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Diógenes Alva: “Para mí Gamarra es como una escuela, una universidad”

Diógenes Alva es dirigente del emporio comercial de Gamarra, que empieza a operar de a pocos en esta pandemia.

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Comenzó limpiando baños en Gamarra. Tenía 16 años. Antes quiso ser policía, como su hermano, pero le faltó dinero. Pronto fue ascendido: le tocó ordenar los depósitos. “Trabajé en la mejor tienda de Chachapoyas”, le aseguró a su empleador pese a que no era cierto y escaló en otra posición: vendedor. Nunca paró y en el camino edificó su primera galería, a la que llamó El Éxito.
Ha pasado medio siglo desde que llegó a vivir en la cuadra cinco de Parinacochas, en La Victoria. Hoy es presidente de la Coordinadora de Gamarra, el emporio comercial que empezó a operar esta semana luego de tres meses de estar cerrado por la pandemia. Aunque lo hace de manera limitada: a puerta cerrada y las ventas deben ser por Internet. “De esto vamos a salir”, afirma Alva.
Caminaba 10 kilómetros diarios para ir a estudiar. De la chacra a la escuela. En San Francisco del Yeso, provincia de Luya, Amazonas, donde nació. Uno de sus hermanos le prometió ayudarlo para que estudie y sea abogado. Viajó primero a Lima, pero falleció en la tragedia del Estadio Nacional del 64. Tiempo después, con 13 años de edad, Diógenes Alva migró. No podía esperar la voluntad del destino. Dejó su tierra a las 5 de la mañana y llegó caminando, a las 9 de la noche, a Chachapoyas. Acabó el colegio, trabajó instalando dinamita en una obra de construcción y juntó dinero para, como él dice, construir su camino hacia Lima. Tenía 16 años. Era el momento de partir y viajó ocho días hasta llegar a la capital.
-¿Cómo era Gamarra cuando llegó por primera vez?
Había cuatro tiendas, prostitución y delincuencia. A partir de las seis de la tarde, ya no podías caminar porque había más de 600 prostitutas en las calles. Todo Humboldt, donde ahora venden ropa de fútbol, era burdeles. Hacían el amor en el Parque Cánepa. Era de película, para filmar.
-¿Tuvo que trabajar como ambulante?
No, no he sido ambulante. Trabajé en Torrejón y de ahí me fui a trabajar en Guizado. Y aprendí. Por eso, para mí, Gamarra es como una escuela, como una universidad. Conocí a los clientes, a los proveedores. Vivía en Unanue en una quinta y ahí comencé a hacer mi negocio propio poco a poco. Como me conocían, me daban crédito y con ese crédito yo iba avanzando.
-¿De dónde viene la vena de vendedor?
Mi padre era arriero, él vendía. Yo vendía chirimoyas, duraznos, lúcumas. En mi pueblo, tenía que cambiar chirimoyas por caramelos o galletas.
-¿Cómo lo recibió Lima?
Me quedé perplejo. “Pucha, ¿adónde he venido?”, dije. “No sé dónde estoy”, me repetía. Poco a poco se fueron abriendo mis ojos y fui conociendo. Nunca había visto una ciudad tan grande. Solo vivía en un pueblo, en la chacra. Una rareza.
-¿Sintió que era una ciudad muy grande para usted?
No sabía si me iba a acostumbrar, pensé en regresar a mi tierra. “Tan linda que es mi tierra, todo vegetación. ¿Adónde me he venido?”, pensaba. Y cuando llegué a Gamarra, ¡peor!
-Se tuvo que quedar a trabajar en Gamarra por necesidad.
¿Adónde iba a ir? Llegué con un pantalón, una camisa y un zapato prestado. El sueldo era 10 soles. Un mes compraba una camisa y al otro mes un pantalón. Pero a los 17 años fui jefe de ventas y de compras, porque era muy hábil.
-¿Cuál es la clave para ser un buen vendedor?
Hay que nacer emprendedor. La necesidad y Dios te ayudan. Hay que buscar el éxito y lo logras.
-Así tuvo su primera galería, El Éxito. ¿Cómo lo logró?
Así es. Estuve 18 años de vendedor. Después comencé a trabajar empíricamente vendiendo telas. Un día me dieron un crédito de 10 mil metros de tela, gané lo que no había ganado en 14 años de trabajo. Trabajaba día y noche. Y así, poco a poco, construí la galería en la década del 90. Te evitas de estar tomando, tienes que amarrarte los cinturones. Hay que ser disciplinado. Primero tu futuro, después el resto.
-¿Y cuántas galerías tiene hoy?
Dos nomás. El Éxito la sigo teniendo hasta el día que me vaya; después la tendrán los hijos.
-¿Este es el momento más difícil que le toca vivir o lo fue cuando lo secuestraron en el año 2004?
En la época del gobierno militar cerraban 10 tiendas diarias. En la época del terrorismo, te llamaban por teléfono todos los días para amenazarte. Los que me secuestraron me dijeron: “¿Por qué no quieres que venga ropa china?”. Por eso me secuestraron. Después ya me pidieron plata; casi me tiro de un puente porque no podía contener la situación.
-¿Qué tan grave fue?
Mi mujer se quedó secuestrada y yo tenía que buscar la plata y hacer las negociaciones con ellos. Todos los días me decían: anda acá, anda allá. Menos mal que estuve con un amigo que me dijo que no lo haga. Del millón que me pidieron, pagué 50 mil dólares. Me apoyaron los amigos. Fue el momento más difícil porque mi mujer se quedó enferma.
-¿Cómo le ha tocado asimilar esta pandemia?
Con tantas cosas que le pasa a un provinciano... Pero uno no esperaba esto, que es de la divina providencia. Dios nos quita y nos da. Dios ha hecho esto para probarnos, para ver cómo reaccionamos, para hacernos más solidarios, para estar más unidos. Lo que queremos ahorita es que nos dejen trabajar. Somos provincianos, somos guerreros, somos gente que hemos venido a luchar. Ojalá que el Gobierno se sensibilice y diga pues: “Que estos cholos también trabajen”.
-La edad también apremia. ¿Piensa en el retiro?
¡No, no! Más viejo estás, más sabroso te pones y más inteligente. Quiero ver una Gamarra turística, moderna, diferente a esta Gamarra que es. Pero por las autoridades que tenemos, parece que me voy a morir y nunca lo voy a ver. Pero tengo la esperanza.
AUTOFICHA:
- “Soy Diógenes Alva Alvarado. Tengo 71 años, pero parezco de 50. El hombre tiene que ser joven hasta el día que se vaya. Me dan vida los quehaceres, el estar consciente, reclamar, servir. Hago chocolatadas en Año Nuevo. Compartir es una alegría para mí”.
- “Gracias a la USIL, Diez Canseco me dio para estudiar un año en su universidad. Muy bien me preparé. He seguido cursos académicos para poder defenderme en la vida y no me he quedado sentado. A uno de mis hijos lo mandé a seguir su maestría en Harvard”.
- “Tengo cinco hijos. El último tiene 28 años. Y a veces les digo: ‘¿Para qué estudian si no son como su padre?’ (risas). A otro hijo mandé a Harvard, pero se regresó por una chica. Si a mí me hubiesen mandado, no regreso nunca más (risas). Hasta el año pasado vendía mercadería. Ahora alquilo”.
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