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Juan Carlos Cortázar, escritor: “En el Perú estamos muy lejos de la tolerancia”

Aprendió a nadar en los 30 años. Sobre los 40, aprendió a manejar auto, a escribir literatura y salió del clóset. Hoy aprende a boxear y tienes 56 años. Entrevistamos a Juan Carlos Cortázar, autor de ‘Como si nos tuvieran miedo’.

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Fecha Actualización
Todavía lo recuerda. Una mañana tenía 16 años. A esa edad visitaba con frecuencia la parroquia y había seguido con atención el desarrollo de la Asamblea Constituyente. Aquella mañana de 1980 leía las noticias políticas. Era tiempo de la elección presidencial, de la que saldría ganador por segunda vez Fernando Belaúnde. En una nota pequeña de un diario leyó que en un pueblo llamado Chuschi unas personas habían quemado ánforas y padrones electorales. “¿Dónde será eso?”, se preguntó sin presagiar que era el inicio de la violencia terrorista en el Perú.
Hoy vive en Santiago de Chile, frente a una estación de bomberos. Está sentado mirando al computador, estamos conectados por Zoom. Me saluda, levanta su copa de vino y sonríe. Detrás hay paredes de libros y una ventana por donde entra el sol. A su izquierda está colgado un saco de box. Tiene 56 años y, además de ser experto en gestión pública, lee, aprende a boxear y escribe. Como si nos tuvieran miedo es su sexto libro y más reciente novela, publicada por la editorial Animal de Invierno. Páginas que muestran lo crudo y cruento que fue ser parte de la comunidad LGTB en los años de violencia política, pero transformado desde la ficción.
En 1992, Fujimori cerró el Congreso, fue el atentado a Tarata y cayó Abimael Guzmán. En 1992, Angie y Miluska ven cómo se enciende un cerro limeño con mecheros que trazan la hoz y el martillo, lo que da inicio a la novela de Juan Carlos Cortázar.
-¿Dónde estabas en 1992?
En Lima, trabajando. Ese año comencé a trabajar en el sector público. Había trabajado años en una ONG, mientras estudiaba. Comencé a dar clases en el 89 y en el 90 ya era profesor a tiempo completo, ordinario. Y el 92 un exprofesor de Sociología me invitó a ser parte del equipo para la reforma de la Sunat, y ahí me enamoré del servicio público, por eso es que profesionalmente me he dedicado a esos temas: gestión pública, gobierno.
-En una entrevista leí que por esos años también desarrollabas militancia política y eclesial. ¿Qué implicaba?
Hice militancia política y eclesial en los ochenta. He participado mucho en algún sector de la Iglesia católica que es más progresista, luego derivé en lo de la teología de la liberación, participé en los movimientos universitarios vinculados a ello. Hice mucha actividad en los conos y en el Callao; por eso Melgar (donde sucede la novela) lo inventé mezclando cosas del Callao, adonde comencé a ir para hacer trabajo de base eclesial con un hermano salesiano. Era una zona muy pobre, al borde del río. Del 89 al 92 viví en Independencia, al final de la UNI. Por eso hay varios de mis cuentos que mencionan a Independencia, como en El inmenso desvío. Y cuando te movías por los barrios ya estaba Sendero. Yo participaba mucho en las marchas de la paz y los temas de derechos humanos.
-¿Llegaste a ver cómo en los cerros los terroristas prendían la hoz y el martillo?
Sí. Ocurría en muchos lados. Recuerdo haberlo visto en el año 85, en el cerro Amancaes. Era estudiante de Sociología y trabajaba en una ONG en el Rímac. Era el tiempo de la llegada del Papa y estábamos trabajando muchas cosas. Y recuerdo que hubo un apagón y se encendió el cerro.
-¿Qué sensación te dejó?
Tal vez un poco lo que sienten Angie y Miluska en el primer capítulo del libro: se me encogieron los huevos y dije: “Estos pueden ganar”. Claro, hoy en día lo sabemos: cuando Sendero se mueve a Lima en realidad era porque le estaba yendo mal en la sierra. Pero nosotros no lo vivíamos así; sentías que sí, cercaban la ciudad, que estaban presentes, sabías de fulano y mengano. Había mucha actividad terrorista y violenta en Lima, y también de las Fuerzas Armadas y de la Policía. Las universidades estaban tomadas. Yo tenía alrededor de 20 años; en la ONG donde trabajaba era el encargado de leer los periódicos, te hablo de la época pre internet y pre computadora. Había que estar al tanto de todo lo que salía durante la visita del Papa.
-¿En algún momento pretendiste ser sacerdote?
Eh, sí. Pero hablemos más del libro que de mí. Es historia antigua… Pero sí lo pensé seriamente.
-¿Y por qué no lo fuiste?
Porque me enamoré.
-¿Te enamoraste cuando ya reconocías tu identidad?
No. Mi salida del clóset fue mucho después, a los 42 años… (Muestra un poco de incomodidad y hace una aclaración). Pero, en general, no soy muy cercano a la gente que se construye como autor y que, entonces, su vida se convierte en algo importante… Sí pensé ser sacerdote, no llegué a entrar al seminario. Me enamoré, estuve casado, tuve hijos y a los 42 salí del clóset.
-Es que trato de entender la vivencia de Angie y Miluska en la novela, en un tiempo que también pudo haber sido difícil para ti. Y para personajes como ellas, en la vida real, fue tal vez doblemente difícil.
Cuádruple, quíntuple. Varias vueltas más difícil. Claro, la escritura está basada en lo que uno siente. Uno usa sus sensaciones para empatizar con las que quieres poner en tus personajes. Creo que el que escribe se usa a sí mismo como una suerte de pararrayos. Uno de los títulos literarios más certeros, que cuando lo leí caí fulminado, es el primer libro de cuentos de Daniel Alarcón: Guerra a la luz de las velas. Eso era Lima. Era época de niebla, oscuridad. He tratado en la novela de recuperar ese clima, en ese año tan particular que fue el 92.
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-¿En 1992 ya te imaginabas escritor?
No, nada. Escribía, pero cosas de mi carrera. Pero siempre leí y recuerdo que lo primero fue Los ríos profundos, a los 13, 14 años. Y comencé a escribir no hace tanto, hace 10 años, un poco después de que salí del clóset. Estaba en EE.UU. y volví a América Latina, a Chile, por mi trabajo, donde me metí a un taller de escritura; me prometí que sería como un hobby, como el box ahora. Aunque no voy a ser boxeador (risas).
-Quién sabe.
Te juro que no (ríe). Hay límites. Entonces, me prometí que la escritura sería un hobby, pero me agarró mal. Me trasladaron a Buenos Aires. Para mí Argentina y México tiene una de las mejores literaturas de América Latina. Y ahí tuve la oportunidad de estudiar dos años en una escuela de escritura narrativa, en Casa de Letras. Comencé a escribir, a enfrentarme al error.
-¿Escribir es como boxear?
(Suena una sirena de fondo, ensordecedora, que interrumpe la entrevista). Puede que sí por el afán de aprender. El box requiere mucha conciencia de tus movimientos. Es como aprender a nadar. También aprendí a nadar grande, a los 30 años. Uno asocia aprender con ser joven, pero es una actitud de aprendizaje, de enfrentarte al error, lo cual rejuvenece mucho.
-Has aprendido sobre los 30 a nadar, estás aprendiendo a boxear y tienes 56 años, aprendiste a escribir sobre los 40. Y saliste del clóset después de los 40. ¿Hay una vocación por empezar de nuevo y una humildad ante el saber?
Aprendí a manejar también como a los 40 (ríe)... Una posibilidad de interpretación puede ser “puta, qué lento este tipo” (risas). La otra, la que más me gusta y la que disfruto, es estar abierto a algo nuevo, me gusta mucho experimentar, incluso con la escritura. Para esta novela yo traté de inventar un tipo de escritura que la estuve probando en El inmenso desvío, sobre todo con el primer cuento: frases largas, mucha subordinada. Aunque ya está empezando a pasar, en la literatura de Latinoamérica hay mucho gusto por la frase corta y al hueso. (Raymond) Carver y todo. Pero a mí los autores que más me gustan y más me convocan son Onetti, Donoso, Saer, Lezama Lima. Todos autores de frases largas, muy barrocas. Lo que llaman el neo barroco porteño en Argentina. ¿Pero por qué si en el Perú somos una cultura eminentemente barroca, nuestra literatura no recoge eso como fraseo? Evidentemente, estoy a miles de millones de años luz de lo que quisiera ser, pero trato de acercarme.
-Bueno, ese ejercicio está en Como si nos tuvieran miedo.
Sí. El juego estructural de voces es algo que en la literatura peruana el más capo es el mismo Vargas Llosa. En cuanto a voz, me gusta mucho la voz de Bryce en Un mundo para Julius; en cuanto a la mirada homoerótica, cómo mirar los cuerpos, está Reynoso. Y en atmósferas tienes a Ribeyro.
-Elegiste a Melgar para la portada, como llamas al lugar donde básicamente discurre la novela, pero sabemos que él es un poeta e independentista. Además de incluir su imagen travestida en la portada, ¿algo más nos quieres decir?
Si te dijera que sí, quedaría como “ay, qué interesante”. Pero la verdad, no (ríe). El barrio lo inventé para un cuento que está en El inmenso desvío. Para escribir esta novela simplemente traté de sintonizar con la mirada trans dentro de mis límites de ser un hombre cisgénero y gay. Hablé con mucha gente y traté de empatizar lo más que he podido. Se me ocurrió que en la carátula sería chévere que hubiera algo que tenga que ver con transformar, travestir, jugar con géneros. La tapa completa es obra de Carlos Yáñez, pero la imagen de Melgar se la pedimos a Javi Vargas Sotomayor.
-En el libro noto que, probablemente más para Miluska que para Angie, ser gay es un aprendizaje. ¿Lo es?
Me tocó de grande aprender a serlo. Aprendí a ser homosexual en Santiago de Chile. Salí del clóset en EE.UU., pero donde vine a vivir plenamente como una persona homosexual, sin problemas, fue en Santiago. Pero para la gente trans es un proceso de aprendizaje muy complicado. A fin de cuentas, también aprendes a ser hombre.
-Hay muchos que no saben ser hombres y terminan siendo homofóbicos.
En el caso de los hombres, buena parte de nuestra formación es no tener debilidades, sensibilidades, gustos que puedan acercarnos a lo femenino, porque el mandato fundamental de un hombre latinoamericano es no ser afeminado. Aunque hoy en día creo que la gente tiene mucha más libertad. En mi generación “pórtate como hombre” era “sé masculino”, “sé viril sino dirán que eres maricón”.
-¿Cuán lejos estamos en el Perú de aprender a convivir con la comunidad LGTBI?
Muy lejos. Perú es uno de los pocos países de la región que no tiene ni siquiera una ley que condene los crímenes de odio, que es cuando matan a las trans con 40 cuchilladas, 20 puñaladas, 60 tiros. Eso es miedo, ira, bronca, pero sobre todo miedo. En algún momento pensé ir a vivir a Lima. ¿Pero Javier, mi marido, y yo en Lima qué somos?; un par de amigos. Si él se enferma o yo me enfermo, si son buena onda en la clínica u hospital me dejarán entrar a verlo, pero si el médico no quiere o a la enfermera no le da la gana, no soy nadie, él no es nada de mí. En el Perú estamos muy lejos de la tolerancia. Que un discurso como el de López Aliaga tenga eco, aunque sea en un 10%... Bueno, ocurre en el mundo, pasa con Bolsonaro.
-¿Qué expectativas tienes de las elecciones de este 11 de abril?
Siempre he dicho que en el Perú no tenemos elecciones sino tómbolas. Pero en esta elección el pobre cuy ya no puede ni caminar. La verdad no sé qué va a salir de esta elección. El sistema político peruano, por lo menos en los últimos 30 años, nunca fue algo maravilloso, sino más bien bastante malo, pero nunca pensé que fuera a caer tan bajo.
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-¿Hoy se le tiene miedo a lo gay?
El título del libro me lo robé de una frase de El lugar sin límites de Donoso. Hay miedos y miedos. Para un hombre homosexual o una mujer lesbiana creo que, en general, comienza a haber cierta aceptación de que somos parte del paisaje. Ahora, el mundo trans te mueve el tablero, porque la fluidez de lo que es masculino y femenino comienza a disolverse. Lo trans, al cuestionar lo binario, genera, sobre todo en los hombres, mucha angustia, mucho temor. Para escribir esta novela he tenido que romper un montón de prejuicios. No sé bien cómo inventé a Miluska, tan mezclada. Angie es un personaje claramente trans. Pero Miluska está muy mezclada. Traté de ponerme en esta situación al extremo: ¿qué sería ser senderista y trans?
-¿Te identificas más con Angie o Miluska?
Angie me genera mucha ternura. A ratos me recuerda al personaje de Salón de belleza, de Bellatin; evidentemente, en una versión mucho menos lograda, ya quisiera tener la capacidad de Bellatin. Pero Miluska es desafiante. Y Leoncio (otro personaje del libro) se parece más a lo que yo habría sido en los ochenta si me hubiera acercado a la violencia: un poco boludo, más ingenuo, tierno, medio tonto (risas).
AUTOFICHA:
- “Soy Juan Carlos Cortázar Velarde. Tengo 56 años. Nací en Lima. Me crie en Lince. En algunos cuentos y en la novela Cuando los hijos duermen ficcioné un poco mi vida en Lince. Estudié Sociología en la PUCP. Habría querido estudiar Filosofía, Teología, Antropología, Historia”.
- “Trabajé en la Sunat, ONG, etc. En Chile estudié una maestría en Gestión y Políticas Públicas. Volví a Lima, me fui a Argentina a trabajar como consultor. Regresé a Perú y trabajé en el gobierno de Paniagua. Me fui a Londres a estudiar para el doctorado en Gerencia Pública”.
- “Trabajé en el BID 15 años. Ahora hago consultorías. Doy clases en la U. de Chile, sigo siendo profesor de la Católica en Perú, a veces me piden clases en Argentina. La primera novela que publiqué en Argentina, Tantos angelitos, una novela muy corta, la he reescrito y saldrá a mitad de año en Perú”.
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