

Luciano estaba nublado por celos, ni siquiera se daba cuenta de que su esposa había estado tratando de no llegar a ese punto en el que estaban. Lo peor que podía haber hecho es atacarla, pero fue lo que hizo.

–¿No se supone que tú eras “la genia” en esos temas? ¿Por qué necesitarías de alguien más? ¿O es que acaso no te sientes capaz?

Eso fue demasiado para Carla. No solo era la primera vez que Luciano se mostraba colérico con ella, sino que ahora también estaba siendo ofensivo.

–¿Sabes qué, Luciano? No tengo por qué aguantar que me hables así.

Lamentablemente, él seguía sin darse cuenta de lo fuera de lugar que estaba. Alrededor de él, en cambio, todos se habían quedado mirándolo.

–Pero no te estoy diciendo nada malo. Solo trato de entender por qué mi esposa, la experta, necesita de un imbécil de mierda como ese para abrir su empresa.

Carla se dio media vuelta y se fue directo a la habitación. Ya había aguantado lo suficiente. Entonces, Luciano se fastidió aún más al ver que su esposa lo estaba dejando allí, hablando solo.

–¡Carla! –levantó la voz, mientras su esposa se alejaba en ese pequeño traje de baño, que rápidamente se había robado la mirada de todos–. ¡Carla, ¿qué estás haciendo?!

Ella ni siquiera se inmutó.

–¡Carla, regresa para acá! –siguió él, sintiéndose ridículo–. ¡Te estoy hablando! ¡Carla!

Pasó menos de una hora hasta que Luciano se dio cuenta de lo mal que había actuado. Fue invadido por una fuerte sensación de vergüenza y arrepentimiento. Sin dejar pasar más tiempo, fue a buscar a su esposa. Al llegar, lo primero que vio fue a Carla llorando en esa lujosa habitación donde debían estar celebrando su amor. Él era el culpable de que Carla estuviese así, de cada lágrima que había derramado y de las que se habían secado antes de caer, aferrándose aún al amor.

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