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Eduardo Tokeshi: “Uno escribe y pinta para que lo quieran, para estar menos solo”
A los 62 años, ha publicado un primer libro. ‘Sanzu’ retrata episodios familiares entre dos orillas, la japonesa y la peruana. Perú21 entrevistó al artista Eduardo Tokeshi.
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Era otoño. Él se atrevió a escribir una carta poblada solo por palabras, pese a que ya dibujaba. Vivía en una vivienda contigua a la bodega Tokeshi, en el Centro de Lima. El destino de la correspondencia era a pocas cuadras de su casa. Texto confeccionado en la vieja máquina de escribir Olivetti. Sirvieron las lecciones para aprender a escribir a máquina que llevó con su hermana. Escribía rápido, con los pulgares y el meñique. No era una carta de amor, pero tenía una motivación guiada por el amor.
Dice que “siempre” ha escrito. Ese “siempre” empezó en el año 79, a los 19, en aquella carta elaborada en la vieja máquina de escribir Olivetti. Y siguió escribiendo, en secreto, para él, hasta ahora que, con 62 años, ha publicado su primer libro. Sanzu (Penguin Random House) nació en la primera promoción de la maestría de Escritura Creativa de la Universidad Católica, donde retrata, en palabras e ilustraciones, episodios familiares de infancia entre dos orillas, la japonesa y la peruana. El artista visual –y escritor– Eduardo Tokeshi pronto expondrá los dibujos del libro, elaborados digitalmente y al óleo, en la librería La Rebelde de Barranco, la respuesta pictórica al relato.
Era otoño. Ella tenía una pollería en el Centro de Lima, a pocas cuadras del bazar Tokeshi. Recibió la carta inicial. Y continuaron con la correspondencia. “Eso es el arte, conmover a la gente, por ejemplo, para que se escriba una respuesta, una carta”, me dice.
-A los 58 años, ya eras un artista visual reconocido. ¿Por qué escribir?
Siempre he escrito y nunca he mostrado. Solo a partir del 2015, cuando yo tenía 55 años, empecé a escribir más seguido y en un formato que nunca pensé que me iba a servir, que era Instagram. Fue como un ejercicio de feedback, de conocer a la gente, de saber cómo...
-¿Tenías miedo de mostrar?
Por supuesto. Escribir es lo mío pero no es lo mío. Tengo muchos amigos escritores a quienes he hecho carátulas, ilustraciones, pero nunca me había atrevido a cruzar el charco para hacer eso. Respeto mucho a la gente que escribe porque son gente que trabaja un material tan cotidiano como es la palabra pero a la vez trabaja la imaginación, la parte creativa.
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-¿Estás de acuerdo con que el escritor debe dibujar y pintar con las palabras?
Es más, estoy empezando a dictar un seminario en la maestría de Escritura Creativa que se llama “Cómo pintar un libro” –o cómo escribir un cuadro (sonríe). ¿Los cuadros se escriben? Indudablemente–. Escribir se ha vuelto una especie de tiempo límite para saber cuándo debo pintar. Tengo tres etapas en la escritura. Una primera etapa en la que dibujaba y escribía, a los 19 años, hasta los 30 tal vez. Luego vino un silencio y en el año 2007 empiezo la etapa de escribir un blog. Siempre de manera anónima. Pero sí soy muy conchudo a la hora de pintar.
-En tus textos también noto que hay conchudez.
(Risas). Gracias. Quería lograr ese momento de frescura, de mirada infantil en muchos casos pero para contar, de pronto, cosas más duras como el silencio de mi padre. Después de ese periodo que fue 2007, hay otro periodo que entro a Facebook y comienzo a escribir cosas muy sueltas. El texto de la ballena (del libro) lo escribí en 2017, 2018 antes de la maestría.
-Me dices que empezaste a escribir por culpa del amor.
Claro. A veces la escritura, la pintura, la música son elementos muy atractivos. ‘Él escribe’, ‘él pinta’. Siempre creo que uno escribe y pinta para que lo quieran, para estar menos solo en el mundo.
-Es una confesión, Eduardo.
¿Sí? (Ríe). Uno hace cosas para quererse a sí mismo también.
-José Saramago dice que todo es autobiografía.
En la literatura existen diversos niveles de ocultamiento, desde la ciencia ficción hasta la autoficción. Y creo que, además, todo es una ficción. (Sanzu) son memorias de infancia, pero de pronto le mando el libro a mi hermano que vive en Tokio y él me llama y me dice: “He leído el libro, me ha emocionado mucho, pero déjame decirte que todo es mentira”. La infancia tiene una capacidad de niebla, de humo tan grande, tan grande, que es una infancia, de pronto, que ha funcionado como un teléfono malogrado.
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-Pero sí ayudabas al abuelo en el bazar y, por ejemplo, te sabías todo sobre las prendas femeninas. ¿Por qué fuiste artista y no economista, como tu hermano, o por qué no fundaste un supermercado?
(Risas). De la tienda de ropa de mi padre y la bodega de mi abuelo saqué elementos que luego me servirían. Era una manera de vivir y la viví hasta los 30. Yo cerré el bazar en los 90 cuando mis padres se van al Japón. Cerré porque ya era pintor.
-Debiste mantener la tienda. Se dice que si eres artista, tienes que vivir de algo.
(Risas). Pero ya entendía que viviría de pintar, dibujar, de hacer ilustración. Del bazar me enseñó mucho el contacto con la gente. Saber mucho de broches de brasier es como saberse llaves de yudo (ríe), conocer la mecánica de la ropa interior femenina: el fustán, la enagua. Siempre cuento la historia de Steve Jobs metiéndose a clase de caligrafía y ocho años después diciéndoles a sus compañeros que están haciendo la MAC: “Esto no va, porque tiene fea letra, hagamos una bonita letra”.
-Y saber de ropa femenina te debe dar una sensibilidad estética.
Posiblemente. Los primeros trabajos que hice fueron con volumen. Hay muchas cosas que trabajo que han partido de cosas que yo no tengo nada que ver, como enseñar en una clínica psiquiátrica.
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-¿Qué enseñabas?
Un taller de arte a los pacientes, y eso te da un mundo totalmente diferente.
-Y en el libro escribes que tuviste un tío con problemas mentales.
Que dicho sea de paso, será mi próximo proyecto, una novela gráfica sobre él. El mismo trato con los clientes de la tienda te da toda una psicología del vendedor.
-¿Cuánto de vendedor debe tener un escritor o un artista?
Lo suficiente como para que su obra enganche.
-Porque eso está sancionado: vender, ser vendedor en el arte está mal visto.
Vender es como una especie de mala palabra. Yo no creo en eso. Una de las experiencias más bonitas de mi vida ha sido que, de pronto, una persona me pida que le pinte algo que su esposa se había llevado en el divorcio, que era una obra mía, y terminé haciendo una mejor obra. Esa historia parece ordinaria, pero resulta que uno pinta también para llenar los vacíos. Vender un cuadro no es convertirme en un mercachifle o traicionarme, es entender que esto es un oficio de amor, de querer hacer las cosas.
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-Dices que dibujar te salvó en la infancia. ¿Escribir te está salvando en la adultez?
(Ríe). Siento que la escritura es un giro, un golpe de timón, para darle otro rumbo a la existencia. Escribir tiene un poder que a veces la misma pintura no tiene. Este libro me ha servido para, de alguna manera, reestructurar ese pasado. Pero este libro no lo llegó a leer mi padre, porque falleció un mes antes, a los 95 años.
-¿Y tu madre sigue contigo?
Mi madre está viva y tiene 92.
-¿Y leyó el libro?
En algún se lo tengo que llevar. Está en un geriátrico. Pero ya ella no lee, vive en un mundo raro. Pero igual le estoy llevando el libro.
-¿Tu padre también vivía en un mundo raro?
Estuvo viviendo en un mundo raro. Mi papá era muy ahorrativo en el afecto. Que te agarre el brazo de pronto y te diga “está bien”, era como “ya pues, dame el Nobel” (ríe).
-¿Te dio esa señal?
Sí, muchas veces. Pero encontré un file donde estaban todos los recortes (periodísticos) que podía tener de su hijo (artista).
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-En Sanzu trazas una hermosa escena con Bruce Lee donde dice: “Vacía tu mente, sé moldeable, como el agua. Si pones agua en una taza, se convierte en la taza”. ¿Eres agua?
Uno tendría que ir por la vida siendo agua.
-¿En qué te has convertido?
En lo que me contiene.
AUTOFICHA:
- “Soy Eduardo Tokeshi Namizato. Tengo 62 años. Nací en Lima. Estudié Arquitectura, pero estuve tres años y fue suficiente. Ahí me metí a la escuela para estudiar Diseño Gráfico, lo que tampoco me gustó. Felizmente, estudié Pintura en la PUCP, en el 81".
- “Tengo como 30 exposiciones individuales, un montón de colectivas. Felizmente, no tengo una contabilidad de cuántas obras he producido. Pero he hecho un montón de obras, soy un pintor muy rápido. Estoy pintando todo lo que no hice en los meses anteriores por el libro”.
- “Ahora pinto trípticos y hago grabados. Trabajé en la portada del nuevo disco (Haiku) de Oriente Trío, siempre me ha gustado la manera en que toca Joaquín Mariátegui, es un pintor de acuarelas; también he trabajado con Alejandro y Maria Laura. Para 2023, se viene una muestra en la galería Forum”.
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