En el Perú, la violencia contra la mujer siempre ha sido un problema muy grave. Este problema, por desgracia, se ha agravado aún más en estos tiempos de confinamiento y constituye, de por sí, otra terrible pandemia. Según reportan el Ministerio de Justicia y el Ministerio de la Mujer, durante el primer año de la pandemia del COVID-19 ha habido incrementos notables en las llamadas y mensajes denunciando violencia y también en el número de detenciones por agresiones a mujeres; el 90% de las detenciones fueron en flagrancia.
En esta pandemia de violencia de género, el distanciamiento social no es posible y el hogar no constituye un espacio seguro de confinamiento, sino que se convierte en todo lo contrario. Además, en ella la vacuna no funciona rápidamente y el tratamiento, lamentablemente, termina desprotegiendo a las víctimas porque multiplica el sufrimiento, multiplica el miedo y, por esa vía, contribuye a la impunidad del agresor.
En el mundo, antes de la pandemia del COVID-19, una de cada tres mujeres ha sido víctima de violencia de género, en múltiples ámbitos, tanto presenciales como en línea, incluidos espacios públicos, el hogar, centro de estudios y trabajo. El agresor casi siempre es un hombre cercano y muchas veces su misma pareja. La violencia de género es una violación de los derechos humanos y afecta la integridad de las víctimas. El daño que causa esta violencia tiene consecuencias de largo plazo que cruzan generaciones y afectan muchos aspectos de la vida de las víctimas, de sus familias y de la sociedad en su conjunto.
Todos, pero especialmente los hombres, tenemos que entender que nuestros sesgos nos ciegan de muchas maneras, que por eso no alcanzamos a entender a cabalidad los temas de violencia de género y menos lo que significa conseguir que la justicia funcione cuando se tiene que lidiar con procesos que hacen aún más profundas las heridas, que alargan la recuperación, que vuelven a agredir a las víctimas y que favorecen al agresor. Todos, pero especialmente los hombres, estamos obligados a dejar de lado la indiferencia, a actuar, a cuestionarnos, a informarnos, a difundir y, especialmente, a transmitir a las víctimas con el mayor cariño y empatía posibles, que, si bien su sufrimiento es enorme, no hay ni culpa ni vergüenza en ese sufrimiento.
MIRA: [Opinión] Martín Naranjo: Asamblea en el quirófano
En este sentido, desde la sociedad civil y desde el Estado debemos aunar esfuerzos para lograr una mejora continua de las estrategias de atención y protección a las víctimas y para implementar –por medio de campañas en medios masivos de comunicación y por medio de intervenciones específicas en educación básica y educación superior– mecanismos de prevención cada vez más eficaces.
La pandemia del COVID-19 nos ha cambiado la vida y nos ha afectado a todos profundamente, pero no a todos por igual. Todos estamos sufriendo los embates de las diferentes olas, pero algunos lo hacemos desde embarcaciones muy sólidas, otros sobre balsas improvisadas y otros, los más vulnerables, lo hacen nadando desprotegidos, pero con todas sus fuerzas. Como sociedad nos debe interpelar profundamente el hecho de que a esta pandemia se le superponga, con dramáticas consecuencias para muchísimas mujeres, la pandemia de violencia de género.