En el Congreso de los EE.UU., esta semana se dio el siguiente diálogo entre Rashida Tlaib, la representante del Partido Demócrata, y Jamie Dimon, emblemático director ejecutivo del banco JP Morgan. “Por favor, responda con un simple sí o no. ¿Su banco tiene una política contra la financiación de nuevos productos de petróleo y gas, Sr. Dimon?”, preguntó Tlaib.
“Absolutamente no, y ese sería el camino al infierno para Estados Unidos”, dijo Dimon en respuesta. También fue más allá y dijo que su país necesitaba invertir más, no menos, en petróleo y gas.
La verdad sea dicha; el mundo requiere unos 100 millones de barriles de petróleo cada día y la crisis de Ucrania ha desnudado lo precario que es el avance en energías limpias aún. Los precios se han ido a las nubes con el afán de sacar a Rusia del mercado. Afán que ciertamente no ha tenido mayor éxito.
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No hay forma de controlar –y no hablo de detener– el calentamiento global inducido por los combustibles fósiles sin tener una fuente alternativa y confiable. Eso lo sabe Dimon, usted y yo.
¿Cómo vamos a invertir en innovación con los niveles de deuda pública y privada con los que el mundo entra en una nueva recesión?
Tiempos complejos.