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Alfonso Santistevan, director y actor: “El teatro en el Perú ha estado siempre en pandemia”

Cumple 50 años de trayectoria, dedicados a dirigir en teatro, crear obras, escribir guiones para cine y televisión, actuar y ser profesor. Y lo conmemora con la puesta en escena ‘Jugadores’. Perú21 entrevistó a Alfonso Santistevan.

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Fecha Actualización
En su primer día como alumno conoció a Alberto Isola. Eran compañeros de clase en la escuela de teatro de la Católica, que estaba en el jirón Camaná, en el Centro de Lima de 1972, por donde caminaban mucho, ya sea para ir al cine y ver tres películas seguidas, o para ir a buscar dulces. Se hicieron muy amigos, pero ese mismo año Alberto partió a Italia para estudiar teatro y Alfonso Santistevan dejó la escuela para aprender en la práctica.
Cincuenta años después, el teatro los reúne. Esta vez para Jugadores, escrita por el catalán Pau Miró y dirigida por Mateo Chiarella, en el Teatro Ricardo Blume, del jirón Huiracocha 2160, Jesús María. Drama con humor negro donde también actúan Américo Zúñiga y Ricardo Velásquez. Una forma de rendir homenaje a Jorge Chiarella, fundador de aquella sala, a un año de su partida. Puesta en escena que presenta a un profesor, un barbero, un actor y un enterrador. Va los viernes y sábado, a las 8 p.m., y domingo, a las 7 p.m., hasta el 5 de junio. Las entradas están a la venta en Teleticket y en la boletería del teatro.
En su primer día como profesor, volvió al mismo salón de la escuela del jirón Camaná. Once años después. Entre sus alumnos estaban Juan Manuel Ochoa, Ramón García, Hugo Salazar y Susel Paredes. Dice que, si tuviera que elegir con qué quedarse, escogería ser profesor. “Es lo que más me alimenta, creo que me hace joven, me hace mejor persona, mejor artista”, dice el director, dramaturgo, guionista y actor con medio siglo de trayectoria.
-¿La vida es como un juego de cartas?
No creo que el azar tenga tal preponderancia, como para pensar que es lo que explica y ordena todo; una gran parte de lo que es la vida es la voluntad. El azar, sin duda, tiene un valor. Precisamente, lo que les pasa a los personajes de la obra es eso: han perdido un poquito el norte de lo que la vida es, porque están mayores, se sienten marginados por la sociedad, etc.; entonces, el juego es una respuesta a eso.
-Replanteo la pregunta: ¿Nos han acostumbrado a creer que la vida es como un juego de cartas?
En cierto sentido, sí, porque confiamos en la suerte y esto no solo en términos simplemente lúdicos, sino también en términos religiosos, ideológicos. Voy a decir una cosa un poquito forzada quizás: lo vemos muy claramente en la política peruana, que parece cada vez más librada al azar.
-Y que, en vez de ser políticos, son jugadores que custodian su juego, que juegan por lo bajo, esconden las cartas y siempre tienen un as bajo la manga.
Y engañan: dicen ser una cosa y son otra. En fin.
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-Cuando pienso en el juego de cartas y la vida, también lo hago por esta figura de la competencia, el querer ganar a toda cosa y el temor al fracaso.
Competir no está mal; el problema de competir es que en muchos casos lo que oculta es una discriminación. Es claro que quien tiene más privilegios, tiene más posibilidades de ganar. En el caso de la obra, creo que lo interesante es que son cuatro personajes mayores que ya agotaron sus fuerzas, o quizás ya agotaron la pelea y simplemente la sociedad no les deja competir, los margina porque ya cumplieron un ciclo, porque son mayores. Yo te lo digo como persona mayor. Es duro saber que uno tiene una fecha de caducidad. Mira, tienes la Ley Universitaria que hace que los profesores a los 75 años caduquemos, habiendo profesores que tienen toda la fuerza, talento y experiencia a esa edad.
-¿Qué hacemos con el fracaso? Lo hemos escondido debajo de la alfombra.
Yo reflexiono mucho sobre eso. No me gusta el término fracaso, como tampoco me gusta el término éxito, porque pareciera que efectivamente ganas o pierdes, cuando evidentemente en todo fracaso hay una experiencia. En todo fracaso hay la posibilidad de volver a intentarlo. El estigma del fracaso viene desde la escolaridad: dividir a los salones en más exitosos, más fracasados.
-En la obra hay un barbero y un enterrador, ocupaciones que tal vez no tienen tanto prestigio, y un actor y un profesor, oficios quizás más respetados. ¿Cómo leerlo?
Los personajes no tienen nombre, los conocemos solo por su oficio. Entre ellos se llaman por sus ocupaciones. Es como que no tuvieran individualidad y como si fuera un estigma. Los cuatro son fracasados, marginales, cuyo único impulso es el juego, hasta que en algún momento de la obra descubren que hay juegos mayores.
-La pandemia hizo morder el fracaso a actividades como el teatro. ¿De qué forma tocará salir a flote?
El teatro es una actitud. El teatro en el Perú ha estado siempre en pandemia: hay muy poco apoyo, muy poca infraestructura, muy poco aliento, muy poco todo, comparado con países vecinos como Chile, Argentina, Bolivia, Ecuador; acá uno lo más que consigue es un canje para lavar la ropa.
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-Tengo entendido que a usted le intrigó el teatro, pero no quería ser actor.
Sí, es verdad. Hice un año, de dos, y me retiré porque no le encontraba la gracia a actuar. Del 72 al 2002, solo hice tres papeles en teatro y un par en televisión. Sin embargo, del 2002 hasta hoy cambió todo, porque dirigí mucho menos y, más bien, me puse a actuar. En los últimos 20 años he hecho 40 papeles en teatro.
-¿Qué ocurrió?
Pasaron varias cosas. La primera y quizás la más importante es que yo construí desde los años 80 un proyecto con mi esposa, Maritza Gutti. Éramos una pareja creativa, pero ella falleció el 2002, y eso cambia todo. Ya no tuve mayor aliento para seguir. Dejé el teatro y me dediqué a la publicidad. Ya luego me empezaron a tentar para hacer pequeños papeles. Quizás tenía que encontrar otro sentido a mi relación con el teatro, y de hecho lo encontré en la actuación.
-¿Hay productos artísticos que deben evitarse?
Soy de los que cree que la industria cultural requiere todo tipo de productos. Siempre ha existido un teatro más culto, un teatro más frívolo, desde el siglo XVIII existe eso. Y es inevitable y sano. No soy de los que cree que uno debe decir: no hay que consumir este cine o este teatro o esta literatura porque es de baja calidad. Me parece muy pretencioso tratar de definir el gusto de la gente. Tiene que hacerse todo. Los actores y actrices trabajamos haciendo todo.
-¿Cincuenta años después es lo que quiso ser?
(Desliza una carcajada discreta y se queda en silencio). No sé. Uno siempre se hace un libreto en la cabeza de lo que quiere ser, de lo que la vida debe ser, pero nunca resulta como uno lo planeó, siempre es distinto, felizmente. Me gusta estar en el lugar donde la vida me llevó, quizás es mejor de lo que me propuse. Sigo teniendo curiosidad e impulsos por crear cosas.
-Creo que 50 años de trayectoria es un triunfo.
(Se queda en silencio). Puede ser, pero siempre me da miedo cuando uno celebra estos onomásticos. Me da miedo que a uno lo jubilen (ríe).
-Claro, el triunfo y la derrota pueden ser el final.
Yo quisiera llegar a cumplir 60, 70, 80 años de teatro y seguir.
AUTOFICHA:
- “Soy Luis Alfonso Santistevan de Noriega. Nací en Arequipa, pero vine a Lima a los 5 años. En mi familia no ha habido artistas, aunque mi hermano Jorge, 10 años mayor que yo y quien fue Defensor del Pueblo, fue del TUC y actuó algunos años”.
- “Tengo 67 años. Acabé el colegio y entré a la Católica para estudiar Letras, pero después dejé la universidad. He retomado la universidad ahora, hace pocos años, me licencié en la especialidad de Teatro y Comunicaciones y luego hice la maestría, que la terminé hace un año”.
- “Ahora estoy haciendo el doctorado. Estoy haciendo los estudios en la tercera edad (ríe). He dirigido unas 40 obras, escribí unas 9, y obras escritas por encargo o coescritas son unas 7. He actuado en unas 30 obras. En televisión, he sido guionista y actor. En cine, fui guionista y actor en Asu Mare, y en otras producciones”.
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