Los usos y abusos de la política monetaria (segunda parte)
Los usos y abusos de la política monetaria (segunda parte)

La acción decidida del banco central, ante una crisis o una recesión, es un buen uso de la política monetaria. Hasta aquí todos de acuerdo. Algo muy distinto es pensar que la utilización prolongada de la emisión de moneda pueda contribuir a la prosperidad; a menos que uno sea capaz de creer que imprimiendo papel se pueda crear riqueza, cual mago que saca conejos de la chistera; en ese ‘país de las maravillas de Alicia’ sería posible eliminar la pobreza de cuajo.

Como muestra la gráfica, en los últimos doce años, los cuatro mayores bancos centrales han incrementado la cantidad de dinero (base monetaria) de 5 billones de dólares a casi 20, es decir, un 300%. Por su parte, el crecimiento del PBI mundial, acumulado en el periodo, ha sido nueve veces menor: 35%. En la Venezuela de Maduro o el Zimbabue de Mugabe, tal desproporción de medios de pago desemboca en hiperinflación. La inflación mundial en dicho periodo, sin embargo, apenas ha sido 2% anual (26% acumulado en el periodo). ¿Por qué?

Hay dos razones. La primera es la herencia de exceso de capacidad a nivel mundial que heredamos de la crisis de 2008 y que ha sido perpetuada por la abundancia de crédito barato que ha promovido artificialmente la inversión en sectores con exceso de capacidad. Como expliqué hace unos meses (en ‘Patologías de la estimulación perpetua’), una tasa real negativa hace rentable invertir un dólar en un proyecto, aunque su flujo de caja acumulado tenga un valor presente inferior a un dólar. En la última década, si uno descuenta la prima de riesgo crediticio de la tasa de interés a que acceden muchos prestatarios, lo que queda es una tasa real negativa. La segunda razón es que el exceso de dinero se ha ido a inflar el precio de los activos: acciones, bienes raíces, obras de arte y bonos (una tasa de interés artificialmente baja es precisamente el reverso de un bono caro). En resumen, una parte de la liquidez inyectada se ha traducido en demanda de bienes y servicios que, con la prolongación del exceso de capacidad, se ha podido satisfacer sin presiones inflacionarias y el resto de la liquidez ha empujado al alza el precio de los activos, generando ‘fake wealth’.

Dos preguntas claves: ¿es deseable este modelo? ¿Se puede reproducir sin límites? La respuesta a ambas preguntas es un no rotundo. Lo adecuado hubiera sido fijarse un plazo para eliminar el exceso de capacidad; la política de abundancia artificial de crédito hace justo lo contrario pues perpetúa el exceso. Es más, en el proceso se pone en marcha una bomba de tiempo de endeudamiento progresivo de países, empresas, y proyectos zombis que inevitablemente entrarán en default en el momento en que ya no se pueda reproducir el modelo, provocando una crisis financiera posterior y mucho peor. ¿Pero cuándo? Desafortunadamente, parece que no hay determinación política de parar esta dinámica infernal hasta que aparezcan señales claras de inflación.

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