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Hirsz Litmanowicz: El niño que pasó por dos campos de concentración nazis [ENTREVISTA]

Vive en el Perú hace 70 años. Perú21 entrevistó al polaco Hirsz Litmanowicz.

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Fecha Actualización
Un día volvió a Auschwitz. Fue invitado para conmemorar la liberación del campo de concentración. Estaba parado frente al complejo donde lo tuvieron. Pese al recuerdo, se sentía bien y accedió a dar una entrevista. Cuando empezó a contar su historia, se sintió mal y no pudo hablar. Le estaba dando un ataque al corazón. Fue auxiliado de emergencia. Aquel día de hace más de dos años, una vez más se libró de la muerte.
“Me siento bien, felizmente”, me dice luego de saludarnos. Estamos en el Centro Educacional Holocausto y Humanidades, en las instalaciones del Museo Judío del Perú. “Faltan 90 días y una letra”, bromea para hacer notar que está próximo a cumplir 91 años de edad. En las paredes de esta sala está grabada la memoria de lo que fue el holocausto en la Segunda Guerra Mundial y frente a nosotros tenemos a Hirsz Litmanowicz o 125424, el número que tiene tatuado en su brazo izquierdo junto a un triángulo, signos que lo identificaban entre los judíos en los campos de concentración, señales, tal vez heridas, que hasta hoy conserva tatuadas en su piel.
El día que se llevaron a su cuñado, sobrinos, sobrinas, tío y hermana, esta última los escondió a su hermano de 15 y a Hirsz, con 12 años. Los dos se quedaron debajo de la cama, ocultos todo el día. En la noche salieron a la vereda de la casa y no había un alma en el pueblo. No sabían dónde comer un pan o tomar un vaso de agua. Caminaron hacia el lugar donde se habían ido todos. Sin saberlo, se estaban entregando a los nazis que ocuparon Polonia aquel día, cerca de la frontera con Alemania.
-¿Qué piensa que el mundo viva otra guerra en Europa, en Ucrania?
Rusia quiere reconquistar los territorios del tiempo de Stalin. Putin resultó un stalinista más feroz y quiere reconquistar esas tierras y el mundo no lo tolera y le hace la guerra a través de Ucrania, que es un país independiente, poderoso, donde no quieren ser rusos.
-Los rusos acusan a Ucrania de que hay nazis en el poder.
Hay nazis en todos los países, en Rusia, París, Nueva York.
-¿Cómo son los nazis de hoy?
Son fascistas, son partidos derechistas que son racistas, gente de la derecha con pretensiones de ser más poderosos y quieren mandar el mundo.
-¿En Latinoamérica también los hay?
América nunca se ha sacudido de los nazis. Sudamérica ha dado cabida a todos los nazis después de la guerra, a los criminales más grandes.
-Se dice que a Argentina llegaron varios.
Llegaron muchos y tenían inclusive buena acogida, protegidos por el gobierno de Perón. Pero Putin no parará con Ucrania; tiene en la mira a Letonia, Estonia; inclusive, se está preparando para la defensa de Finlandia. Y yo creo que es un gran peligro, porque hoy en día hay bomba atómica. Y soy antiucraniano y no hablo de ahora, porque los ucranianos cooperaron con los alemanes, eran grandes antisemitas y el antisemita es racista. Pero hoy en día la situación ha cambiado, ellos también han cambiado.
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-¿Qué recuerda de lo que le tocó vivir en la Segunda Guerra Mundial?
Recuerdo todo, como si lo estuviera viviendo hoy. Tengo la mala suerte de tener una gran memoria (risas). Si la guerra duraba dos meses más, no quedaba un solo testigo. En Auschwitz llegaron a matar 10 mil personas al día.
-Usted me dice que, con su hermano, prácticamente se entregaron a los nazis.
Éramos los últimos judíos que salíamos del pueblo. Fuimos a parar a Auschwitz, en Polonia, el único destino. Del campo de concentración de Auschwitz no debí salir vivo porque no necesitaban niños de 12 años para trabajar, pero un médico alemán que investigaba la hepatitis B –y los alemanes estaban muy interesados de que se encuentre una vacuna– pidió al gobierno alemán probar los experimentos en seres humanos; entonces, ese día nos escogieron para los experimentos, por eso hemos sobrevivido. Y nos llevaron a otro campo de concentración en Alemania, donde el médico pudo seguir los experimentos.
-¿Cómo los trataban ahí?
Nos trataron un poquito mejor porque teníamos que estar sanos, vivir en estado limpio y controlado por los médicos. El tiempo fue avanzando y en febrero del año 45, los alemanes ya sabían que habían perdido la guerra, nosotros no lo sabíamos. Entonces, ordenaron matar a todos aquellos que estaban sometidos a experimentos médicos. Ordenaron matarnos. Nos salvó que un médico, un noruego que nos controlaba a favor de los alemanes, dijo que estábamos sanos y no debían matarnos, y pidió que nos perdonen la vida. Nos encerraron en un cuarto de febrero a abril, hasta el día de la marcha de la muerte, que comenzó en el campo nuestro el 20 de abril, en la madrugada. Nos ordenaron en grupos de 500, nos dieron un pan para el camino y a marchar a través de Alemania, 30 kilómetros diarios. Se llamaba la marcha de la muerte porque menos de la mitad ha sobrevivido. Caminamos del 20 de abril al 5, 6 de mayo. El que no podía marchar, se caía y le metían un balazo.
-¿En qué momento toma consciencia de todo lo vivido?
Cuando me liberaron. Después de la marcha de la muerte llegamos a una ciudad y entraron los ingleses y nos liberaron.
-¿Y qué hizo?
Ahí comienza el problema (ríe). En el campo teníamos la sopa, pero en la liberación no teníamos nada. De la caminata habíamos formado un grupo de cuatro niños y los cuatro llegamos hasta Francia, donde nos mandaron a un colegio internos.
-¿Cómo llega al Perú?
Cuando ya tenía 20 años, había terminado el colegio y veía que no tenía nada que hacer en Europa, era difícil. Quería migrar a EE.UU. pero no podía porque era polaco y necesitaba visa, Israel todavía no existía. Pero sabía que tenía una tía en el Perú, la hermana de mi madre. Le escribí si podía acogerme. Y llegué acá. Han trascurrido ya 70 años.
AUTOFICHA:
- “Tengo 90 años. Nací en Polonia, en una pequeña ciudad de cierto renombre, en la frontera alemana, una ciudad progresista, un lugar preferido porque había mejores posibilidades de trabajo. Mi padre era zapatero, mi madre estaba en la casa, éramos cinco hermanos”.
- “Yo era el niño preferido, era el menor. Tenía hermanas casadas, con hijos. Mi madre era lo mejor del mundo, era una madre atareada, tenía que criar a los hijos, lavar la ropa, cocinar. Cuando se la llevaron (los nazis) no hubo tiempo de despedirse ni de abrazarla, nada”.
- “A mi padre lo conocí muy poco, porque murió cuando era joven, antes de la guerra. También he publicado dos libros, donde cuento una parte de mi historia, la que se podía contar. Cuando vine al Perú no conté nada ni nadie sabía quién era. Hoy tengo cuatro hijos, seis nietos y cinco bisnietos”.
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