Héroes y antihéroes

Nicolás y Linda andaban montando bicicleta, dando vueltas alrededor de la manzana de la casa de don Aurelio. La madre de Nicolás los miraba por la ventana de la cocina cada vez que estos pasaban por el frente. Eran comienzos de primavera, pero la ciudad permanecía húmeda y el cielo gris. La nariz de Linda emitía un sonidito de alergia al clima y Nicolás la miraba con ternura. El niño, orgulloso, intentaba ganar la carrera, pero ella nunca se dejaba. La excusa de Nicolás era que la bicicleta de Linda tenía llantas más grandes.

–Eres un picón –dijo Linda.

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–Cambiemos de bicicleta, para que veas.

–Te la cambio, si quieres.

Nicolás, ambicioso por el triunfo, se bajó de su vehículo y lo intercambió por el de Linda. La niña estaba confiada en que ganaría. Se pusieron uno al lado del otro y se prepararon para empezar a pedalear descargando todas las revoluciones que tenían. Nicolás la miró antes de empezar, el viento le movía el pelo, se le notaba tan concentrada, sus ojitos mirando el horizonte lo dejaban perplejo, pero ella no lo veía de la misma manera.

–Uno, dos… –dijo Nicolás.

Linda esperaba la señal, pero no lo escuchó más. Cuando la niña volteó a verlo, se encontró con un personaje muy viejo mirando a ambos desde cerca. Era un hombre con la expresión perdida, llevaba una vestimenta holgada y rota por varios lados, tenía el pelo y la barba completamente blancos y una cicatriz que iba desde un lado al otro de la cara.

Este cogió a Nicolás del brazo y lo lanzó contra el suelo para agarrar la bicicleta que montaba. El niño se raspó los codos contra el cemento y empezó a sangrar.

–¡Esa es mi bicicleta! –gritó Linda.

–¿Qué dices, niña? –contestó el horrendo personaje.

Linda se quedó pasmada cuando vio que se le acercaba ese monstruo. Nicolás aprovechó los pocos segundos que tuvo para correr y dar gritos de auxilio hacia su casa. Don Aurelio pudo escucharlo desde su habitación y, con la paciencia que caracteriza a un personaje de película de acción, salió caminando por la puerta principal. Traía una pistola consigo y, dando pasos como en cámara lenta y con rudeza, divisó su objetivo con mirada asesina.

El viejo que cogía la bicicleta con una mano y a la niña con la otra empezaba a perder la confianza que consiguió luego de fumarse el último hit de pasta. Don Aurelio avanzaba convencido de que lo mataría. Se le veía tan poderoso que Nicolás imaginaba sonidos robóticos y una canción de rock pesado de fondo. Don Aurelio apuntó a la cabeza del ladrón y lo obligó a arrodillarse. El tipo lloraba y terminó meándose en los pantalones para luego echar a correr.

–¿Estás bien, Linda? –preguntó don Aurelio.

La pequeña Linda no reaccionaba. Nicolás miraba con miedo desde lejos.

–Entren a la casa.

Los niños obedecieron, mientras temblaban como vibradores.

–¡Mi niño! –gritó la madre de Nicolás.

–Todo está bien –dijo don Aurelio–. Ya mandé a ese drogadicto de mierda a su casa.

Nicolás miró a Linda, se le notaba fría. Tenía la misma palidez de aquella primera vez en que la vio, pero en esta ocasión ella miraba a don Aurelio con un respeto que se confundía con temor. El niño no entendía si le tenía más miedo al ladrón con el corte en la cara o al demente de su padre que había apuntado un revólver a la cabeza de un delincuente.

Nicolás sintió celos, una vez más, por la admiración con que la niña miraba a su padre. Esta vez le hubiese obsequiado su bicicleta al ladrón para que la niña lo mire con esa cara, con ese fervor. Don Aurelio se había convertido una vez más en el héroe.

–¿Estás bien? –repetía don Aurelio a Linda, mientras la tomaba de los hombros y le ayudaba a calmarse.– ¿Acaso no tienes cojones, niño? –continuó volteando a reprocharle a Nicolás.

–Pero… –intentó excusarse.

–Nada de peros. Imagina lo que pudo haberle pasado de no ser por mí –respondió.

–Perdón, pa.

–Tenemos un hijo maricón.

–No digas eso. El pobre está asustado –dijo la madre de Nicolás.

–Si Linda no estuviera aquí viendo, te saco la mierda. He debido dejar que te lleve ese drogadicto –agregó don Aurelio amenazándolo, para luego entrar a la cocina decepcionado.

–No te preocupes, hijito. Yo hablo con él –dijo su madre y le hizo un gesto de cariño sobándole la cabeza antes de ir a calmar a su esposo.

Linda aún no reaccionaba del todo.

–¿Quieres ver tele? –preguntó Nicolás.

–Sí –respondió.

Los dos niños fueron al sillón y se quedaron viendo el programa de moda Nubeluz, mientras sus cuerpos intentaban dejar de temblar y sus mentes, borrar lo sucedido.

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