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Cuando los países pasan por episodios dramáticos, siempre les toma tiempo el poder asimilarlos. Pero, en nuestro caso, los 12 años de abierta confrontación luego del colapso del régimen de Fujimori se siguen arrastrando pese a que ya están, desde todo punto de vista, sobregirados.

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Fritz Du Bois, La opinión del director

Cuando los países pasan por episodios dramáticos, siempre les toma tiempo el poder asimilarlos. Pero, en nuestro caso, los 12 años de abierta confrontación luego del colapso del régimen de Fujimori se siguen arrastrando pese a que ya están, desde todo punto de vista, sobregirados.

En realidad, aun en el caso de desastres sin posibilidad alguna de mitigación, como la dictadura de Velasco, en menos tiempo ya habían sido olvidados a pesar de que sus consecuencias en el agro, por ejemplo, las seguimos sufriendo hasta hoy tras más de 40 años.

La razón por la cual la herida del fujimorismo se ha quedado sin cicatrizar por tanto tiempo es que en ambos campos han existido muchos interesados en mantenerla abierta. Es que, en la confrontación, el extremista siempre tendrá un lugar pese a que, en la realidad, no sea alguien con mucha posibilidad ni capacidad de resaltar.

Así tenemos que en los dos lados existen quienes están desesperados por mantener el statu quo. Lo estamos presenciando con el debate del indulto, en el que los más talibanes en contra son aquellos personajes cuyos únicos 15 minutos de fama fueron su oposición a Fujimori, luego de lo cual no han hecho nada para ser recordados. Igual ocurre entre los fujimoristas. Los más fundamentalistas son los mismos que no han hecho nada importante en la vida tras su paso por el gobierno del exmandatario.

Por otro lado, el país no puede darse el lujo de sostener esta división artificial solo para conveniencia de unos cuantos. Lo hemos visto con el vergonzoso resultado de la patética presentación en la Corte de San José, consecuencia de que la pelea entre fujimoristas y caviares era más importante que el interés de los peruanos.

Asimismo, a nivel político se podría encontrar algunas coincidencias entre el oficialismo y el principal grupo de oposición en el Parlamento, las cuales deberían permitir una agenda de consenso sobre al menos los grandes temas nacionales –manejo económico, lucha contra el terrorismo, seguridad ciudadana, por ejemplo–.

Sin embargo, la condena y cárcel del expresidente se planta siempre en el medio polarizando cualquier discusión y evitando que las posiciones de ambos se puedan ir acercando. Sin duda, el país no puede darse el lujo de seguir cargando con los hígados hinchados de unos cuantos en ambos lados.

Por ello creemos que el tema del indulto debería ser evaluado por el mandatario sin apasionamiento y en función de lo que les conviene a los peruanos. No puede dejarse influenciar por cualquier interés personal o partidario.

Al fin, nuestra impresión es que la situación de un hombre mayor que está enfermo, y al que no le queda mucho tiempo, no puede ser un obstáculo para el desarrollo de un país con enormes posibilidades como es el nuestro. Ya es hora de que este capítulo de nuestra historia sea cerrado.