Julia Wong Kcomt, autora del libro 'Antología poética (1993-2019)'. (Fotos César Campos).
Julia Wong Kcomt, autora del libro 'Antología poética (1993-2019)'. (Fotos César Campos).

Lo primero que se le debe preguntar a es ¿dónde estás? Nació y vivió en Chepén, pero también en California, Macau, Friburgo, Buenos Aires, Almada. “Estoy en Lima”, responde al otro lado del teléfono. Llegó al Perú una semana antes de que empiece el estado de emergencia por la pandemia. Vino de visita, pero se quedó. Mientras tanto, Portugal la espera.

“Tengo la edad de mi madre”. Esta frase abre “Caja chica”, una de las piezas de Antología poética (1993-2019), libro que acaba de ser publicado por la prometedora editorial independiente Gafas Moradas. Conjunto de más de 100 publicados en 14 poemarios durante 26 años. Un viaje cronológico por la edad poética de Julia Wong Kcomt, madre de Gabriela.

Escribía poemas desde chica, tal vez en Chepén, donde vivía su familia, o quizás en Macau, la tierra de su padre, donde Julia empezó una vida de aviones y aeropuertos. La poesía también le sirvió para llenar slams –aquellos cuadernos adolescentes– con poemas sobre la amistad. Y escribía poemas a pedido, para intercambiarlos por ayuda en las labores escolares. Pero, dice, la poesía le ha quedado corta. La vida es más prosaica y necesita otras narrativas, otros caminos.

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-En tu poesía te preguntas “para qué quedarse en un lugar”. ¿Esa frase ha sido tu faro en la vida?

Sí y no. Viene de la raíz, yo vengo de padres nómadas. Cuando vivía en Argentina, tenía amigos que decían: “Llevamos 17 generaciones de argentinos en la sangre”. Yo decía: “Llevo 17 generaciones de nómades en la sangre”.

-¿Es aburrido tener 17 generaciones de la misma nacionalidad?

Yo pienso que el mundo está hecho de gente distinta. No creo en ese paradigma de que todos debamos tener parámetros parecidos para vivir. En lo único en que estoy de acuerdo con el neoliberalismo es en darle fuerza a tu paso individual por el mundo. Donde me toques, genéticamente y por mi vida, me he estado moviendo siempre. Cambiar eso tal vez sería como una muerte.

-Sin embargo, también escribes que “de tanto caminar se pierde el rumbo”.

Sí. Hay una canción de Sting, “Shape of my Heart”, que dice que cuando has buscado tu suerte en muchos sitios, dejas de tenerla, y creo que es verdad. Pero creo que eso vale cuando lo miras con ojos occidentales. De chica yo quería literalmente conocer todo el mundo. Casi no lo cuento porque dicen que cuando uno cuenta los sueños, ya no se cumplen (ríe), y me faltan muchos países todavía. Pero me emociona mucho el movimiento. Dicen que el desplazamiento es terrible porque pierdes la raíz y la patria, pero yo nunca lo he sentido así. Quizá el viaje es distinto a la migración. El viaje es un encuentro, una búsqueda, el viaje es una elevación del espíritu, una construcción nueva de ti mismo frente a otros paradigmas.

-¿Viajar es como vivir en una adolescencia permanente?

Tampoco, ah. Eso de buscar solo la felicidad y el placer acabó con un par de experiencias feas. Con mi exmarido tuvimos un accidente en Tailandia. Me mordió un perro y acabé en un hospital, uno de esos lugares donde no sabes si vas a sobrevivir. Y en otra ocasión un español nos chocó en una moto. Y ahí acabó; me cuesta dejar las etapas, pero pasan las otras etapas y las asumo. Creo que se puede viajar con adultez.

Antología poética.
Antología poética.

-Quizás el único territorio que nunca has dejado es el de la escritura.

A veces se va, ah. Pero las palabras son como foquitos, así sean palabras duras; incluso lo más difícil es luminoso. Por eso rescato de la Biblia el Génesis cuando dice: “al principio fue el verbo”; yo pienso que de ahí creamos todo. Nace la idea y, disculpa la palabra, te cagaste, porque si te salió la idea, tú sigues con ella y se va armando, y ahí está la maldición humana (ríe): crees que vas a construir la vida con esa idea y muchas veces no se puede.

-Has estudiado Derecho, Ciencia Política, Romanística, Teología, etc. Has estudiado tanto como has viajado.

Por eso quemé cerebro. Hubo un momento en que he estado con los nervios por exceso de lecturas y ensimismamiento. He tenido surmenage. Estoy con mi segundo cáncer. Muchos bajones fuertes. Eso de vivir en los libros, para los libros, y creer que ahí está todo, también te desvincula. Agradezco a la vida, que me ha dado una hija para que me centre en algo que no sea solo la lectura y la escritura. Ha habido años muy terribles, de experiencias muy dolorosas, inseguridades, fantasmas. Este camino es una vorágine, una búsqueda y un destino, que uno lo hace. Hay una dialéctica constante entre lo que se te puede ofrecer y lo que tú vayas aceptando.

-¿La literatura te sumerge tanto que puedes perderte?

¡Sí! Thomas Mann estuvo internado un montón de tiempo. Carlos Calderón Fajardo estuvo internado en Alemania. Y no hablemos de todos los locos poetas. Todos han tenido una pasada por experiencias psiquiátricas. Con la escritura entras en un nivel de condensación, de conocimiento, emoción que está muy lejos de la realidad. Si no sabes cómo volver de ese camino, te pierdes. Por eso es necesario escribir otras cosas.

-Por eso ahora también haces fotografía.

Cuando descubrí el budismo por mi papá, me di cuenta de que la comunidad es un nivel, pero que vienes para cosas mucho más elevadas y eso te da miedo. Tener la responsabilidad de cómo lo canalizas; y también que dejes de ver la cosa como una narrativa lineal: naces, te reproduces y mueres. Hay realmente una construcción del bien en ti. Todos te dicen que Dios está en ti y te dan los rituales y te dicen esta es la verdad y esta es la mentira, pero nadie dice que hay un trabajo del alma por hacer. Y para hacer ese trabajo del alma tienes que alejarte de la comunidad, que casi siempre es el mercado también. Se confunde la comunidad espiritual con la comunidad del mercado, donde compras, comes, vistes y te luces, donde muestras un arquetipo de persona que quizás ni eres pero que has vendido al mercado. Para el budismo, el mercado es una especie de ilusión.

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-Tienes 55 años de edad y recurro a otro pasaje del libro para esta pregunta: ¿cuál es la edad de tu razón?

(Ríe a carcajadas). No sé. Yo creo que la edad de la razón viene después de Gabriela (mi hija). Ser mamá te patea al infinito y te hace bajarte de todos los aviones, todas las nubes, de todos los grandes amores y te vuelves un animal protector. Debe haber miles de bifurcaciones y de excepciones a la regla, pero creo que hasta la peor madre o la más loca, tiene un salvajismo protector.

-¿Y hay alguna razón para no tener edad?

Sí. Escribir. El amor también.

-Entonces, no hay que tener ni razón ni edad.

Los mejores escritores no tienen ni razón ni edad. El libro que más me ha gustado de Carlos Calderón Fajardo es Playas, donde veo a un Carlos fuera del tiempo y fuera del discurso. Cuando tocas un tema que te emociona mucho, lo sabes manejar y construyes, a través de simbologías y lecturas, todo un espíritu narrador, escritor, poético. Todo ese conjunto es la hechicería propia con la palabra. Es muy difícil y la gente que lo logra es admirable.

-¿La edad de una mujer pesa más?

En mi caso, con las enfermedades y la maternidad... Y esto de Lima, donde se le da mucho valor a lo estético, me jode. Me siento medio sin fuerzas, apagada y digo: ¿cuánto tiempo tengo para hacer lo que quiero? Pero en otros sitios no siento eso, no siento que alguien me está mirando por cómo me veo, quizás por eso me encanta irme.

Julia Wong 2020.
Julia Wong 2020.

-¿Ser mujer cansa?

No por ser mujer. Ser humano cansa. Cuando asumes tu rol histórico de mujer, cansa más creo. Me encantaría decir: “tengo 72 años para hacer todo lo que tengo que hacer, y lo quiero hacer bien”.

-¿Pero no es contradictorio al espíritu viajero?

¿Dime tú quién no es ambiguo ni contradictorio? ¿Quién no vive en una gran dialéctica? No sabes cómo le agradezco a esta pandemia poder haberme quedado seis meses en un sitio, a pesar de todo lo que amo los aviones y los viajes. Quedarme en mi casa, arreglar mis libros, estar con mi hija. No lo pedí y llegó. Eso de caracterizar a un escritor o una persona por un solo aspecto, me parece un poco maquiavélico desde el punto de vista del periodista, porque de ahí quieren sacar su título para el artículo. No te enojes. Pero todos somos muy ambiguos, muy contradictorios.

-Bienvenida la contradicción.

Sería terrible no ser contradictorio. Sería terrible no equivocarse. Y yo vivo en la eterna equivocación, que es otra cosa que de chica me costaba aceptar, porque como vengo de un papá con la idea del bien y del mal, yo quería estar del lado del bien, y saber que no puedes te cuesta muchos dolores de cabeza. Lo único que te hace humano es tu lado oscuro, sino estaríamos todos robotizados.

-¿Y ese lado oscuro ya se quedó en la oscuridad?

Ahí anda. Creo que por eso me dan los cánceres, porque a veces no se pueden expresar y salen por otros lados. Pero en el camino he ido aclarando cosas, sino no hubiera llegado hasta acá. Ahora, eso que dicen que al final del camino hay mucha luz, no lo sé. Uno va solucionando las grandes preguntas que tiene. No creo que la vida se mida por vidas, ‘viditas’ ni ‘vidones’. En mi caso, sería por ese deseo que quieres ir cristalizando, como un líquido que quieres que se vuelva concreto.

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-Hace un rato me dijiste: “Eso lo estoy guardando para el final”. ¿A qué final te refieres?

No sé. Todo el mundo quiere escribir el gran libro que no ha escrito todavía. Cuando leo lo que otros escriben y veo lo que he escrito, digo ‘estoy en nada’.

-Me llamó la atención esa frase porque es como si planificaras el último libro.

Siempre hacemos eso. Cuando tu cuerpo te dice ‘tienes algo’, no piensas ‘tengo mucho tiempo’. Ojalá tenga más tiempo para hacer más libros. Con la pandemia no lo he visto cerca, sino con el cáncer. Pero, por otro lado, hay una fuerza que te dice ‘todavía estás acá, hay que hacerlo’.

AUTOFICHA:

- “Me llamo Julia Margarita Wong Kcomt. Estudié toda la secundaria en Chepén. Estudié en la U. de Lima, en la Católica. Me fui con una beca a Alemania. Llevé un curso de Literatura Inglesa en la Universidad de Macau. Y en Argentina llevé un diplomado de gestión cultural”.

- “Mi primer viaje ha sido a Nueva York. Pero en uno de estos movimientos a Macau, paraba en California, porque tenía familiares. Hay una comunicación muy fuerte con EE.UU. El papá de mi hija vive en California. Para mí, California lo hicieron los chinos”.

- “Siempre me ha importado la producción independiente. Para construir una comunidad de lectores no necesitas publicar con grandes editoriales. Sacaré un libro con Editatú, se llama Sopor. Ensayo sobre el adulterio, un proyecto chico para mantener el movimiento de las editoriales independientes”.

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