Al cierre de esta edición, el Ejército israelí se preparaba para entrar a la Franja de Gaza “por tierra, mar y aire”, aunque ciertamente ya ha venido bombardeando la zona de conflicto desde que la organización subversiva de Hamás atacara civiles israelíes el pasado sábado 7 de octubre, a 50 años del último gran ataque a Israel, la guerra del Yom Kipur. No fue una casualidad. “Este fue un Yom Kipur del siglo XXI”, dice Andrés Gómez de la Torre, en alusión al conflicto bélico librado por la coalición de países árabes liderados por Egipto y Siria contra Israel en 1973. Aquel ataque sorpresa se hizo en Yom Kipur, el día más sagrado del judaísmo, que también se produjo ese año durante el mes sagrado musulmán del Ramadán. “Fue la guerra que hace 50 años puso a Israel contra las cuerdas y acabó con su imagen de invencibilidad”, narró la BBC, recordando la efeméride el pasado 6 de octubre. La historia se repite siempre como tragedia.

“Para Israel, es un fallo enorme del Mossad, del viejo y precursor Shin Bet y de la propia FDI”, dice el experto en temas de seguridad. “Se señala desde Tel Aviv que, al igual que en Estados Unidos luego del 11S de 2001, se conformará una comisión investigadora para determinar el origen y niveles de responsabilidad del fiasco producido”. ¿Cómo fue vulnerado el que se considera uno de los mejores servicios de inteligencia y seguridad del mundo? “Parte de esta operación perpetrada por Hamás consistió en emplear los medios de comunicación más rudimentarios posibles, entre ellos descartar de plano el uso de celulares, computadoras y demás medios tecnológicos que podían ser interceptados y así dejar al descubierto las intenciones”, agrega el exdirector de la Escuela Nacional de Inteligencia. Y es que, según un reportaje del New York Times, gran parte del error israelí fue operativo. La vigilancia en la frontera descansaba mayormente sobre un despliegue de cámaras, sensores y metralletas operadas de forma remota. Según el diario, los israelíes se confiaron en una serie de tecnologías que convertían la frontera en un horizonte aparentemente impenetrable, lo que incluía una pared subterránea a prueba de túneles. Esto los llevó a retirar soldados de los puestos de vigilancia. Sin embargo, “el sistema de vigilancia a control remoto tenía una debilidad: también podía ser destruido de forma remota”, escribieron los reporteros Bergman y Kingsley. Fue así como las torres que transmitían la señal fueron destruidas con simples drones. Y los soldados no solo no recibieron la alarma, sino que tampoco tenían cámaras para ver en qué parte de las barricadas entraban los bulldozers. “Ha sido un plan de Hamás bien elaborado, meticuloso, de técnicas de guerra no convencional asimétrica, audaz y sincronizado por donde se le mire: fechas, lugares y técnicas como por ejemplo el empleo de parapentes”, agrega Gómez de la Torre. Fuentes de la representación militar peruana en Israel sugieren que incluso hubo advertencias de la inteligencia egipcia, avisos que fueron desestimados. Como sugiere el New York Times, el error principal fue que la agrupación subversiva fue subestimada. Hamás —que se había mantenido fuera de dos conflictos el año pasado, a diferencia de la Yihad Islámica Palestina— se consideraba actualmente una amenaza menor al lado del Hezbolá y la frontera norte con el Líbano. “Ha sido un error estratégico de Israel considerar que Hamás estaba concentrado en resolver sus pugnas internas y consolidar su poder interno en la Franja de Gaza”, dice el experto en seguridad.

Evidentemente, también se habla de grandes errores políticos. El ataque terrorista encuentra a una Israel dividida en torno a la figura del primer ministro Benjamin Netanyahu, entre protestas masivas en las calles y serias denuncias fiscales. El primer ministro sobrelleva acusaciones de corrupción, fraude y soborno. Y ha llevado adelante una reforma judicial que ha terminado de polarizar al país. El líder de la oposición, Yair Lapid, ha calificado este episodio como “un imperdonable fracaso”. Netanyahu, además, promovió la expansión de asentamientos humanos en Cisjordania, lo que la comunidad internacional consideró ilegal y Hamás tildó de provocación. Para el historiador israelí Elie Barnavi, “el hecho de que el Ejército de Israel estuviera enfocado en la protección de los asentamientos judíos en Cisjordania le ofrecía a Hamás tanto una ventaja propagandística frente a la pasividad de la Autoridad Palestina como una ventaja militar”. Para Barnavi, la operación de Hamás ha sido un “mini Kipur”.

Mahmoud Abbas, por cierto, no desaprobó desde un primer momento el operativo de Hamás, aunque luego condenó “las prácticas relacionadas con el asesinato de civiles o el abuso de ellos en ambos lados”, al tiempo que pidió “la liberación de civiles, prisioneros y detenidos”, y poner fin al “terrorismo de los colonos” en Cisjordania ocupada. Una muestra de que la Autoridad Nacional Palestina relativiza los ataques terroristas, poniéndose de costado en esta guerra religiosa, política e informativa. No sorprende. Ha habido un creciente sentimiento antiisraelí en la opinión pública. Uno que contemporiza y relativiza los ataques terroristas sin condenarlos abiertamente, sobre todo entre gobiernos socialistas o cercanos a los BRICS. Un intento de equiparar los innegables excesos de Israel —un país que tiene a congresistas palestinos del partido Balad en su Parlamento— con los ataques terroristas de Hamás. Pero también desde la prensa, donde medios serios llamaron ‘fighters’ o ‘militantes’ a los subversivos de Hamás. Lo más irónico es ver a representantes de algunas minorías criticar a lo que llaman “las fuerzas de Occidente”, soslayando que ellos serían las primeras víctimas de un grupo fundamentalista. Tal es el voceado mundo multipolar en el que vivimos, donde se culturalizan los autoritarismos y antropologizan los fundamentalismos. Y donde las amenazas también son ‘multipolares’, a juzgar por el llamado al fundamentalismo islámico que ha hecho Hamás, reclamando el apoyo de Irán, Líbano y demás países del Medio Oriente que no reconocen el Estado de Israel. Y por el expectante rol que tienen Estados Unidos y Rusia, muy distinto al escenario bipolar de 1973.