Jorge Eslava es narrador, poeta y profesor universitario.
Jorge Eslava es narrador, poeta y profesor universitario.

Jorge Eslava tiene su propio aislamiento. No ha usado ni usa celular. Tampoco habita en las . Asegura que las cuentas que existen son apócrifas. “No he participado nunca en ninguna red social”, subraya. El fundamento para esta decisión descansa en lo ideológico, desconfía de estos sistemas de comunicación: “Es todo un proceso de exhibicionismo que me resulta bochornoso”, remata; pero también por fidelidad a su personalidad: defender sin tregua la privacidad.

Conserva un dibujo que tiene más de medio siglo. Allí está retratado un sujeto barbado, fumando cigarrillo y tomando café. En un globo de diálogo se lee: “Yo quiero ser sociólogo, , cantante, cineasta, futbolista, camarógrafo, fotógrafo…, pero no me alcanza el tiempo para nada”. Era una imagen que su padre había recortado de un periódico de la época. “Es igualito a ti”, le dijo y se la regaló. Jorge la redibujó en una cartulina y la tenía pegada en la pared de su cuarto adolescente.

Intentó ser economista. Pasó por Sociología. Ancló en . Todo mientras era arquero de fútbol. Con 66 años edad, es narrador, poeta y lleva casi 44 años como profesor. Ha pasado por todos los niveles educativos: primaria, secundaria, academia, pregrado y posgrado. Actualmente, es catedrático de la Universidad de Lima. Y una de sus obras más entrañables, Navajas en el paladar, cumple 25 años.

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Su estudio tiene dos pisos conectados por una escalera muy estrecha. En el primer nivel está ‘La nave’, como él la llama. Allí reproduce el interior de un camarote de un galeón del siglo XVI. Es de madera oscura. Posee un timón antiguo, un catalejo, un reloj de arena, pistolas y un parche pirata. Asegura que en su otra vida fue pirata. “Un minúsculo homenaje a los piratas navegantes del siglo XVI, XVII”, me dice el primo hermano del poeta César Calvo. En el segundo piso está ‘La nube’, desde donde da esta entrevista, rodeado de , artesanías y una colección de juguetes populares. Predomina el blanco. “Siempre estoy navegando”, agrega y la señal se corta. Retomo la comunicación y partimos.

-En esta pandemia se exige que estemos conectados a través de la tecnología. Son tiempos de Zoom. ¿Te cuesta abandonar tu confinamiento?

Es verdad. He salido del área chica, toda mi vida he sido arquero. Y ahora estoy obligado a jugar fuera del área.

-¿Qué tal ha sido tu rendimiento en esa cancha?

Lo estoy haciendo con decoro. No he cometido ningún autogol y trato de cumplir lo mejor que puedo con mis alumnos. Tengo alrededor de 200 estudiantes. Ha sido muy laborioso. Un terreno completamente nuevo y un lenguaje desconocido. Siempre me he considerado un analfabeto tecnológico. Ha sido como lanzarme al espacio inconvenientemente preparado. Sin embargo, he tratado de aprender. San Agustín hablaba de una especie de docilidad ante el conocimiento. Es imprescindible para un docente asumir el proceso de aprendizaje no solo como dador de educación, sino también como receptor.

-¿Te cuesta aceptar la frase digitalización o virtualización de la enseñanza?

Acepto la frase siempre que esté llena de contenido. No creo que virtualizar la educación sea simplemente abrir unos canales de enseñanza. Casi todo el medio docente responsable reclama una reformulación de la enseñanza. ¿Qué sentido tiene un escenario virtual con un contenido obsoleto? Una de las urgencias es hacer, al fin, una educación más crítica. Todavía el Perú vive llagado con una serie de pústulas que tienen que ver con la desigualdad social. He visto de manera apenada cómo en Puente Piedra se tienen que subir a la punta de un cerro para encontrar señal.

-O el caso de un alcalde en la sierra que tuvo que robar señal para que los estudiantes del pueblo puedan tener acceso a internet y televisión.

Es una figura muy cercana a la que apareció en los 90 cuando Fujimori pensaba que potenciar la educación era simplemente entregar unas tablets. No confundamos la herramienta con la educación. Probablemente, el agente más importante en la cultura y la formación social es el docente. Pero un profesor o profesora está arrinconado por la burocratización de su oficio. No están bien preparados. Lo denuncié cuando se dio el Plan Lector. Fue mandarlos a la boca del lobo: enseñar a leer cuando nuestros profesores no leen. Hoy virtualizamos la educación cuando no se ha reflexionado sobre lo que significa educar.

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-En una declaración tuya de hace unos años decías que el docente es el educador, no el padre de familia que invade ese terreno. Pero hoy tu frase cobra otra dimensión.

Yo creo que sí. Hoy tiene que haber un mayor compromiso. Así como el colegio es una prolongación del hogar en términos de convivencia y aprendizaje, ahora está ocurriendo lo contrario: la escuela se ha metido en la casa. El padre tiene que comprometerse con la educación y se dará cuenta de que es una tarea muy difícil. Siento vergüenza ajena cuando veo a padres y madres juzgando, sin ningún criterio, a maestras y maestros. Hay padres que están completamente desvinculados con lo que los hijos aprenden.

-Esta crisis nos ha agarrado en fuera de juego a padres, docentes, alumnos y al sistema educativo en general.

Ojalá hubiera sido así porque eso, por lo menos, significa una voluntad de hacer gol. Nos ha agarrado en el vestuario. No habíamos ni siquiera salido a la cancha. Se habla de una educación moderna, virtual. No nos engañemos. Es como la performance de la selección peruana en el mundial: no es el torneo local, estamos lejos de mejorar; hemos tenido un buen desempeño gracias a un buen educador que ha sido Gareca. Por ejemplo, es inconcebible que todavía en las escuelas no nos atrevamos a enseñar un documento tan importante –probablemente, el más importante del siglo XX– como el informe de la Comisión de la Verdad. ¿Con qué noción de país crecen nuestros niños? Cuando hay escuelas que están promocionadas por un banco. ¿Qué ciudadano quiere un banco? Hagamos una cruzada social para que nos eduquemos distinto, con otros medios de comunicación más serios, donde la lectura sea realmente importante, y no solo la literaria. El Plan Lector ha sido planteado de una manera errada.

-¿En qué ha fallado?

Se ha pretendido solo leer literatura de ficción y circunscrita a la narrativa, como si no hubiera teatro, como si no hubiera cómic, como si no hubiera canción. La lectura tiene un espectro muchísimo más amplio. Demagógicamente, se habla de que leer es placer; no lo creo. Leer también es aburrimiento, es sufrimiento, es dificultad, empeño. Un gran filósofo decía: “El gusto contiene muchos disgustos”. Para conquistar el placer, necesito haber atravesado muchos caminos tortuosos. El placer es una conquista, porque si no, nos quedamos en el placer primario. La lectura supone decodificar, interpretar e incluso descolocarte de tu conocimiento y comodidades.

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-Hablamos del maestro y del padre. ¿Y el alumno qué?

Tendría que remitirme a los alumnos que tengo, universitarios de los primeros ciclos. Para ellos también es difícil y abrumador. En el afán de querer fortalecer el sistema, nos hemos olvidado del aspecto humano, como el estrés y la ansiedad. Te cuento una anécdota: en una de mis secciones los chicos terminaron un examen importante con un resultado desastroso; yo me quedé muy dolido, frustrado, disgustado con ellos y conmigo. Sentía que no estaba llegando como acostumbro llegar en clases presenciales. Me mandé un ‘rollazo’ que tenía que ver con una necesidad de cuadrarlos y con una necesidad de asumir mis propios límites como profesor, y solicitarles mayor compromiso. Al final del discurso sentimental y patético, se quedó una alumna. Es que yo me quedo hasta el final como capitán de la nave. Me dijo: “¿profesor, usted ha considerado la posibilidad de seguir un tratamiento psicológico? Lo he visto a punto de quebrarse”. Nos quedamos charlando. Fue importante lo que me dijo. Me mostraba muy vulnerable, recuperaba mi figura humana, volvía a ser el ser humano que yo quería mostrar a mis alumnos. Sentí que había humanizado mi presencia virtual. Que yo me despelleje ante ellos no me avergüenza.

-¿Cómo eras de alumno en el colegio?

He crecido en un hogar con un padre muy lector, con una enorme biblioteca humanística. Su biblioteca era subyugante, parecida a la mía, pero la mía es más alegre. Mi padre compraba un periódico diario y cinco los fines de semana, y recortaba los artículos que le interesaban. Como en la época de los navegantes del siglo XVII y XVIII, la biblioteca de él era como un cuarto de las maravillas, había de todo. Mis hermanos y yo crecimos muy curiosos por el conocimiento. Y fue así en la secundaria: un estudiante curioso en humanidades, pero siempre he sido muy vehemente e irascible, temperamental. Un buen estudiante, integrado en el equipo de fútbol y mechador, era casi un líder. También un poco antipático.

-Navajas en el paladar cumple 25 años. Pese a que aborda, desde la narrativa, la problemática de chicos de la calle, los llamados pirañitas, me dices que es un libro que mantiene vigencia. ¿Por qué?

Porque las grandes desigualdades no han sido superadas y porque todavía el sector infantil y juvenil sigue siendo tremendamente vulnerable, desatendido.

-¿Escribes literatura infantil y juvenil por un deseo de justicia?

Me había preocupado. Ahora estoy desesperado por seguir haciendo literatura infantil y juvenil, y cada vez más hacia el terreno social. Tengo 12 a 15 libros por salir.

-¿Pero eres ante todo poeta?

Por lo atormentado que soy, probablemente. En mi prosa hay una permanente voluntad hacia la poetización. Soy muy puntilloso con el lenguaje. Me interesa que cada línea tenga un buen acabado estético. Y también creo que he sido pirata en una vida anterior, pero pirata con parche en el ojo, ¡ah! Me he comprado un techo en un lugar que me hizo muy feliz en La Punta. He construido una especie de nave de madera. Seguramente en unos años más me voy a retirar a ese lugar para recuperar una vida más contemplativa, y tengo casi la certeza de que volveré al ejercicio del poema.

-Saldrás a navegar.

De manera virtual y real.

-¿Quién más quieres ser?

Un buen esposo y mejor padre.

AUTOFICHA:

- “Soy Jorge Pablo Eslava Calvo. Nací en San Miguel, pero mi infancia y adolescencia la pasé en Magdalena del Mar. Viví 20 años en La Punta y llevo 25 años en Miraflores. Voy a volver a La Punta. Hasta el 25 de diciembre, si vivo, tengo 66 años. A partir del día siguiente, tendré 67”.

- “Primero estudié Economía. Hice un semestre de facultad y salí huyendo. Luego pasé a Sociología. Finalmente, Literatura en San Marcos, donde obtuve la licenciatura, la maestría y el doctorado. Y seguí en la Complutense de Madrid y en la Universidad de Lisboa”.

- “Mi esposa dice que he publicado más de 60 libros. Mi libro preferido es Territorio, un poemario. Está por salir un estudio muy voluminoso que he hecho sobre cine y educación, que lo publicará la U. de Lima. Este fin de semana empiezo a dictar un taller de escritura creativa de la PUCP, a docentes de colegio”.

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