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Se cumplen 30 años de Tarata, el mayor atentado en Lima que dejó 25 muertos y 155 heridos

Han pasado tres décadas desde aquella noche del 16 de julio de 1992, cuando el grupo terrorista Sendero Luminoso actuó en Lima con odio y ferocidad. Esa noche eterna y dolorosa cundió el terror y la muerte en una calle de Miraflores.

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Una escena del día posterior al atentado terrorista de Sendero Luminoso en la calle Tarata, en Miraflores. (Foto: Archivo Epensa).
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Nadie que haya vivido en ese instante en los edificios ‘Tarata’, ‘Residencial Central’, ‘El Condado’, ‘San Carlos’ y ‘San Pedro’, en el jirón Tarata, en Miraflores, podía imaginar que esa noche del jueves 16 de julio de 1992 viviría el infierno en la tierra. Y ese infierno lo propició el grupo terrorista más feroz de esos años: Sendero Luminoso (SL), cuyo cabecilla fue el mayor genocida de la historia peruana, Abimael Guzmán. Fue una historia trágica y, a la vez, significó el final de siete meses continuos de inmisericordes atentados demenciales en Lima.
El terrorismo de la banda delincuencial de SL actuó bajo las sombras en la capital, que sobrevivió esa incontrolable insania durante todo ese año de 1992. Solo entre enero y julio de ese año, los delincuentes terroristas habían hecho estallar 37 coches-bomba en la ciudad. Lima entonces parecía una zona de guerra y los ciudadanos sus víctimas indefensas.
El peor de los atentados senderistas ocurrió, ciertamente, en la segunda cuadra de la calle Tarata, en Miraflores. Eran las 9 de la noche, aproximadamente, de ese 16 de julio de 1992, cuando la ferocidad terrorista castigó duramente la pequeña y estrecha calle. La onda expansiva afectó también una zona amplia de esa parte del distrito de Miraflores.
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Y es que, a la violenta explosión de un primer automóvil en el interior de la calle, le siguió un segundo coche-bomba que reventó en la esquina de Tarata y Alcanfores. La explosión de 400 kilos de anfo y dinamita en plena calle destruyó no solo viviendas multifamiliares y locales comerciales sino también otros vehículos y bancos a 300 metros a la redonda.
En Miraflores, no solo fueron afectados los edificios ya mencionados; en igual o menor medida lo fueron los hoteles Las Américas, César’s y Diplomat; los bancos Continental, De Crédito, Popular, Industrial, Del Sur, Interbank, Mutual Perú; y las tiendas Mass, Scala, Studium, Galerías Persia, Le Baron, La Americana, Galerías Larco, La Pluma de Oro, entre otros locales ubicados a varias cuadras de distancia de la calle Tarata.
La Policía Nacional del Perú cumplió su rol e informó que habían sido detenidos, en las cercanías del lugar del atentado, dos presuntos terroristas de SL: un hombre, en la calle Shell, tras un tiroteo con vigilantes del Banco de Crédito; y una mujer, a tres cuadras de donde se produjo el estallido. La búsqueda de otros terroristas fue incesante y daría sus frutos tiempo después. Pero esa noche fue difícil conciliar el sueño en Miraflores, en Lima y en casi todo el país. Así era el terror de SL.
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EL TERROR DE ESA NOCHE SE EXTENDIÓ A TODA LIMA
Pero aquella noche del 16 de julio de 1992, ocurrieron otras explosiones en diversos lugares de Lima. Las noticias se multiplicaban, y señalaban que en el distrito de Villa María del Triunfo (VTM), al sur de la capital, una torre de alta tensión había sido derribada por un comando terrorista de SL. El hecho ocurrió en el asentamiento humano ‘Nueva Esperanza’; allí hubo tiroteos contra la comisaría del sector.
En ese sector de VTM, a una cuadra del puesto policial, los terroristas habían ubicado una camioneta con otros 400 kilos del mismo material explosivo que el de Tarata: anfo/dinamita. Pero ese coche-bomba fue desactivado oportunamente.
No obstante, no sólo en el cono sur de Lima hubo terror; también sucedió lo mismo en el Callao, donde las detonaciones terroristas tuvieron como objetivo la comisaría del primer puerto, en la urbanización Ramón Castilla.
La Victoria, uno de los distritos más populosos de la capital, también sufrió el acoso de SL. Fue en dos sectores: un atentado que remeció las instalaciones del Banco Latino, ubicado en el cruce de las avenidas Parinacochas y México; y el otro fue un estallido ensordecedor que ocurrió en el grifo del cruce del jirón Huánuco con Isabel La Católica.
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Todos estos fueron actos delincuenciales, debidamente coordinados. Sin embargo, lo ocurrido en la calle Tarata de Miraflores fue inconcebible, con sus 25 muertos y 155 heridos; además de las 360 viviendas seriamente afectadas.
Al día siguiente, el viernes 17 de julio de 1991, otra carga explosiva detonaría a las cinco y media de la mañana en la comisaría de Villa El Salvador. Esa vez, fueron 150 kilos de explosivos. Quizás aquello fue la gota que rebalsó el vaso del Primado de la Iglesia Católica y arzobispo limeño de entonces, monseñor Augusto Vargas Alzamora.
Esa mañana, monseñor Vargas Alzamora escribió una conmovedora “Carta abierta a Lima”, en la que expresó su dolor e indignación. Allí el religioso exigió a los terroristas, de la manera más directa, que no causaran más aflicción al pueblo. “¡Basta ya de destruir!”, les invocó. Ese fue el mensaje -o el grito- que todo el país sintió como suyo.
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