Una novela por entregas. Ilustrada por Mechacin (Mechain).
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Niño conoce a niña

Nicolás y Linda se conocían desde muy pequeños. Habían tenido algunos amoríos cuando eran jóvenes, pero nunca llegaron a algo más serio que eso. La madre de Nicolás siempre estuvo en contra de que ambos se juntaran, siempre intentando separarlos. Cada vez que este la llevaba a casa, la miraba con cara de leona enojada protegiendo a su cachorro, lista para perforarle el cráneo con los colmillos a aquella usurpadora.

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-Pero, Nicolás, hijito, no pares tanto con ella –le repetía su madre preocupada.

-Las personas hablan mal de esa niña y si el río suena, es porque piedras trae.

Como hijo único, Nicolás siempre cumplió el papel de estrella. Era el futuro mejor hombre del mundo para su madre y no podía estar perdiendo el tiempo con jovencitas que traigan tanta carga en la espalda.

Don Aurelio, por su parte, la trataba distinto. Se notaba que este sentía mucho más afecto por Linda que por su propio hijo. Esa era otra cosa que no le simpatizaba mucho a la madre de Nicolás y por lo que siempre terminaban discutiendo.

Linda había sido una niña muy sufrida. Las cosas nunca anduvieron bien por casa y no faltaban un par de días a la semana en los que reciba una buena tunda de parte de su padre. Su madre, al sentir que no podía protegerla de las palizas que recibía, la mandaba desde muy pequeña a la calle o a la casa de cualquier amiga o vecina. Es así como se fue dando a conocer en aquellos barrios de Surquillo, pues siempre se le veía deambulando solitaria por ahí.

El día en que Linda conoció a Nicolás, esta se apareció con las rodillas raspadas y el traje roto. Don Aurelio la acompañaba. La había rescatado de la paliza que le venía dando su padre mientras hacían fila para entrar al estadio Alejandro Villanueva (mejor conocido como Matute) y decidió llevarla a su casa para atenderla y avisar del caso a las autoridades.

Nicolás abrió la puerta esa vez.

-¡Hola, pa!

-¡Cariño! –gritó don Aurelio–. ¿Puedes llevarte al niño, que ya empezó a irritarme?

Pero al ver a Linda, Nicolás lo ignoró. Estaba más concentrado en el origen de sus heridas. Aún era pequeño y pensó que tal vez la niña había sufrido un accidente en bicicleta. Él ya había experimentado unos cuantos golpes de la misma manera, por lo que subió corriendo al cuarto de baño a sacar unas banditas y algodones con agua y jabón. Era lo que su madre hacía cuando él se accidentaba.

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Cuando regresó al primer piso, sus padres se habían metido a la cocina para conversar y la pequeña Linda yacía tendida en uno de los sillones de la sala. Nicolás, creyéndose el doctor, se le acercó con lo que para él eran los instrumentos necesarios para salvar vidas y le acarició la cabeza para calmarla.

-Tranquila, con esto ya no te va a doler.

Nicolás empezó a limpiar con cuidado las heridas en sus rodillas y le colocó las banditas evitando que la parte del pegamento quede encima de alguno de los cortes. Estaba asustado. La mirada de Linda se notaba perdida en algún lugar de las paredes blancas.

-¿Estás bien? –preguntó Nicolás.

La niña no emitía ningún sonido, solo lo miraba con ojos vacíos y un intento de sonrisa, mientras se escuchaba discutir a don Aurelio tras la puerta. Era como si el alma de Linda se hubiese esfumado aquel día. Parecía un cuerpo inerte que sollozaba.

Los padres de la niña se separaron luego de esa situación y Linda se mudó con su madre. Don Aurelio se encargó de que su padre nunca más se acercara a ella.

Nicolás fue creciendo junto con Linda, la conoció en sus mejores momentos y sus malos ratos, pero nunca la pudo descifrar en sus arrebatos y ese desconcierto le atrajo. De jóvenes se enamoraron, pelearon cientos de veces y estuvieron separados al conocer a otras personas, pero siempre volvieron a juntarse. Y en ese vaivén de situaciones fue que aprendieron que nunca podrían separarse el uno del otro.

-¿Cómo sabes que ella es lo que quieres? –preguntó la madre de Nicolás unos meses antes de morir.

-Se ríe de todo, es buena señal –respondió Nicolás.

-Ay, Nico. Tú siempre dándome la contra –dijo riendo.

A pesar de sus miedos y negativas, la madre había llegado a entender que, cuando ella ya no esté, Linda sería la única compañía que tendría su hijo para sobrevivir a don Aurelio.

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