Recuerdo de una reunión con Alan. (Foto: USI)
Recuerdo de una reunión con Alan. (Foto: USI)

Dedico esta columna a la memoria de Alan García. Allá por abril de 2010, Richard Webb me propuso dar una conferencia, auspiciada por el Instituto del Perú, en honor al economista Esteban Hnyilicza, que acababa de fallecer. En la charla me aventuré con un pronóstico del 8% para el PBI en 2010; cifra que fue corroborada al cierre; en 2009 la tasa había sido cero por la crisis. Horas después, recibí una llamada de Joselo García Belaunde, entonces canciller; me dijo que Alan quería verme para que le explicara lo del 8%. Preparé una presentación PPT con mis argumentos y cálculos, y se me ocurrió incluir un par de láminas ‘con chispa’, a modo de granito de arena para reencauzar una relación que, durante su primer gobierno –en que me tocó negociar por el Banco Mundial–, no había sido buena.

En una de las láminas ‘chispa’ planté una cita del Talmud Babilónico, con la esperanza de provocar alguna reacción de un hombre tan culto como él. La cita en cuestión: “Una persona debería tratar de dividir su dinero en tres: un tercio en tierras, un tercio en negocios y un tercio en la mano”. Encajaba como anillo al dedo para ilustrar la tesis de que la sólida posición de reservas del BCR había sido clave para evitar la recesión en 2009 y facilitar el rebote en 2010.

Y efectivamente, en la reunión, que fue en Palacio al día siguiente –presente también Joselo–, al llegar a la lámina, me espetó:

AG: Curioso, primera vez que escucho a un español argumentar con citas talmúdicas, porque usted es español, ¿verdad?

RL: Sí, pero no ejerzo cuando estoy en Perú. Risas.

AG: ¿Y de dónde en España?

RL: Cerca de San Sebastián.

AG: O sea, vasco.

RL: Sí, pero solo de nacimiento. Risas.

AG: ¿Y lo del Talmud? ¿Es usted judío?

RL: No, solo aficionado. Más risas.

En la segunda lámina ‘chispa’, traté de sacar rédito de la francofonía de García; lo hice valiéndome de una cita de Frederic Bastiat, un ensayista liberal francés del s. XIX. Mi idea era argumentar contra un plan de gasto keynesiano que, por aquel entonces, estaba en boga; en primer lugar, en vista de mi análisis de que la economía iba hacia el 8%; y, en segundo, porque se abriría la compuerta a pedidos grandiosos de gasto que redundarían en derroche y deterioro de las reservas, dado que, y ahí iba la cita, “L’Etat, c’est la grande fiction par laquelle tout le monde s’efforce de vivre aux dépens de tout le monde”, que se traduce como “el Estado es la gran ficción en la que todos tratan de vivir a costa de todos los demás”.

El presidente se interesó tanto por la obra de Bastiat que al final de la reunión, y ya en tiempo extra, volvió a sacar el tema. Pasamos a comentar la sátira de los productores de velas que acuden al Congreso con un pedido para que legisle la prohibición de las casas con ventanas, para “combatir la competencia desleal del sol”, el sofisma del cristal roto, y varios otros. Al despedirse me dijo: “Voy a comprar las obras completas de Bastiat”; repliqué: “Yo se las regalo, a ver si encuentro la edición en francés”.

Las pude conseguir en Amazon. Meses después viajé a Lima a dar una charla en la Conferencia del Oro; después de mi sesión, salí a la entrada del Swissotel a fumar un cigarro, y en eso llega el coche del presidente que venía a clausurar el evento; al verme a unos metros me grita: “Lago, aquí está prohibido fumar en los hoteles. Además, ¿dónde están mis libros?”. Se los entregué al día siguiente en Palacio. Descanse en paz.

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