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Patologías de la estimulación perpetua (1)
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La crisis de 2008 nos dejó una serie de tareas; reformas ineludibles como: fortalecimiento de instituciones financieras; viabilidad de sistemas de pensiones; flexibilización de mercados laborales; sostenibilidad de la deuda pública; y racionalización de burocracias y despilfarros, entre otras. El caso es que, en general, ha habido más retrocesos que avances y, además, se han creado nuevos problemas, como la guerra comercial y los nacionalismos económicos. Las condiciones para una nueva crisis están dadas.
Para tratar de evitarla, y ante la inacción en cuanto a reformas, los banqueros centrales decidieron, hace ya una década, entrar a la carga con emisiones monetarias masivas que –como hasta ahora no han provocado inflación en bienes y servicios– han mantenido año tras año. Pero esta política ha tenido al menos cuatro efectos indeseables que, a mi juicio, nos puede conducir a una crisis mayor: (a) sobrevaluación de las bolsas, bienes raíces y otros activos similar a la de 2000; (b) exceso de endeudamiento comparable al de 2008; (c) deterioro de la distribución del ingreso; y (c) tasas de interés cercanas a cero que han pauperizado a pensionistas que viven del rédito de sus ahorros. Hoy me refiero a este cuarto tema.
Cuando uno presta dinero (o lo deposita en un banco) lo normal es que le paguen interés. Así ha sido siempre, desde los sumerios hace dos mil años, como lo ilustran las 733 páginas de Una historia de las tasas de interés que publicó el banquero Sidney Homer en los sesenta. Pero ¿siempre?; bueno no, desde hace unos años hemos visto que hay casos en que ocurre precisamente lo contrario: el que presta tiene que pagar interés al que recibe el dinero. Un mundo al revés que, curiosamente, viene ganando terreno. Según Bloomberg, de una muestra de bonos públicos y privados, que asciende a 55 billones de dólares (trillions, en inglés), 13 billones en bonos –o 20%– pagan tasas negativas. Por ejemplo, el precio de un bono soberano de Alemania, a diez años y sin interés, es 104 euro; si uno lo mantiene a vencimiento, al final le devuelven 100 euros; una rentabilidad anual de menos 0.4%. Lo mismo ocurre con el bono holandés, menos 0.3%, o el francés o japonés, menos 0.2%, o el bono suizo, con un respetable menos 0.7%. Algo así como ‘tú me guardas mi dinero y yo te pago’.
Estamos por lo tanto ante una aberración histórica y también lógica. Fue el austriaco Eugen von Böhm-Bawerk (1851-1914) quien estableció los dos factores que explican por qué la tasa de interés debe ser positiva: (1) preferencia temporal, los consumidores prefieren un bien hoy a la promesa de entrega de dicho bien mañana, por lo que hay que pagarles interés para que ahorren; si el interés baja consumirán más/ahorrarán menos ; (2) productividad temporal, lo normal es que la naturaleza y la tecnología hagan posible que, en un proyecto de inversión, por cada unidad de valor invertida hoy se obtenga algo más que una unidad de valor en el futuro.
Desde que el papel moneda reemplazó al oro como medio de pago, sin embargo, los bancos centrales pueden imprimir dinero. Eso quiere decir que pueden poner en marcha la máquina de emisión para prestar dinero que nadie antes ha ahorrado. Hasta hace una década no lo hacían porque el exceso de emisión provocaba inflación. ¿Por qué ahora no? ¿Será que han descubierto algo nuevo? En mi próxima entrega va mi explicación.
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