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Futuro de Nicanor Boluarte en suspenso
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Decimocuarto capítulo de Ella, la novela de Pablo Cermeño

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Fecha Actualización
ELLA
Pablo Cermeño
Las cosas empezaron a ir mejor que nunca para Carla Rospigliosi y su equipo. Su cartera de clientes, que ya era grande, empezó a crecer de un modo en el que jamás se hubiera imaginado. Ahora requería de un equipo más numeroso y de una oficina más grande. Había llegado el momento de dar el tan esperado salto, pero eso requería de una fuerte inversión de dinero, así que era algo que tenía que planificar con calma y con cabeza fría. Las responsabilidades también habían aumentado, así como el estrés y su insana rutina de trabajo.
A Luciano este nuevo alejamiento de su esposa no le cayó bien. La brecha entre los dos crecía más. Luciano se hundía y Carla empezaba a volar. Pero el vuelo más alto vino de la mano de alguien que luego le pasaría factura. El vertiginoso ascenso de la empresaria había llamado la atención de Víctor Villavicencio, un joven inversionista de capital. Él se contactó con Mary Santibáñez, la secretaria, para pactar una reunión. Estaba resuelto a invertir en Carla sea como fuere. Con Mary había estrechado lazos de cuando era secretaria de Jorge Sánchez. Este último había sido algo así como un mentor para él.
Un viernes por la noche, en el que Carla dejó la oficina un poco antes para pasar algo de tiempo con Luciano, recibió la llamada de Mary. “Disculpa que interrumpa tu tiempo con Luciano, pero creo que esto te puede interesar”. Carla demoró algunos segundos, como reuniendo fuerzas para articular sus palabras Y, luego de un suspiro, contestó. “Descuida, Luciano no está en casa”. Mary guardó silencio, sabía que Carla estaba teniendo problemas en su matrimonio. “Cuéntame, ¿a qué se debe tu llamada?”. Mary le contó sobre el deseo de Víctor. Carla quedó sorprendida. Fumó de su cigarrillo y se sirvió un poco de vino, pero antes de probarlo, expresó su malestar: “No estoy segura de querer que un amigo de ese infeliz de Jorge tenga algo que ver conmigo o con mi empresa”. De inmediato, Mary la puso al tanto de que Víctor y Jorge ya no eran socios, ni amigos. Carla no dijo nada. Salió hacia el balcón y bebió su copa. Estaba frente a la oportunidad de su vida, no podía dejarla pasar: “Confirma la reunión para mañana”, dijo, luego colgó. Su hogar se estaba desmoronando, pero era la primera vez que vislumbraba la posibilidad de un futuro sin Luciano. Se odió. Sintió que le había fallado a su esposo, poniendo a su negocio por encima de él.
La noche de la muerte de su esposa, Luciano llegó al apartamento de Chacarilla en un taxi. Las cámaras del edificio lo grabaron todo. Se tambaleó al bajar y poner los pies sobre la acera. Parecía confundido, tardó un poco en darse cuenta de dónde se encontraba. Pero, una vez ubicado, caminó hacia la puerta y entró sin mayor problema. Las cámaras de la recepción lo vieron desplazarse hacia el ascensor como adormecido, quizá bajo los efectos de alguna droga. Sabiendo todos los detalles que ahora ustedes saben también, yo todavía no puedo creer que haya sido Luciano del Carpio quien acabara con la vida de Carla Rospigliosi. Luciano mintió en su declaración a la Policía acerca de haber llegado al apartamento y encontrarla muerta, sí. Pero, igual, me parece que hay algo más, algo oculto que estamos pasando por alto. Lo que yo me pregunto es ¿por qué él querría quitarle la vida a su esposa? Ser el único heredero de todos sus millones no me parece la respuesta correcta, sino más bien la más fácil de pensar.
Lo cierto es que Luciano ya no daba más consigo mismo. Se sentía insignificante y sin propósito. Un viernes, sentado frente a sus alumnos, sin haber pensado en ella desde que la conoció, vino a su mente Carolina, la hermosa pelirroja de ojos claros y senos abultados, que atendía en el bar donde Carla había celebrado la fundación de su empresa. De inmediato, algo que parecía ser una sonrisa, empezó a dibujarse desde una de las comisuras de la boca de Luciano, al mirar en el recuerdo de la pelirroja, que esa vez había mostrado interés en él. Aquella noche, sin perder tiempo, Luciano fue directo al apartamento, se dio un baño y regresó al bar, en busca de ella. Llegó caminando, envuelto en el humo de su propio cigarrillo y el perfume que le había regalado Carla en el día de su cumpleaños. Al llegar a la puerta del lugar, se detuvo durante un instante. Un golpe de moral pareció haberlo alcanzado, al ver cruzar la calle a la señora de la panadería donde él y Carla solían ir. La cercanía del bar al apartamento era, sin dudas, peligrosa. Recapacitó. Tiró su cigarrillo, dio media vuelta y tomó el camino de regreso a casa. Pero bastó media cuadra de pensar en que los senos de la pelirroja lo estaban esperando para que Luciano se detuviera, otra vez, a reflexionar. Encendió otro cigarrillo. Sintió el humo golpear en cada rincón de sus pulmones. Lo retuvo, mientras se llenaba de seguridad y dejaba que el deseo lo corrompiera aún más. Y lo dejó salir, decidido. Se acomodó el cabello y, cigarrillo en mano, caminó de regreso al bar. Esta vez, no dejaría pasar la oportunidad.
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