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Marcela Robles: “Armando Robles Godoy fue un pionero no solo del cine nacional”

Se acaba de publicar el libro ‘La batalla por el buen cine’, que reúne textos del cineasta Armando Robles Godoy. Perú21 entrevistó a Marcela Robles, escritora e hija del cineasta.

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Fecha Actualización
“Fue el mejor año de nuestra relación”. Marcela Robles describe así al 2010, año en el que Armando Robles Godoy sufrió un accidente, lo que devino, lamentablemente, en su partida. Una década después, se acaba de publicar La batalla por el buen cine (Universidad de Lima), que reúne su labor como crítico en las páginas del diario La Prensa y el suplemento dominical 7 Días del Perú y del Mundo, textos publicados entre 1961 y 1963. Notable selección a cargo del catedrático y crítico de cine Emilio Bustamante.
En el prólogo del libro, Marcela narra que “al principio, no teníamos televisión”. Sin embargo, los describe como días “muy divertidos”, entre el televisor de la vecina y los juegos en la quinta donde vivían. Llegó la Navidad del 58 y Armando sorprendió a su familia con un televisor a tubos, blanco y negro y enorme. Esa medianoche vieron la ópera Amahl y los visitantes de la noche. Recuerda ese momento como el epítome de la belleza y de la sabiduría. Fue como una iniciación sentados sobre una alfombra con cojines.
Su padre le regaló la primera máquina de escribir, una Hermes Baby. No tenía escritorio. Se sentaba en la cama, ponía un banco adelante y empezaba a escribir. Y no paró más. “Era feliz, dichosa”, recuerda. Creó cientos de poemas, pero los echaba a la basura, hasta que su madre encontró uno. Lo leyó y le preguntó por qué lo había botado. “Qué huachafería”, respondió. “Es lindo”, replicó su madre y Marcela guardó el papel.
-¿Cuál era el papel de Armando en ese mundo sin televisión?
Desde que vivíamos en la chacra (Tingo María), Armando jugaba con nosotras en sus ratos libres. No era un padre que jugara todo el tiempo con sus hijitas, pero por ejemplo en la chacra nos construía un columpio, nos mecía en él, nos cantaba una canción. Y ya en la ciudad, era un hombre siempre muy ocupado y muy pendiente de mi madre, porque tenían una relación impresionante, muy apasionada. Y nosotras andábamos por ahí correteando, un poco libremente. Esta es una de las cosas que, de alguna manera, le agradezco a mi padre: esta forma de educarnos de una manera que hoy diría que fue libertaria. Aunque tenía sus dos caras: por un lado era delicioso que te dejaran libre, pero como dábamos nuestros primeros pasos, llegaba un momento en que decías “y ahora de dónde me agarro”, entonces a veces sentías que te estaban dejando un poco sola.
-Irse a vivir a Tingo María en la década del 50 era una decisión libertaria, ¿no?
Libertaria e inaudita. Mi padre tuvo que hacer un gran esfuerzo para convencer a los padres de mi mami de llevársela, porque era como si se la llevara a un lugar desconocido y no la iban a volver a ver más. Él era un pata de 22 años, recién se habían casado. Ahora que lo pienso, fue increíble.
-Armando nació en Nueva York y supongo que tendría una visión distinta del mundo. ¿Por qué se mudaron a la selva?
Bueno, ahora lo único que me queda es especular.
-¿Nunca se lo preguntó?
Una vez mi papá dijo que cuando le hacían algunas preguntas, en realidad, la respuesta iba a salir de su subconsciente más que de su memoria. Y ahora me ocurre lo mismo.
-¿Y qué dice ese subconsciente?
Por lo que me dijo y vi, él era un aventurero, siempre lo fue. Tenía una avidez por descubrir y explorar, igual que su padre. Yo creo que en parte heredó eso de Daniel (Alomía Robles), porque él se paseó por el Perú entero buscando música folclórica. Comprarse en esa época un terreno en la selva para cultivar café, naranjas y tener ganado era una locura. Y mi abuelo era igual.
-¿En esa incursión por Tingo María él empezó a dibujar en su imaginación En la selva no hay estrellas?
Él escribió los cuentos antes de hacer las películas. Eso es lo increíble. Mucha gente piensa que fue al revés. Los cuentos “En la selva no hay estrellas” y “La muralla verde” los escribió primero. Precisamente, el próximo año se publicará una nueva edición de La muralla verde y otras historias. Mi hermana y yo quisimos hacer como un homenaje para recordarlo. Primero surgió la sorpresa de Emilio Bustamante, que me pareció extraordinaria. Y por otro lado, le propuse a Random House (editorial) La muralla verde y otras historias y les dije que ese libro merecía ser reeditado, porque la gente que lo leyó ya se murió y que las nuevas generaciones merecían leer ese libro de cuentos, que en mi opinión, y de muchos otros, es formidable. Entonces, Armando escribió de acuerdo con su experiencia vivida esos dos extraordinarios relatos, que más adelante se convirtieron en extraordinarios filmes.
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-¿Qué se le puede decir a las nuevas generaciones sobre la vida y obra de Armando Robles Godoy? Sobre alguien identificado con el cine, pero que dio talleres durante casi 30 años, lo que me hace pensar que en realidad su vocación era la enseñanza.
Totalmente. Lo primero que se tendría que saber es que era un excelente escritor.
-Y con ideas muy poderosas, como cuando dice: “donde comienza el respeto, termina el arte”. Radical.
Exacto. La muralla verde y otras historias, para mí, es su mejor libro. Creo que hay mucha gente que merece leerlo o releerlo para darse cuenta de que a esa edad ya era un buen escritor. Era un hombre brillante. En su faceta posterior como cineasta se le conocía como el polémico, el provocador, pero me parece que necesitaría consolidarse esta idea de que, además, era un hombre con ideas extraordinarias que plasmó en un primer libro a tan temprana edad. Y ya escribía teatro. Era multifacético.
-Cuando él dice “el realizador quiere crear sin sufrir; el espectador quiere captar sin sufrir. Y así, ni hay creación ni hay captación”, me deja la impresión de que era un creador riguroso, intenso, comprometido, vehemente. ¿Era así?
Era el hombre más intenso que he conocido en mi vida. El hombre más apasionado que he conocido en mi vida. El epígrafe elegido por Emilio Bustamante para el libro es perfecto: “Yo tengo una meta personal muy precisa: hacer cine; y aunque el recorrido sea largo, penoso, complicado y paciente, lo recorreré. Mi labor de crítico forma parte de esa meta, y por eso le doy toda mi capacidad y amor” (1963). Él estaba consciente de que esta labor de crítico era el inicio de esa carrera tan difícil que estaba a punto de emprender. Era un hombre brutal a veces, que decía las cosas por su nombre, pero al mismo tiempo de una capacidad de ternura y emoción.
-¿Armando ganó la batalla?
Absolutamente. Mi película favorita es En la selva no hay estrellas y la sigo viendo, y podría ser una película que se ha hecho hace 10 minutos. Es poderosa, emocionante. Fue un pionero no solo del cine nacional. La muralla verde ganó 18 premios internacionales. Y claro, en su momento no obtuvo el reconocimiento que merecía en el Perú, pero la historia después, como suele ocurrir, corroboró que ahí hay un valor muy grande. Él sentía que había hecho lo que quería. Hacer lo que uno quiere es bien difícil. Poca gente lo logra.
-¿Qué recuerda del 2010, previo a su partida?
Hubo años especiales y felices, pero a medida que él fue envejeciendo se fue dulcificando cada vez más, nos fuimos acercando cada vez más. Porque de jóvenes peleábamos mucho, porque éramos igualitos pues. Nos enfrentábamos mucho. Yo me fui de mi casa a los 16 años, porque de lo contrario nos íbamos a ‘matar’.
-Era muy rebelde, Marcela.
(Se queda en silencio). Sí (y ríe a carcajadas). Los dos sabíamos que tenía que irme y me fui. Pero cuando nos hicimos grandes, nos acercamos mucho. Ya lo podía abrazar y besar a mi antojo, y él se dejaba, le gustaba. Cuando lo llamaba por teléfono le decía “padre querido” y él me decía “hija del alma”. Conversábamos horas de horas. Hablábamos de todo y de nada. Y recuerdo dos cosas que me parecen importantísimas, que fueron dos lecciones memorables de vida: un día que tuvimos una pequeña discusión en su casa, me fui y tiré un portazo. Él siempre salía a despedirme al ascensor. Y esa vez pensé que no iba a salir, y salió. Y me dijo: “acuérdate, que todavía estoy aquí”. Casi me muero. A los pocos meses, empezó la debacle. Y lo segundo, antes de eso, un día me vio muy abrumada y me dijo: “Marce, nosotros ya lo hicimos todo”. Como diciéndome, no seas tan exigente contigo misma, no te flageles.
-En el libro usted le escribe: “no sabes cuánto te extraño”. ¿Qué le diría ahora con el libro en la mano?
Realmente lo extraño. Yo creo que le diría: me haces mucha falta (se queda en silencio).
-¿Hay alguna batalla pendiente en nombre de su padre?
Para nada. Mi padre libró su batalla, tuvo un buen fin y yo siento que después de su partida he hecho todo lo que he debido y he podido hacer por él y por su memoria. Su memoria habla por sí misma en un montón de frentes. Ahora es el disfrute de su memoria y su recuerdo. Ya apareció la palabra fin de esa batalla. Y claro, ahora me toca luchar la mía y que es muy complicada.
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AUTOFICHA:
- "Soy Marcela María del Carmen Robles Rey. Mi madre dio a luz en Lima y mi padre estaba en la selva. Cuando nací, le mandó un cable y le dijo: “saludos a Marcela”, y mi mamá quería ponerme María del Carmen. Nací en 1952, lo que significa que tengo 68 años".
- “Estudié Literatura en la Universidad de Texas en Austin. Y también estudié en el taller de cine de Armando. He publicado 11 libros y estoy escribiendo el próximo, un poemario y aún no tiene nombre. Estuve en el periodismo hasta el 2013 y me dediqué a ser editora de textos”.
- “Estoy en búsqueda de una nueva utopía. La pandemia me ha servido para darme cuenta de que no vamos a regresar a ninguna parte, ni a recuperar lo que había. Y me parece bien. Debemos verlo con esos ojos, en lugar de desesperarse. Lo que se viene será algo nuevo a lo que habrá que adaptarse”.
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