Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).
Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).

Ricardo ha caminado por la Vía Expresa cuando no era la . Era un terral y en medio tenía rieles, alrededor solo había chacras y descampados. Calcularon mal y se bajaron del tranvía antes de tiempo. Su hermano y él, de 8 años. Dos de doce hermanos. Caminaron desde la avenida Primavera hasta Barranco. Venían de Chacarilla del Estanque, una de las primeras urbanizaciones. El destino era la casa del tío que fue sacerdote.

En la década del 90 volvió al lugar. Esta vez como artista. Tenía el encargo de crear un mural sobre las paredes de la Vía Expresa en el tramo que corresponde a . Así lo hizo con retazos de mayólica. Y más de 30 años después, retornó para restaurarlo, ya convertido en un emblemático mural de Lima, pero que sufría el paso del tiempo.

Toco el timbre del taller de , que es la casa del tío que fue sacerdote. Espacio que ocupa desde que tenía 15 años, cuando el tío paterno le cedió un cuarto para que empiece a pintar. Años más tarde, sería su primer cliente tras comprarle un bodegón. Es una casona que mira al mar de Barranco, casi en el acantilado. Por dentro, todas las paredes, o casi todas, están cubiertas por sus obras. No usa celular y cultiva la soledad, el ir lento, lo artesanal, lo manual. Dice que está consigo mismo. “Yo me autoencargo, yo me autofinancio”, advierte y me pide que no le diga ‘usted’ sino ‘tú’. Y en la terraza que mira a la Costa Verde, dos gallinazos vigilan nuestra conversación.

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-¿No quisiste ser sacerdote?

Ni hablar.

-¿Por qué?

No entiendo cómo se puede pasar por este mundo sin experimentar cosas (ríe).

-Tal vez el sacerdocio es como el arte más puro.

Y probablemente la pintura el más contaminado. Vivir es un poco eso también, contaminarse, permearse. Las ideas absolutas llevan a desastres.

-¿El arte tiene pureza?

En el fondo por supuesto, porque es mucho más inocente, anárquico, no se organiza jerárquicamente.

-¿El arte es un acto de fe?

En lo absoluto. El arte está totalmente pauteado por la circunstancia histórica, el tiempo, la calidad y hay consenso.

-Pero el artista es un hombre entregado a...

Es un médium. El artista sigue el plan del brujo paleolítico que no sabe nada del mundo y que le pide poderes a las cosas para poder moverse en el mundo, que sabe interrogar al mundo. No se abalanza sobre las cosas como si fuesen bienes a explotar, como si fueran..., ¿cómo se llama esto? ‘Riquezas naturales’ (lanza una carcajada).

-¿Por qué construimos frases rimbombantes?

De repente las palabras sean nuestro último refugio de la realidad tan insuficiente.

-O no sabemos cómo llamar a las cosas.

Y no tenemos mucho ejercicio de pensar. Pensar se lo dejamos a otros, pero no es un ejercicio habitual de la conversación de los limeños. Con un limeño hablas del carro, a los cinco minutos de tabla, luego de naipes y a los cinco minutos de viajes. Algo que en general el mundo contemporáneo está dejando de lado.

Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).
Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).

-¿Elegir el arte es cómo entregarse a un Dios y sin escapatoria?

Los curas tienen escapatoria, los artistas no (ríe).

-Pero el artista también traiciona, ¿no?

No, no. Lo que diferencia al artista del resto de seres humanos es que tiene escrúpulos.

(Tocan el timbre de su casa, que suena como el timbre del recreo en un colegio. Hay que caminar hasta la puerta, ir a la superficie. Es el fotógrafo).

(Acaba la sesión de fotos y Ricardo se pone a escuchar, concentrado, la radio, donde se está emitiendo una entrevista que le hicieron. Se sienta, cruza los brazos y mira hacia la terraza con vista al mar, donde los gallinazos continúan su estancia).

-¿Por qué te escuchas?

Porque tu voz en una radio es pública y quiero saber qué mierda es lo que estoy diciendo (ríe), por mínima responsabilidad profesional.

-¿Sueles arrepentirte de lo que dices?

Bastante. Quiero que lo que yo diga no esté tan procesado, que por lo menos sea algo entendible en esta feria de charlatanes que nos ahogan. Todo el mundo habla ‘paparulada’ y media. Yo la verdad quiero entrenarme en todo lo contrario. Que tu legado, por lo menos, sea una palabra estructurada, sensatez, pertinencia.

-¿Y lo mismo aplicas a tu pintura?

Igualito. Que lo de uno sea una especie de cosecha independiente. Esta idea del artista luchando consigo mismo, insatisfecho, cuestionador hasta la médula, no me jodan; sabes qué, de lo que se trata es de vivir relajado, ayudar, ser feliz, hacer felices a los otros; tampoco un tonto alegre, pero no perder de vista de que la vida es mucho más grande que la pequeña quincena que nos distrae. Los peruanos estamos perdiendo el norte, la brújula, no tenemos mucha conciencia histórica, por eso es que nuestras instituciones son tan frágiles y pueden ser copadas por cualquiera. La sociedad no parece tener mucha idea de cómo defenderse.

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-Hace 30 años, cuando inauguraste el mural, ¿de qué era símbolo, qué función tenía?

La misma: acompañar al viajante, al transeúnte, al peruano que anda todo el día en transporte público. Darle siquiera un espacio utópico, que sea como un oasis en la ciudad. Nada más. No estaba llamando a la protesta, ni a lo bonito ni a lo concesivo.

-Pero representar un oasis dice algo.

El arte tiene que estar adelante de su tiempo, no en el sentido de que somos profetas. De alguna manera, haciendo pedagogía, enseñando a ver, sintiendo el mundo de una manera como no se ha procesado antes. Cada pintor añade un mundo al mundo.

-En el 90 habían pasado 10 años de tu primera muestra, de ser ‘artista oficial’. ¿Así te sentías?

Oficial no he sido nunca. La gente joven ahora está tan parametrada con respecto al éxito, que no los dejan trabajar. O se van de a montones por ahí, montones por allá, hacen colectivos y evitan el partido de fondo, que es con uno mismo. En mi primera muestra vendí quince cuadros y en la tercera no vendí ni uno solo, y me fui acostumbrando. Viví prestándome plata, pero esa era mi opción y nadie me paró.

-¿Qué sucede cuando te agrupas en colectivos?

Te da una falsa seguridad. Que por ser parte de un grupo, estás en algo.

-Eres un pintor anárquico.

Creo e intento serlo. En general no me gustaban los grupos.

(Otra vez suena el timbre. Lo sigo hasta la puerta. Ha llegado su hijo, que se llama como él, Ricardo Wiesse, y también es artista. Mientras caminamos de regreso, nos vamos de la pregunta anterior y llegamos a la soledad).

Yo creo que hablar de la soledad es político.

-¿Por qué?

Mueve, desenfoca, le da otra perspectiva al papel de cada uno en el mundo. Lo confronta con otras realidades que la cultura contemporánea suele ignorar.

-Claro, la soledad es como la mala de la película.

Es casi una especie de tabú. Porque el hombre busca llenar su vida con estupideces o que se la llenen con estupideces, que es peor.

Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).
Ricardo Wiesse es el creador del mural de la Vía Expresa en Miraflores. (FOTOS: ALESSANDRO CURRARINO/EL COMERCIO).

-¿Con qué has llenado tu vida?

Con amor, cariño, sonrisas. Arte, belleza. Y eso es contracultural. Hay un estereotipo de lo que un artista debería ser. Un artista no tiene que ser nada. Un artista es.

-Es parte de la naturaleza.

Es un núcleo irreductible de naturaleza. Es recordarnos que somos seres poderosos, que todos tenemos el mismo poder.

-¿Pero el artista no tiene más poder?

No sé si en términos cuantitativos. Pero sí creo que hay un poder de seducción, de convencimiento, de transmitir fuerzas ocultas que la humanidad no ha visto.

-¿Hacer el mural de la Vía Expresa es una forma de conectarte con las personas?

Es una obra pública.

-¿No has evitado conectarte con las mayorías?

No. La soledad es mi propuesta para conectarme con la mayoría.

-Hace unos años te entrevisté y me dijiste: “El arte es elitista y debe serlo. Para una élite absolutamente ilustrada y quien quiera acercarse que lo haga, con las herramientas del esfuerzo y el talento”.

Sí pues. Elitista yo sé que es una mala palabra y no me interesa hablar buenas palabras. He pasado por muchos filtros, he sido examinado, me he esforzado por calificar. En ese sentido, formó parte de un pequeño grupo de profesionales que nadie les ha regalado nada. Nada de lo que yo pueda haber acopiado en mi vida nadie me lo ha regalado. ¿Que el país tiene que formar una élite?, por supuesto; ¿una élite de conocimiento?, por supuesto; ¿una élite poética?, por supuesto. Y eso no se forma con lugares comunes, se forma con una conciencia crítica profundamente examinada.

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-¿La restauración del mural es un triunfo ante la publicidad expresada en paneles?

Lo es. En ese sentido, es contracultural. Es un derroche de vacío, de no información y eso de ahí es contracultural. ¿Te imaginas la satisfacción que debo sentir? Darle la espalda olímpicamente a todos estos ‘polucionadores’ del espacio público. Plantear absolutamente otra cosa, no utilitaria, estímulos gratuitos.

-¿Cerca a los 70 años, qué se piensa del futuro?

Soy un absoluto pesimista. Por eso el hecho de que estemos ahora tranquilamente conversando, lo siento intensamente feliz.

-El pesimista siempre está preparado para lo peor.

Y vives agradeciendo cada instante. No doy por sentado nada, pero ya que sucede, lo absorbo y lo degusto al máximo.

AUTOFICHA:

- “Soy José Ricardo Wiesse Rebagliati. Tengo 68 años. Nací en Lima. Acabé el colegio y entré a Letras, pero me quedé con Bellas Artes. Luego estuve un año en Francia y otro en Inglaterra estudiando grabado, desde ahí no hago grabado, es que la pintura me captura”.

- “Habré tenido unas 40, 50 muestras, no sé. No tengo idea de cuántos cuadros tengo acá (en el taller) y dibujos menos, pero en la pandemia he dibujado como seis cuadernos de 100 páginas cada uno; a veces hago 10 en un día, 30 en otro día, otras veces uno o nada”.

- “Permanecer indiferente frente a (las Líneas de) Nazca es imposible. Es un lienzo gigante que gravita tanto sobre mis sueños, sobre mi imaginación, es tan contundente. Las he sobrevolado muchas veces y todas las que puedo. Mi primer vuelo fue a los 20 años, fue como perder la virginidad (risas)”.

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