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Redacción PERÚ21

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La relación entre las autoridades regionales y la ciudadanía parece lejana. En la segunda vuelta de la última , la desafección de los votantes –evidenciada en la suma de los votantes ausentes, nulos y blancos sobre el total de la población electoral– aumentó en relación con la segunda vuelta de la elección subnacional pasada; mientras que en 2014 la desafección promedio fue 34.3% a nivel nacional, en 2018 esta cifra alcanzó un 42.2%, lo que representa un aumento de casi ocho puntos porcentuales.

UNA SITUACIÓN PREOCUPANTE

El crecimiento de la desafección se hace más evidente al notar que en 2014 la región que más la evidenciaba alcanzaba solo un 42.6% (Cusco); en cambio, en 2018 hay dos regiones por encima del 50%, con un pico de 53.7% (Áncash).

Visto comparativamente, el 42.6% de desafección que se registró como cifra punta en 2014 sería solo la octava más alta en 2018; asimismo, la desafección más baja en el 2018 (30.1%, Lima Provincias) sería la sexta menor en 2014.

Sumadas, son 18 las regiones donde hubo segunda vuelta en 2014 y 2018. En 11 regiones (61.1%) hubo segunda vuelta en ambos procesos electorales: Áncash, Apurímac, Arequipa, Cusco, Huánuco, Lima Provincias, Madre de Dios, Pasco, San Martín, Tacna y Tumbes tuvieron que recurrir al desempate tanto en 2014 como en 2018.

A excepción de Lima Provincias y el Cusco –donde la suma de los ausentes, votantes blancos y nulos casi no cambió–, la desafección en todas las regiones mencionadas aumentó de 2014 a 2018. Tacna, Áncash y Tumbes son las regiones en las que este crecimiento fue mayor (16.9%, 15.1% y 13%, respectivamente). A estas tres les siguen Huánuco (+6.6% entre 2014 y 2018), Madre de Dios (+5.7%), Pasco (+4.6%), Arequipa (+2.5) y San Martín (+2%).

CONSECUENCIAS PROBABLES DE LA DESAFECCIÓN

La desafección evidenciada en el último proceso electoral debe preocupar a las nuevas autoridades elegidas: la legitimidad y el capital político con que comenzarán su gestión son muy bajos, por lo que tendrán como reto inicial ganar la confianza tanto de los ciudadanos que no votaron por ellos como de los que ni siquiera hicieron efectivo su derecho a voto o lo anularon, viciándolo o dejándolo en blanco.

De lo contrario, sus iniciativas de gobierno se encontrarán con la barrera del desinterés y la desconfianza ciudadana; ambos, factores que pueden debilitar sus gestiones y generar inestabilidad. La inestabilidad podría, a su vez, manifestarse en pedidos de vacancia o revocatorias.

La preocupación por la desafección no debe limitarse al nivel regional; el Gobierno Central ha puesto énfasis en que el cambio de autoridades regionales no debe afectar la ejecución de los proyectos que ya vienen en función.

Tal premisa se torna más difícil mientras menor es la legitimidad de los gobernadores entrantes; estos pueden no contar con la confianza ni el apoyo ciudadano suficientes como para continuar las iniciativas en ejecución.
Y, por si esto fuera poco, la falta de representatividad de estas autoridades regionales limita su capacidad para fungir como intermediarios entre los intereses y las necesidades de los ciudadanos de cada región y el Gobierno Central.

CIFRAS

-34.2% fue la desafección a nivel nacional en 2014, pasando a 42.2% en la segunda vuelta regional.

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