Un amigo me pregunta si lo de Chile podría pasar aquí. No es algo tan sencillo de responder. Ni el propio Chile se lo imaginó. Piñera pasó de gobernar “un verdadero oasis” a declarar la guerra a “un enemigo poderoso e implacable”. Esquizofrenia política y el tacto de un elefante en cristalería por donde se mire. Pues ni oasis ni guerra. Bastaron 30 pesos más en el pasaje del metro —el dólar allá cotiza a 725 pesos, así que saque pluma— para que se ponga en cuestión un proceso de 30 años.

El modelo ejemplar de América Latina tenía, pues, varios muertos en el armario: pensiones y sueldos miserables, la educación y la salud venidas a menos, los altos sueldos de la clase política, una inseguridad ciudadana galopante y denuncias de corrupción en la Policía y las Fuerzas Armadas. Seguramente que le suena muy familiar —como a mi amigo— esta lista de supermercado que acumula por años el sistema con la sociedad chilena. Pasa en Chile, puede pasar acá. Pasa en la vida, pasa en TNT. “Aquí la situación no es muy diferente a la del vecino del sur, solo que somos más callados”. ¿Cuánto tiempo más tendrá la razón Hugo Ñopo?

Yo de chico recuerdo que, en el furor de la campaña de 1990, apareció en la tele Hernán Büchi. Era el exitoso ministro de Economía pinochetista. Nos traía la fórmula para salir de la debacle aprista. Sus recetas fueron aplicadas casi como un calco. Porque por entonces no había otra. Pero hoy es otro momento. El modelo ya no puede seguir mirándose en el espejo macroeconómico. “A otros les enseñaron secretos que a ti no, a otros dieron de verdad esa cosa llamada educación”. 1’200,000 chilenos cantaron a Los Prisioneros otra vez; el peor error es desoírlos o creer en la brisita de un baldío y tirano como Cabello. Escuchen más a Carville que a Büchi. ¡Es la economía, estúpido!

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