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El estrés de los menores
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Ha aumentado el número de niños y adolescentes con todas las características físicas y psicológicas del estrés. Estamos presionando demasiado, de manera desordenada y sin ofrecer colchones que amortigüen los efectos de nuestras exigencias. Nuestros niños están apurados, llevados de taller en taller por nuestro temor de que las fuentes tradicionales de información y formación –el colegio y la familia– no sean suficientes para prepararlos para el futuro.
Están ocupados todo el día realizando actividades organizadas desde fuera y no pueden asumir un ocio creativo, vale decir, actividades que vienen desde adentro de uno mismo y que son igualmente importantes para el desarrollo emocional e intelectual.
Por otro lado, las instituciones educativas sienten la pegada de la competencia y ponen en marcha programas que generan exigencias duras. Desde pequeños, los niños están inundados de tareas que les toman horas y son sometidos a sistemas de calificación que los mantienen a ellos y sus padres pendientes de los resultados antes que de los procesos.
Los adolescentes, entre los bachilleratos internacionales y prepararse para ingresar a la universidad, no tienen tiempo para elaborar emocionalmente la finalización del periodo escolar. Quedan exhaustos, y muchas veces, cuando logran transponer la valla, no saben bien qué es lo que hacen al otro lado. Es el origen de un primer ciclo desastroso o conductas de riesgo.
Deberíamos pensar dos veces antes de decir a nuestros hijos: “Lo único que tú tienes que hacer es ir al colegio”, y, sí más bien, ofrecerles nuestra presencia para hacer cosas no estructuradas y dejarles tiempo para… pues no hacer nada.
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