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Oportunidad perdida

La Comisión de la Verdad pudo ser una oportunidad, pero tocó que fuera instrumentalizada por un gobierno como el de 2001 como estilete político coyuntural.

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Fecha Actualización
Mauricio Mulder,Uso de la palabra"Fascista, ignorante, chatura moral, mala intención" fueron algunos de los epítetos que distinguidos miembros de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) les endilgaron a quienes esta semana recordaron los detalles del debate que desde el año 2001 se dio en torno a esa Comisión y a su investigación respecto a los años de la violencia terrorista en nuestro país.

Nada nuevo en verdad. Este debate, resurgido a raíz del intento senderista de reciclarse políticamente, ha sido, y sus comisionados y defensores no se dan cuenta, el principal defecto de la CVR: su falta de consenso. En todos los lugares en donde se establecieron comisiones similares, estas fueron, por lo general, el resultado de amplísimas consultas y acuerdos previos entre el mayor número de fuerzas sociales y políticas de un país, en el entendido de que "la verdad" es un concepto cargado del subjetivismo humano y de su visión o percepción de las cosas, mas aún si en ellas hay componentes políticos y sociales muy controvertidos.

Las comisiones de la verdad y sus respectivos informes, en Argentina, El Salvador, Chile o Sudáfrica, por ejemplo, son objetadas únicamente por los culpables directos de las violaciones de derechos humanos y delitos graves, pero aceptadas en un amplio margen del mundo político, social y académico.

Aquí, en el Perú, solo la izquierda la defiende. Todos los que salen a su favor lo son. En el resto del espectro político y social hay indiferencia y objeción y, por lo tanto, en solo ese hecho, nuestra CVR perdió el elemento básico de su segundo apellido.

No olvidemos que una de las personas cuya figura alcanzó enormes consensos nacionales como Valentín Paniagua, creador de la Comisión, fue uno de sus más agudos críticos.

Por eso es que las fuerzas democráticas no logran derrotar ideológicamente a Sendero, como algunos reclaman, porque la revisión de ese pasado, que debió haber llevado a esas fuerzas a mirarse entre sí y a constatar sus fallas mutuamente, siguen debatiendo y peleando entre sí con los epítetos que señalé al inicio, mientras Sendero, en silencio, sigue adelante con su nuevo plan estratégico de tres mil años.

Un debate de verdad sobre las endebles estructuras de nuestra democracia, sobre el acendrado instinto monárquico-autoritario de gran parte de la población, sobre la desigualdad social, sobre las taras racistas de las élites blancas, es lo que haría falta. Ese debate debiera ser un proceso político que fructifique en acuerdos sociales.

Eso nunca se ha dado. El país no tiene un contrato social constitucional válido ni consensuado, ni lo ha tenido nunca. Las elecciones producen espacios de convivencia temporal, pero cada vez que enfrentamos un nuevo proceso nos ponemos al borde al abismo. El fantasma autoritario ronda siempre sobre nuestras cabezas y los mensajes intolerantes, violentos y racistas están latentes.

La Comisión de la Verdad pudo ser una oportunidad, pero tocó que fuera instrumentalizada por un gobierno como el de 2001 como estilete político coyuntural, y se perdió la oportunidad del gran consenso democrático ante nuestros retos.