"Se fue un año más, pero los graves problemas económicos, políticos, institucionales y sociales de nuestro país no solo continúan". (Foto: Difusión)
"Se fue un año más, pero los graves problemas económicos, políticos, institucionales y sociales de nuestro país no solo continúan". (Foto: Difusión)

Se fue un año más, pero los graves problemas económicos, políticos, institucionales y sociales de nuestro país no solo continúan, sino que se han agravado. El 2023 ha sido el peor año económicamente hablando (sin incluir el de la pandemia) en décadas. Todos los indicadores sociales y económicos han empeorado, comenzando por el más importante: la pobreza y pobreza extrema.

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En el plano político e institucional, hace varios lustros prima el maquiavélico principio de “para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”. La politización de la justicia y judicialización de la política han alcanzado alturas nunca antes vistas. Luchas al interior de instituciones y un Congreso, que se dedica a la promoción de intereses particulares, legisla de espaldas al pueblo, y por lo general contra él, buscando satisfacer el apetito voraz de una clase política caduca y corrupta.

Entre políticos e instituciones se pelean contra ellos y entre ellos como unos deudos de la abuela rica, quienes proceden a saquear el cadáver antes que sea puesto bajo tierra. Los peruanos somos testigos, y a la vez víctimas, de este comportamiento rapaz y decadente. El deterioro económico que vivimos hoy es el síntoma de una enfermedad previa y más profunda: la podredumbre política generalizada y los buitres que medran de ella. Nosotros tenemos el derecho y el deber de recuperar nuestro país a favor de los ciudadanos de bien.

Para ello, cambios profundos son urgentes, pero la justificada indignación no debe impulsarnos a saltar al vacío. Debemos encontrar un cambio constructivo que destierre todo lo que está putrefacto en el ordenamiento actual, que elimine el mercantilismo y la economía de privilegios, que reivindique a la persona como eje central del ordenamiento jurídico y económico, y que nos relance en la senda del crecimiento y desarrollo.

Ello, evidentemente, implica una profunda reforma estatal, así como estimular la inversión, recuperar la recaudación, incrementar la inversión pública y hacer una revolución en nuestra pésima infraestructura.

Para que la única salida de las nuevas generaciones no sea el aeropuerto Jorge Chavez, para que no tengamos que ver a nuestros hijos y nietos crecer a través del Zoom o Google Meets, tenemos que desterrar a los buitres de la política nacional; felizmente, el cambio está literalmente en nuestras manos, no lo dejemos pasar.

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