De niño apenas chapoteaba en un riachuelo de Luya, Amazonas. Era pura sobrevivencia. Tenía que cruzarlo para conseguir alimentos. Llegó a Lima en busca de oportunidades, y su hermano mayor –que ya estaba en esta ciudad– lo animó a postular a la Policía. A los 18 años, Wilder Ocampo logró ingresar sin imaginar que dos años después sería asignado a la Unidad de Salvataje. Tuvo miedo: no sabía nadar. No conocía el mar.