En 2004 terminaba mi internado y debía buscar mis primeros pacientes de manera independiente. Era aterrador, tenía 23 años, no me sentía preparado. Por otra parte, mis amigos del colegio habían estudiado carreras más científicas y pragmáticas, por lo cual casi todos ya tenían trabajo, es decir, sentido de vida, sueldo, gratificaciones, CTS, AFP, etc. Yo no tenía ni para pagar la luz del consultorio que me habían prestado. La psicoterapia es un oficio hermoso, pero uno tiene que tener una tolerancia alta a la soledad, mucha fe en que las cosas irán bien poco a poco, soportar la falta de estructura y tener la disciplina para ir construyéndola uno mismo con el paso del tiempo.

Así abrí el consultorio, con tres pacientes ad honorem que habían querido continuar conmigo después del internado. Como habían sido pacientes supervisados por un año, la escuela de psicoterapia psicoanalítica clínica y aplicada tuvo la generosidad de dejar que me los llevara. Llegó la hora en que podía empezar a cobrar por mi trabajo, estaba finalmente licenciado y colegiado. En los primeros tres meses me llegó UN paciente. Se llamaba J, y pensé que me dejaría luego de la primera sesión, pues yo tenía 23 y el 58. Venía por un sufrimiento muy grande: lo habían apartado de su única hija de seis años (y a ella de su padre). La madre se la llevó y él no podía verla, por años. Creo que vio en mí a una especie de hijo, y quizá yo a una suerte de padre. Él hablaba, yo lo escuchaba. Aprendía de él, lo acompañaba. Era una persona solitaria, sensible, noble. Pasaron 20 años y nunca pudo estar con su hija, se fue a USA. Solo la pudo ver en contadas ocasiones. Ella estaba siempre en su mente y en su corazón. J se quedó conmigo veinte años, después de unos cuantos del principio ya no necesitaba terapia, pero él quería seguir viniendo. Hace un año, a sus 78 de edad, le diagnosticaron cáncer terminal. Le dieron un año de vida y hace unas semanas me tocó ir a UCI a despedirme de él, conversamos, nos abrazamos. A los dos días murió.

El paciente le da sentido a la vida del doctor; el paciente ayuda al terapeuta por dejarlo ayudar. Lo cura. El profesor aprende del alumno. El padre es feliz gracias al hijo.