Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori parecen seguir unidos. No solo en la memoria colectiva, sino en los planes estratégicos de sus respectivos entornos políticos. Coincidentemente o no, ambos parecen querer lo mismo: limpiar su imagen. Y por qué no: hacer política.

EL JUICIO JURÍDICO Y EL JUICIO MEDIÁTICO

La sentencia a 19 años y ocho meses de prisión a Vladimiro Montesinos por el caso Pativilca ha desconcertado a penalistas y juristas. La condena se ha dado por cumplida, pues se subsume a la pena mayor de 25 años que ya viene cumpliendo el exasesor.

Con un “sí, señora”, el antes todopoderoso factótum de Fujimori le respondió a la jueza Miluska Cano, mostrando así su conformidad por esta nueva sentencia en su contra. Antes, había anunciado que se acogería a la conclusión anticipada, aceptando de esta manera su culpabilidad en los delitos de homicidio calificado y desaparición forzosa de seis personas en enero de 1992, en la provincia de Barranca.

Sobre el acogimiento de Montesinos en este proceso, el especialista en temas penales, Roberto Pereira, señaló que ello necesariamente no tendría por qué complicar a Fujimori y los demás imputados. “La responsabilidad penal es individual, tiene efecto respecto de cada quien”, explicó a este diario. “Sin embargo, puede haber situaciones en las que una persona no pudo haber realizado la acción ilícita que está reconociendo si no ha participado alguno de sus coimputados. Eso se tiene que evaluar a la luz de los elementos probatorios que hay en el expediente”.

“La conformidad solo significa que Montesinos no quiere litigar, nada más”, ha dicho César Azabache. “Esa falta de interés se explica por una razón básica: si sus condenas concluyen en junio de 2026, no quiere perturbar ese plazo con este juicio”. Según el abogado, “Montesinos no ha hecho absolutamente nada en su contra; ha sido absolutamente pragmático”. Para Azabache, la clave está en establecer si luego de la condena Montesinos va a declarar sobre este juicio o no. “Y si declara, ¿qué historia va a contar? Puede exculpar o incriminar a Fujimori: está suelto en plaza”.

El abogado de Fujimori, Elio Riera, ya ha adelantado la posición de Fujimori. Y las negociaciones, evidentemente, ya empezaron.

Vladimiro Montesinos debería dejar la prisión el próximo 24 de junio de 2026. Exactamente 25 años después de que fuera condenado por los casos de Barrios Altos y La Cantuta. En este lapso, el exjefe del SIN ha recibido más de una treintena de condenas en su contra por delitos de homicidio, desaparición forzada, lavado de activos, tráfico de armas, corrupción de funcionarios y otros. En junio del año pasado, por ejemplo, fue condenado a 23 años de prisión por el secuestro y asesinato de la agente del SIN Mariella Barreto. La estrategia ha sido subsumir sentencias.

Pero, según un exparlamentario fujimorista, el caso Leonor La Rosa le abrió los ojos a Montesinos. El Poder Judicial lo absolvió de la denuncia de la exagente de inteligencia que dijo haber sido secuestrada, torturada y violada por militares en 1997, tras la filtración a la prensa de la planificación de atentados contra adversarios del régimen fujimorista. Tras ser absuelto, el caso fue ‘levantado’ en medios asiduos al fujimorismo con un ímpetu digno de mejor causa. “Se va desmontando la narrativa caviar”, analiza esta fuente fujimorista. Y ese caso ganado parece haber envalentonado al entorno del exasesor. Coincidentemente, un par de periodistas han solicitado sendas entrevistas con el exjefe del SIN. Y un exitoso programa radial hizo una “encuesta telefónica” para medirle el pulso al público, quien se manifestó abiertamente a favor del exasesor en una espontánea andanada de llamadas.

Como alguna vez explicó César Nakazaki, el juicio mediático busca siempre imponerse sobre el juicio jurídico. En ese sentido, la batalla por la memoria se ha empezado a librar desde el fujimontesinismo, ya sea juntos o por separado. Porque, aunque parezca increíble, tanto Montesinos como Fujimori creen tener un futuro político. O al menos así lo confiesan algunos miembros de sus respectivos entornos más cercanos.

SEGUNDO TOMO, SEGUNDA VUELTA

Tras una entrevista con este diario, en junio de 2023, el entonces vicepresidente del Congreso ‘Nano’ Guerra García contó que estaba ayudando al expresidente Alberto Fujimori a terminar el segundo tomo de sus memorias. Incluso reveló que el expresidente pidió que le dé un mensaje al expresidente del Congreso, José Williams: que no se atribuya toda la Operación Chavín de Huántar.

Como se sabe, el primer tomo de las memorias fujimoristas se llamó La palabra del Chino: el intruso que fundó el Perú moderno. Y, como su nombre lo insinúa, se centró en la aparición de quien sería el primer outsider en llegar a la presidencia del país. “Está dirigido especialmente a los jóvenes, que se asombrarán de todo aquello que no conocían del país que padecieron sus padres y sus abuelos”, dice la solapa del libro. “Es una invitación a que saquen sus propias conclusiones, para que nadie lo haga por ellos”. El volumen de 584 páginas estuvo en manos de dos grandes editoriales durante los meses anteriores a su publicación. “Quería recibir el dinero en la mano”, reveló el representante de una editorial. Quizás por eso, las memorias del expresidente no corrieron la suerte de los libros de Francisco Sagasti, Francisco Morales Bermúdez o Alan García. Vale decir que no fueron editadas, diseñadas ni corregidas de forma profesional. Y tampoco tuvieron la distribución ni la repercusión mediática que habrían merecido.

Es consabida la desafección que tiene el fujimorismo por la palabra escrita. Como cuenta Luis Jochamowitz en Ciudadano Fujimori, el entonces candidato respondió “a nadie” cuando se le preguntó a qué peruano vivo admiraba, para luego mostrar un libro de Philip Kotler, marketero estadounidense que la prensa confundió por un segundo con su casi colombroño, el sociólogo peruano Cotler. Habiendo acusado recibo, la portátil fujimorista ya está buscando una editorial grande para darle al segundo tomo de las memorias presidenciales la distribución que merecería, sobre todo considerando que el patriarca quiere llevarlo a todos los rincones del país.

Un viaje proselitista en el que acompañará a sus hijos, evidentemente.