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Guillermo Niño de Guzmán: “En las grandes historias el artificio permanece casi invisible”

El autor del espléndido conjunto de cuentos ‘Caballos de medianoche’ ahora nos trae ‘Hasta perder el aliento’, del que ya alista el segundo volumen. Perú21 entrevistó al escritor Guillermo Niño de Guzmán.

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Fecha Actualización
Mario Vargas Llosa quiere conocerte”, le dijeron. Días atrás había publicado una crítica sobre La guerra del fin del mundo, libro que devoró en tres días. “Fue una crítica muy exaltante”, confiesa. El autor de Los cachorros la leyó y quería conocer al periodista de veintitantos años.
Era una tarde de verano. También estaban la poeta Blanca Varela y el pintor Fernando de Szyszlo. Tomaron una cerveza, que no lo liberó de su timidez. Por aquellos años de la década del 80 Guillermo Niño de Guzmán estaba escribiendo Caballos de medianoche.
Lo espero en la librería El Virrey de Miraflores, que es como su oficina para atender a la prensa, el mismo lugar donde lo entrevisté por primera vez hace siete años. De fondo suena una pieza de jazz, la música que cultiva con fervor. Nos hemos reunido a propósito de su reciente publicación Hasta perder el aliento. Cuaderno de letraherido I (Tusquets), una reunión deliciosa y edificante de apuntes, reflexiones, evocaciones, influencias que ha ido registrando en su viaje personal y literario. Ya alista el segundo volumen que espera salga a mediados de año y también confecciona un libro de relatos.
“No te molestes, pero le he dado a Mario el libro”, le contó su amiga, entonces nueva directora de Seix Barral en el Perú. “¿Cómo has hecho eso? Había que corregir mucho”, respondió sobre el manuscrito de Caballos de medianoche (1984), dos o tres años después de aquel primer encuentro con Vargas Llosa. Fue a la misma casa de dos pisos sobre una esquina, frente a la Embajada de México, en el malecón de Barranco.
Aquella tarde, lo recibió con la noticia de que había recomendado Caballos de medianoche con el director de Seix Barral en España para que fuera publicado. Niño de Guzmán dejó la casa del escritor con la copia de la carta de recomendación en sus manos, la que aún conserva.
-Uno de los temas que abordas en el libro es el talento. ¿Cómo definirlo?
Una cosa es la vocación, otra cosa es el talento. En mi caso, por mucha dedicación y devoción que tuviera hacia la música, no estaba dotado para este arte. Pero con la literatura siempre fue distinto. Tal vez influye el hecho de que –por eso hay tantos escritores– a diferencia de un pintor, músico o cineasta, que tienes que aprender una técnica específica y realizar todo un aprendizaje, en el caso de la literatura, lo que es engañoso, en principio todos podemos escribir. Ahora, hay una gran sutileza entre lo que es contar bien y lo que es contar mal. Como Truman Capote decía y concuerdo mucho con eso: Cuando un escritor empieza, el problema consiste entre escribir bien y mal. Luego conforme pasa el tiempo y adquiere más práctica, hay otro problema superior, ya no es entre escribir bien o mal, sino entre escribir bien y el verdadero arte.
-¿Dónde estás?
Estoy siempre en esa lucha, por eso publico muy poco.
-¿Cómo distinguimos que alguien ya ejerce el verdadero arte?
Es muy difícil. Hemingway, a quien considero el maestro del arte de narrar, decía que lo primero que uno debe aprender a desarrollar o a adquirir cuando empieza a escribir es un buen detector de mierda.
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-En el libro subrayas la espontaneidad y frescura en músicos como Miles Davis. ¿En la escritura debe ocurrir lo mismo?
Sí, el problema con mi método es que a veces llego con algún afán excesivo de corrección y puedo llegar a sobrescribir un texto. En esos casos, el texto aun cuando parece correcto y fluido, resulta impostado. En las grandes historias el artificio permanece casi invisible.
Después de mirar su reloj, anuncia su retiro. Ya llevamos casi una hora y media de entrevista. Tenía que atender asuntos personales. Me propuso que le envíe las preguntas que falten por escrito a su correo de Yahoo. Y así lo hago.
-En el libro dices que aventura es una palabra rotunda y magnética. ¿Hoy cómo se expresa la aventura en tu vida?
Como decía el explorador y etnólogo francés Paul-Émile Victor, la aventura es un estado del espíritu, ser capaz de rebelarte contra tu destino y robarle tiempo a la muerte. Para mí, esto implica no solo asumir riesgos en la vida cotidiana sino encarar desafíos en la vida creativa e intelectual. En consecuencia, me he sentido pleno cuando me he lanzado desde un puente atado a una soga, cuando he corrido en el encierro de los toros en los Sanfermines de Pamplona o cuando he enfrentado el miedo como corresponsal de prensa en el sitio de Sarajevo.
-De acá a 100 años, ¿cómo tendrían que recordarte?
No me interesa la posteridad. En todo caso, preferiría ser recordado por haber salvado la vida de alguien y no por haber escrito una obra memorable.
Abuso de su confianza y le envío repreguntas.
-¿Cuándo, dónde y por qué te lanzaste de un puente?
Una vez decidí hacer puenting sin haberlo pensado de antemano. Supongo que intentaba probarme si era capaz de vencer mi temor al vacío. Y sí, fue difícil, ya que mi cuerpo se negaba a lanzarse, una vez que estaba sujeto por el arnés y había traspuesto la baranda del puente Villena. Al final lo hice, pero creo que fue más por amor propio, ya que se había arremolinado un montón de gente para ver mi salto. La experiencia resultó liberadora. Lo cierto es que si alguna vez quisiera acabar con mi vida, no me arrojaría al vacío.
-¿Escribir se parece en algo a lanzarse de un puente o a estar en Sarajevo?
De todos modos, aunque sea en tiempos normales, escribir siempre ha sido para mí una actividad riesgosa. A menudo tienes que dominar el vértigo que te produce el vacío.
AUTOFICHA:
- “Soy Guillermo Arturo Niño de Guzmán Cortés. En mi casa somos de las tres regiones. Soy hijo de padre apurimeño, de madre loretana y yo soy limeño. Tengo 67 años. Mis padres se conocieron en Lima, donde estaban radicados desde los años 40".
- “Yo quería estudiar Literatura, pero en la Católica la facultad era Lingüística y Literatura. Me gradué con una tesis sobre Ernest Hemingway, que me costó porque no me querían aceptar el plan de tesis: el grado que te daban era con mención en literaturas hispánicas”.
- “Yo no quería escribir una tesis solo para cumplir o graduarme. Y me dijeron que hay casos excepcionales: que fuera alumno con publicaciones. Entonces, me fui, no me gradué; quería sacarme el clavo, además para complacer a mi familia; a los 10 años me presenté de nuevo con mis publicaciones (ríe)”.
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