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El teniente Aranda: La historia detrás de esta conmovedora fotografía
Un perro ha sido atropellado en la Panamericana Norte y solo un militar acude a su rescate. ¿Cómo este episodio nos retrata cómo país?
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Son las nueve de la mañana del sábado 23 de mayo y en el kilometro 31 de la Panamericana Norte parece que la cuarentena no existe. Personas caminando de un lugar a otro, buses compitiendo contra combis y vendedores sorteando a las autoridades. De no ser por las mascarillas que llevan cualquiera pensaría que el país no afronta una emergencia. Y a todos estos males un episodio sombrío se le acaba de sumar. Una combi acaba de atropellar a un perro vagabundo. El can no pudo esquivar al vehículo que corría a 60 kilómetros por hora.
A Mahatma Gandhi se le atribuye haber dicho que “la grandeza de una nación y su progreso moral puede ser juzgado por la forma en que sus animales son tratados”. Aquel sábado pudimos comprobar que esto en el Perú aún es una utopía. Luego de su infeliz accionar, el chofer se da la fuga, dejando al perro retorciéndose de dolor en medio de la pista. Pero la tragedia apenas empieza. Un jalador de buses –con la mascarilla al cuello– coge de las patas al animal y lo arrastra sin piedad hasta un lado de la pista. “Me complica el tránsito”, debe pensar. A su alrededor, mucha gente mira, nadie dice nada.
A sesenta metros, en el carril contrario, un soldado ha visto toda esta escena. Encarga su puesto a un compañero y corre hacia el lugar. Al llegar no lo piensa dos veces: coloca sutilmente al animal entre sus brazos, parece decirle algunas palabras para calmarlo y va camino por ayuda.
La escena fue grabada en un video que apenas dura 26 segundos, suficiente para mostrar la compasión del militar.
PERFIL BAJO
Un buen desempeño durante su primer año en la Escuela Naval del Perú hizo que Ítalo Aranda sea parte de un viaje de intercambio a EE.UU. A su regreso a Lima se graduaría como alférez de fragata. Lo haría con honores, iniciando una carrera militar que lo ha llevado a ser actualmente, con 31 años, teniente de primera de la Marina de Guerra. Hasta hace unas semanas lo podíamos encontrar en la Comandancia de Ciberdefensa, la oficina que se encarga de la seguridad informática de la institución, pero con esta crisis el teniente ha recibido la misión de patrullar las calles.
“En la Marina nos entrenan para manejar el estrés, pero lo peor de esta crisis es que uno no sabe que está contagiado hasta tiempo después. En la guerra es distinto ya que uno siente cuando le ha caído una bala y está herido”, menciona el teniente para tomarse una pausa y seguir. “Mi único miedo es por mi familia, saber que mi esposa puede ser afectada por mis decisiones profesionales”.
Por estas semanas su rutina se parte en dos: internarse por veinte días en una base para patrullar las calles de Puente Piedra y, luego, permanecer por dos semanas en cuarentena.
La paciencia del teniente se termina al enumerar los obstáculos que ha encontrado. “Hay una gran falta de ciudadanía. Simplemente no se acatan las leyes. Comprendo que haya gente que tenga que salir a trabajar porque no le queda de otra, pero no entiendo cuando en un carro está una familia entera, cuando salen a comprar en pareja o cuando caminan sin portar su DNI”.
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El teniente Aranda siempre ha tenido un perfil bajo, aunque por estos días no ha podido evitar que su nombre resuene. Se ha convertido en sinónimo de solidaridad. “Vi el video y me puse a llorar”, mencionó la conductora de un noticiero luego de presentar su noble acción. “Es un ser humano de buen corazón. Si hizo esto con este perrito ya me puedo imaginar que haría por un prójimo”, le escribió Yesenia Reyes en un comentario en Facebook.
LA VERDADERA LUCHA
“Pero esta historia no tuvo un final feliz”, dice Aranda, con una pena en sus ojos. Luego de recoger al perro fue en busca de un veterinario, el animal ya comenzaba a desangrarse. Encontró cinco veterinarias. Las cuatro primeras presentaron excusas para no atender al moribundo perro. La quinta sí los ayudó aunque, al no contar con el equipo necesario, recomendó la eutanasia. Con una tristeza que lo embargaba, al teniente no le quedó otra opción que sacrificarlo.
En las inmediaciones del kilómetro 31, en el lugar donde siempre solía deambular, yacen los restos del desafortunado animal. Aranda y sus compañeros se encargaron de su entierro.
“He recibido felicitaciones, pero también mucha gente me ha dicho ‘es solo un perro’ y ahí me doy cuenta de que nos falta mucha sensibilidad. ¡Cómo vamos a mejorar como sociedad sin demostrar compasión!”, replica indignado. “Cuando trasladaba al animal, los otros perros se me acercaban, hasta ellos sabían que algo estaba mal”, agrega.
El teniente Aranda espera que todo el episodio que protagonizó no quede en la anécdota. Para él hay un tema de fondo. Que la muerte del animal fue la consecuencia de una serie de faltas que van desde el exceso de velocidad hasta la impunidad. Y desencadenó otras más, principalmente la indiferencia. “Esa es la verdadera pelea con la que tenemos que batallar”, termina.
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