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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La tensión entre Arabia Saudita e Irán no es algo nuevo. La dinastía saudita que tomó el poder de Arabia en 1932 implementa, desde entonces, un régimen salafista (fundamentalista sunita), mientras que Irán, desde la revolución islámica de 1979, intenta expandir la influencia de su régimen fundamentalista chiita.

El sunismo es la rama mayoritaria del islam (80%) y el chiismo la segunda más extendida. Desde que el ayatola Khomeini anunció en 1979 que la revolución islámica chiita comenzaba en Irán pero llegaría a La Meca, Medina (ambas en Arabia) y otras ciudades sagradas para el islam –apoyando a guerrillas y fanáticos chiitas como Hezbollah (Líbano), los houthi (Yemen)–, Arabia Saudita hizo lo mismo financiando a los talibanes en Asia central, Al Qaeda, Hamas, e incluso al Estado Islámico. Todos grupos islamistas que luego se "revelaron contra su patrocinador" por sus buenas relaciones con Occidente.

El conflicto sunita-chiita surgió luego del fallecimiento de Mahoma, en el siglo 7, por la pugna entre dos bandos que proclamaban el derecho de suceder al fundador del islam como líder (califa) del primer imperio establecido por el profeta y caudillo. Desde entonces, fanáticos de ambas ramas se fueron distanciando, no solo por sus luchas territoriales, sino también por interpretaciones distintas del Corán.

Con los conflictos de Iraq, Siria, Libia y Yemen, todos vinculados al conflicto sunita-chiita, es imprescindible que saudíes e iraníes logren un mínimo consenso para pacificar su región, pero la ejecución del disidente chiita, el imán Nimr al Nimr, pone en peligro este objetivo. ¿Su ejecución fue una torpe decisión por la inexperiencia del nuevo rey saudita o busca repotenciar el conflicto para impedir que Irán se reincorpore en alianzas internacionales?

(arielsegal@hotmail.com)