Río de Janeiro. [AFP]. Guardias maratónicas, salarios bajos y presión psicológica por temor a llevar el a casa: así es la rutina de los enfermeros en Brasil, en su mayoría mujeres, donde más de 181 profesionales han fallecido en la línea de frente de la pandemia.

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Hans Bossan es uno de los 18.000 casos de COVID-19 reportados entre trabajadores de esta área.

Somos muy desvalorizados. Los enfermeros lidiamos directamente con los pacientes, con el virus, en esa zona de guerra. No todos perciben eso”, explica en su casa en Sao Gonçalo, un municipio de clase predominantemente baja en la región metropolitana de Río de Janeiro donde vive con su esposa y su hija de dos años.

Faltan pocas horas para iniciar una semana laboral de 72 horas (en dos hospitales y una emergencia móvil) que lo mantiene lejos de casa de miércoles a domingo, con breves intervalos para descansar y alimentarse.

La Enfermería siempre fue una profesión sobrecargada y con esta pandemia empeoró”.

Asintomático, Hans fue diagnosticado con COVID-19 durante una ronda de exámenes. Cumplió 15 días de aislamiento en casa y luego se reintegró. Presume que la sobrecarga laboral perjudicó sus defensas.

Hago una guardia tras otra para suplir las necesidades de los hospitales [sustituyendo a colegas enfermos] y sustentar a mi familia. Con un solo empleo no me alcanza”.

Momento de “angustia” y “depresión”

Según el Consejo Federal de Enfermería (Cofen) de Brasil, el salario mensual medio de la categoría (enfermeros, técnicos y asistentes de Enfermería) es de 3.000 reales (US$ 600), para una carga horaria de 30 a 44 horas por semana.

La entidad reivindica desde hace años un piso salarial de 6.000 reales.

Los enfermeros “viven este momento con mucha angustia y depresión”, dice Nadia Mattos, vicepresidenta del Cofen, que montó un servicio virtual de atención psicológica de 24 horas al día.

Los profesionales de la salud enfrentaron el primer aluvión de casos con falta de equipos de protección (EPI) y de entrenamiento adecuados, critica Mattos.

Aunque esto ha mejorado, “todavía recibimos muchas denuncias sobre falta de EPI y principalmente sobre equipos de baja calidad”, señala.

De los 2,3 millones de enfermeros registrados en Brasil, más del 80% son mujeres.

Esto implica que después de jornadas dobles o triples, muchas regresan al hogar para ocuparse de sus propios familiares, con la preocupación de no transmitirles el virus.

Según el Consejo Internacional de Enfermeras, con sede en Ginebra, más de 600 profesionales han fallecido en todo el mundo víctimas del nuevo coronavirus, aunque la organización aclara que esta cifra abarca “un número limitado” de países.

De los 181 fallecidos que el Cofen contabiliza en Brasil, 39 trabajaban en el estado de Sao Paulo y 36 en Río de Janeiro. Dos eran colegas cercanos de Hans.

“El amor nos levanta”

Es viernes y después de almorzar Hans regresa al Centro de Terapia Intensiva del Hospital Ernesto Che Guevara en Maricá (a 60 kilómetros de Río de Janeiro), una unidad pública de excelencia inaugurada hace un mes.

Ya acumula más de 40 horas en tres guardias diferentes, pero no luce cansado.

Antes de ingresar a la sala se paramenta con un kit de máscara, guantes, túnica, gorra quirúrgica y escudo facial. Se mueve con agilidad al chequear el estado de los pacientes, vigilando los monitores que con pitidos constantes sonorizan el ambiente.

Aquí no faltan recursos. Cuatro médicos y al menos cinco enfermeros cuidan de una decena de pacientes con insuficiencia respiratoria, uno de los síntomas del nuevo coronavirus.

Algunos están entubados y sedados. Otros, como Eliane Lima, están despiertos.

Los médicos y enfermeros son excelentes. Nos cuidan con mucho amor, tan necesario en un lugar como este. El amor y el cariño nos levantan”, cuenta esta mujer de 56 años que respira ayudada por una máscara de oxígeno.

En el pabellón de cuidados semiintensivos, la técnica de Enfermería Flavia Menezes lamenta haber perdido a varios colegas y defiende un mayor reconocimiento (salarial y simbólico) para la profesión, a la que define como “el arte de cuidar”.

Con orgullo, repite la frase que mandó a estampar en una camiseta: “No toda heroína viste capa”.

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