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Humberto Rodríguez Pastor, antropólogo: “(De los japoneses) impresionaba a los hacendados su rápido aprendizaje”

Premio Nacional de Cultura 2018, acaba de publicar el libro ‘Peones japoneses en la Hacienda San Nicolás 1899-1930′. Perú21 entrevistó al antropólogo de 85 años Humberto Rodríguez Pastor.

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Antropólogo de 85 años Humberto Rodríguez Pastor.
Fecha Actualización
En la fachada de su casa tiene un letrero que dice: “No tocar la puerta ni bíblicos ni vendedores”. Procedo a tocar la puerta de la calle San Germán, en el Rímac. Sale, mira con prudencia y me invita a pasar. Cruzamos la sala, el patio y entramos a la biblioteca de su nieto, el escritor Luis Rodríguez Pastor. Las cuatro paredes están cubiertas por libros.
Humberto Rodríguez Pastor toma asiento y, curioso, hace las primeras preguntas. Tiene 85 años, en unos meses cumplirá un año más. Se formó como antropólogo y fue catedrático, sobre todo, de San Marcos. Un antropólogo que miró a la historia. Su obra la concentró en la antropología de la alimentación, con libros como El ají peruano en sus regiones y pueblos (2014), y las minorías étnicas no nativas, a través de publicaciones como Chinos en la sociedad peruana. Presencia, influencia y alcances 1850-2000 (2017) y recientemente con Peones japoneses en la Hacienda San Nicolás 1899-1930 (Fondo Editorial de la APJ, 2022). Es Premio Nacional de Cultura 2018.
“Soy campeón en Federico More”, me dice sobre el periodista al que leía desde los 15 años. Estaba en el colegio y su padre, militar, le enviaba por correo los artículos que More publicaba en El Comercio. Pero ya era lector, aunque por accidente. A los 8 años, lo atropelló un carro y en el hospital no había televisión ni radio. La lectura lo acompañó desde entonces.
-¿Cómo lo atropelló el carro?
En Arequipa, mi papá estaba destacado ahí en el Batallón 45. El año 1945, el 27 de setiembre, yo estaba juntando hojas para hacer un herbario en el colegio. Se me cayó una y vino un carro con un hombre mareado y me atropelló. Fui a parar años en el hospital. Y leía, leía. El carro era 28393.
-¡Se acuerda el número de la placa del carro!
Es que lo he repetido en la vida muchas veces. Me rompió la pierna, hasta ahora tengo consecuencias. Y mis padres estaban en el cine, fue alguien y les dijo: “Señores, su hijo está muerto” (sonríe)... ¿Y eso qué tiene que ver con la entrevista sobre japoneses?
-Es su vida y también es importante.
Mira, soy sobre todo antropólogo. Terminé haciendo historia, porque tuve que reorganizar el Archivo Agrario, que era un sitio legalmente existente para congregar ahí los documentos de lo que eran las haciendas expropiadas a partir de la Ley de Reforma Agraria, del 29 de junio de 1969 con Velasco Alvarado.
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-Quiero volver a esa iniciación en la lectura: leer por accidente.
Pero también en mi casa mi papá militar leía.
-En el hospital, ¿usted pidió un libro o le llevaron uno?
Leía revistas, Selecciones. He leído El mundo es ancho y ajeno a los 15, 16 años, conocí a Ciro Alegría. Y por los artículos de More mencionaba un montón de autores y temas que me inquietaban.
-¿Y no quiso ser militar como el padre?
No, felizmente. Pero estuve en el colegio militar Leoncio Prado.
-¿Tal vez estudió con Vargas Llosa?
Yo llegaba al colegio militar el 52 y Vargas Llosa se estaba yendo, y se fue a Piura. Pero sí nos hemos conocido, pero ya en París. Pero no hubo amistad... Invitó a almorzar a un amigo y a mí, porque estaba atrás también mi profesor (José) Matos Mar.
-¿Cómo le fue en el colegio militar?
Nunca me ha gustado ese régimen ‘yo mando, tú obedeces’. En el colegio no iba a clases y me iba a la biblioteca, y ahí conocí (la obra de) Manuel González Prada, me gustaba por su literatura, una inclinación a las cosas bien escritas, él es extraordinario.
-Era provocador.
Y con propuestas y sabía chicotear, y anarquista en algún momento.
-En el libro que acaba de publicar usted narra la llegada del primer grupo de inmigrantes japoneses...
Como parte de los que llegan a la hacienda San Nicolás; fueron a varios sitios también. Yo me quedo en esa hacienda.
-¿Que podría ser una muestra representativa del impacto de esa primera llegada de japoneses al Perú?
Creo que sí. Hubo levantamientos en varias partes, por una cosa simple: en el Japón se prometía una cosa y cuando llegaban aquí, era diferente. Creo que ninguno de los temas que trata ha sido cosa exclusiva a una hacienda, creo que pasaron cosas muy similares en las haciendas, como eso de traer a las mujeres japonesas para que vivan con sus esposos y se queden más tiempo. De todo lo que se ha escrito de japoneses, este libro es único, en el sentido de que no hay una documentación tan completa de ninguna gran propiedad agrícola como la de San Nicolás.
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-¿Fue la hacienda que agrupó más japoneses?
De las otras no sé los números. Pero sí se trajo mucho (japonés); un inglés trajo a Cañete para sus haciendas, hay hasta fotografías de los japoneses llegando a Cerro Azul. Y otra en San Jacinto, en Áncash. De los otros importantes, creo que Paramonga, algo en Chiclín. Pasaron cosas que nos parecen insólitas: hubo un hacendado que va a otra hacienda y encuentra que era costumbre caminar calato; cosas insólitas como hacer huelga por agua caliente.
-¿Cómo impactó la presencia de los japoneses en el Perú?
No creo que haya sido un impacto fuerte, porque no fueron muchos en comparación con la cantidad de chinos que había y, en el caso de los chinos, estuvieron en casi todas las haciendas costeñas, menos en Piura. La de los chinos ha sido la gran migración al Perú. Afros quién sabe. Los japoneses fueron sobre todo a las haciendas cañeras con una función principal: cortar caña, que es bravísimo, y eso también hicieron las mujeres japonesas, como también pañar (cosechar algodón). Como también con los chinos, creo que impresionaba a los hacendados su rápido aprendizaje.
-¿Los peruanos hemos sido ‘amables’ en los procesos migratorios?
Con los españoles se trajo africanos y sabemos lo que fue, sobre todo, la esclavitud. Después ya no vienen, porque ya había presión, sobre todo, de Inglaterra para que no haya esclavitud. Entonces, se permite que vengan los chinos culíes y los culíes de otras partes, que tenían que firmar un contrato con condiciones que hacían ver que no eran esclavos.
-¿Y se cumplían esos contratos?
Claro, porque los chinos no eran sonsos y conocían las condiciones de contrato. Y en general, el chino es muy cumplido.
-Se supondría que los japoneses llegaron con mejores condiciones.
Venían bajo la condición de lo que llamamos ahora tercerización. Además, ese japonés era impulsado por el Estado japonés para que se vaya, porque sobraba gente. El japonés venía como peón. Es importante, porque eso nunca podía ocurrir con los afros esclavos ni con los semi esclavos chinos; es decir, que interviniera tu Estado para saber tu situación como trabajador.
-¿Por qué se interesó por las minorías étnicas no nativas?
Porque estuve en el Archivo Agrario y me encontré con los documentos.
-¿Ese fue el gatillazo?
Sí, preguntarme una cosa simple que no nos dábamos cuenta, a pesar de que habían muchos: ¿Qué mierda hace tanto chino en el Perú? En mi colegio tuve amigos chinos, está el chino de la esquina y el chifa ya era una buena manía peruana.
-Pero tengo la impresión de que detrás de su elección por las minorías étnicas no nativas hay otra razón.
En ciencias sociales, en antropología nos dedicamos, sobre todo, a indios y españoles y la mezcla de eso. Entonces, yo dije: no solo somos mezclas de indios y españoles; también hay chinos, japoneses, italianos. Y ahí empezamos varios.
-¿Hoy, con 85 años, cómo se siente?
Muy bien, sé lo que tengo que hacer cada día. Tengo orden en mi vida. Sé que no me queda mucho tiempo. He decidido qué hacer en los años que me quedan. Está planificado. Tengo que hacer este libro, este otro libro, otro libro. Y no me importa la fama, me parece una de las tantas tonteras...
-Pero a través de que lo conozcan, llegarán a su obra.
No por venderlas, sino para distribuir nuevos conocimientos. Tengo un libro que se llama Negritud y lo compran porque Susana Baca está y no por mi nombre (ríe). ¿Quién es Humberto Rodríguez?
-¿Quién es?
Los mando a Google, ahí está mi historia. Sí tengo fama, pero no me importa.
-¿Fama de qué?
Creo que no he sido buen profesor, porque no he sido muy teórico. Pero he sido, al mismo tiempo, muy buen profesor porque he sabido conducir a los estudiantes; vienen exalumnos, ya somos amigos, conversamos y chismeamos de todas las cosas.
AUTOFICHA:
- “Soy Luis Ángel Humberto Rodríguez Pastor, tengo 85 años. Estudié Antropología en la Universidad Católica y luego en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. He sido docente, sobre todo, de San Marcos y ocasionalmente en la Católica, en Trujillo, en Huancayo por dos años”.
- “Gané el Premio Nacional de Cultura. No sé cuántos libros he publicado; alguien contó y eran 21, 22. Hay libros pendientes de publicar. Y hay muchos libros que quisiera escribir, porque pude juntar información sobre chinos en Jequetepeque, uno de los tantos”.
- “Cuando era muy niño, menor de 10 años, vivía en el pasaje Larrabure, cerca de la Plaza 2 de Mayo, y vi pasar a una persona muy pobre, me impresionó y quise darle plata, y no tuve. Recuerdo que me fui a la casa y me puse a llorar. Creo que eso se ha convertido para mí, incluso, en una razón de hacer política”.
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