©  Javier Ferrand.  Mariella Agois. Lima, 1988.
© Javier Ferrand. Mariella Agois. Lima, 1988.

Despierta mariposa, tenemos millas por recorrer juntos.

(Matsuo Basho)

Por Juan Enrique Bedoya GM.

En el año de 1976, un grupo de jóvenes limeños fundaba la Asociación Cultural Secuencia, inaugurando el momento moderno de la fotografía local. Entre ellos, destacaba por su entusiasmo y determinación una muy joven fotógrafa conocida como “Flash Capilar”–por su peinado pelirrojo afro de época–, de apenas veinte años.

Así como Fernando la Rosa marcaría el liderazgo de ese momento fundacional, a la joven Mariella Agois, pese a su corta edad, le tocó asumir la ardua tarea de velar por la viabilidad material de ese proyecto. Es decir, asegurar el pago del agua y la luz. Nada menos.

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Ya para 1980, los miembros mayores de Secuencia habían emigrado al exterior, siendo Mariella a quien correspondió la tarea de cerrar la asociación y, luego, preservar por muchos años, con cariño y responsabilidad, su valioso legado documentario que finalmente pasaría a los archivos del Museo de Arte de Lima, hoy a disposición de los investigadores.

Mariella no solo destacaría por su sentido de compañerismo y desprendimiento–virtudes del trato que siempre dispensó a sus amigos– para impulsar la joven fotografía peruana. Sería, a su vez, una de las representantes más talentosas y brillantes de su generación. Y debe decirse, pese a su breve paso por la fotografía, una de las figuras más destacadas de la larga tradición fotográfica peruana.

Mario Montalbetti, Mariella Agois y Mirko Lauer. Oficinas de Secuencia. Lima, circa 1977-78. © Archivo Secuencia.
Mario Montalbetti, Mariella Agois y Mirko Lauer. Oficinas de Secuencia. Lima, circa 1977-78. © Archivo Secuencia.

A pesar de haber intervenido en muestras colectivas previas, quizás la sensibilidad artística de Mariella se pondría plenamente de manifiesto en su primera muestra individual: Transformaciones (Secuencia Fotogalería,1977). En ella presentaría una serie de fotos de cuerpos deformados por el agua de una piscina, a manera de composiciones sintéticas. Recuerdan sus imágenes, en clave abstracta, a la célebre fotografía de André Kertész del cuerpo de un soldado herido en ocasión de la Primera Guerra Mundial, flotando inerte y boca abajo en una piscina de rehabilitación (Underwater Swimmer, Esztergom, Hungría, 1917).

Postal de Aaron Siskind a Mariella Agois en ocasión de su primera muestra en 1977. © Archivo Mariella Agois.
Postal de Aaron Siskind a Mariella Agois en ocasión de su primera muestra en 1977. © Archivo Mariella Agois.

Anteriormente, en 1976, buscando nuevas experiencias, Agois viajaría a Millerton, Nueva York, para participar en los famosos talleres de verano de Apeiron donde se congregaban los mejores fotógrafos de la época (Robert Frank, Lee Friedlander, Aaron Siskind, entre otros). En dicha ocasión, establecería amistad con Lauren Shaw, joven fotógrafa norteamericana que un año después la visitaría en Lima con una bolsa llena de cámaras de plástico Diana y una Polaroid SX-70. Al finalizar su travesía peruana, Shaw le dejaría de regalo a Mariella una de sus cámaras Diana y, sin saberlo, definiría con ello el germen de uno de los momentos mayores de la fotografía moderna peruana de segunda mitad del siglo veinte.

Mariella Agois y Fernando La Rosa. Secuencia Fotogalería, circa 1976-77. © Archivo Secuencia.
Mariella Agois y Fernando La Rosa. Secuencia Fotogalería, circa 1976-77. © Archivo Secuencia.

Entre los años 1978 y 1980, transición entre el régimen militar y la renovada promesa democrática Mariella, acompañada de su cámara de juguete, recorrería las playas de la costanera limeña para crear su serie cumbre, lacónicamente titulada “Chorrillos”. Sin duda, una de las obras maestras del modernismo latinoamericano legadas a la posteridad –al igual que las series de ventanas de Fernando la Rosa y los paisajes circulares de Billy Hare– y que, sin duda, sobrevivirá al severo juicio del tiempo. Mariella apenas tenía entre veintidós y veinticuatro años cuando fotografió las playas de Lima, mostrando un dominio y madurez en su oficio que muchos no llegan a alcanzar incluso al final de una larga carrera y luego de innumerables intentos.

© Mariella Agois. Transformaciones, 1977.
© Mariella Agois. Transformaciones, 1977.

“Chorrillos” no solo describe la topografía y el verano popular del litoral limeño, hecho que inauguraría un tópico que recorrerían posteriormente otros fotógrafos (ahí una de las medidas de lo que constituye una obra maestra, el generar tendencias). También los reduce a su esencia bajo formas anónimas y por momentos abstractas, enfatizadas por el claro oscuro y la indefinición propias de las aberraciones del lente plástico de una cámara de juguete. La serie, compuesta por más de veinte imágenes, transmite belleza y misterio; figuras seccionadas sin identidad particular (sino colectiva y platónica), formando tensiones de precisión matemática. Vista y revisitada más de una vez luego de su primera versión presentada en 1981 en la legendaria galería La Rama Dorada (regentada por su joven amigo y compañero de generación, el destacado pintor Hernán Pazos)i, “Chorrillos” sigue manteniendo su misma potencia y rotunda belleza. Lograr eso y a esa edad, no es sencillo.

© Lauren Shaw. Mariella Agois. Lima, 1977. (Polaroid).
© Lauren Shaw. Mariella Agois. Lima, 1977. (Polaroid).

Para 1985, ya deshecha la experiencia de Secuencia, Agois decidiría empezar de cero y retomaría con sabiduría el papel de estudiante para emprender viaje al prestigioso Art Institute de Chicago. Según sus palabras, en busca de la expansión de su formación fotográfica bajo nuevas técnicas, oficios y retos.

Luego de una primera etapa de transición en la que experimentaría con la hibridación de disciplinas tomando como punto de partida la fotografía, Mariella optaría por la pintura, iniciando una larga y destacada trayectoria que otros podrán reseñar mejor. El proceso de su trabajo llevaría con el tiempo a la síntesis más aguda de la forma y la abstracción: la geometría. Sin embargo, no es difícil hacer notar en su obra última los ecos de las preocupaciones formales que ya eran notorias en sus proyectos primeros en fotografía. Una única y permanente sensibilidad, que se reinventa y renueva con el paso de los años. Para el espectador, la vieja magdalena de Proust camuflada pero reconocible, en nuevos colores, patrones y formas.

Diana Shaw-Agois. Lima, 1977.
Diana Shaw-Agois. Lima, 1977.

La fotografía y la pintura peruana cuentan con grandes exponentes. Sin embargo, no es fácil rescatar el caso de una artista que haya podido alcanzar, al mismo tiempo, idéntico brillo y excelencia en ambas disciplinas.

Una vida fructífera dedicada y consagrada al arte, como a su familia y a los amigos. Un refinamiento estético puesto de manifiesto en todo lo emprendido, incluso en cosas tan simples como ubicar una manzana sobre una mesa. Un ojo sensible y empático para la belleza, en lo prosaico y lo sofisticado a la vez. Nutrida de la tradición de las bellas artes, en el estudio del pasado precolombino como en la austeridad del arte popular, sin distinciones ni jerarquías. Una persona generosa, amable y trabajadora como pocas. Y, para muchos, una amiga única, excepcional e irrepetible, a la que siempre celebraremos y nunca olvidaremos.

© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.
© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.

Flash Capilar, la Roja o simplemente Mariella, fotógrafa, pintora; cocinera o amiga, quieta o desbordada, te vamos a extrañar. Siempre (ars longa, vita brevis).

(i)Previamente, algunas fotografías de la serie “Chorrillos” se incluyeron en la muestra colectiva Diciembre I (Secuencia Fotogalería, 1978).

© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.
© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.


© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.
© Mariella Agois. Chorrillos. Lima 1978 – 1980.

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