El analista político revisa el legado de Alberto Fujimori, y el futuro del fujimorismo y el antifujimorismo.
Habla de un legado mixto. Pero parece haber más información de lo malo que de lo bueno.
Creo que en las redes, sobre todo en Twitter, hay más polarización sobre el tema Alberto Fujimori que en la opinión pública. Hay mucha sanción moral. Al momento de evaluar a un político que tiene crímenes cometidos contra los derechos humanos y corrupción, este tiene todas las de perder en la narrativa moral. Eso se está viendo sobre todo en las redes sociales y en la prensa internacional. Aplaudir las reformas neoliberales tiene menos audiencia que los activistas de derechos humanos. Por eso vemos un balance tirado más hacia la crítica.
¿Los beneficiarios del modelo a veces son quienes menos lo defienden?
Es que el modelo de ajuste estructural no se consolidó en el Perú como estaba planeado. Las reformas de segundo piso no se terminaron. No hubo una descentralización de manera correcta. No se construyeron instituciones políticas fuertes como se tenía previsto. El modelo de ajuste en el Perú es un modelo parcial. No diría que al 50%, pero es un modelo incompleto, que no tuvo una dimensión política terminada. Por lo tanto, ha derivado en un nivel de informalidad muy alto. Y la informalidad es una zona muy gris, muy porosa para el ingreso de actores ilegales. El modelo tiene sus virtudes y defectos. Y le cuesta más a los beneficiarios del modelo reconocer ese lado negativo. Entonces, al momento de hacer una evaluación, los pasivos del gobierno de Alberto Fujimori terminan siendo mayores. Aunque yo siento que se le quiere culpabilizar de todo, más allá de lo que efectivamente le compete. La violación de derechos humanos por las Fuerzas Armadas comenzó en el gobierno democrático más aplaudido por los sectores progresistas del Perú, que es el de Fernando Belaunde. Y le achacan la informalidad de la cultura chicha y la cultura combi, como si no hubiese habido informalidad a partir de la hiperinflación y el gobierno de Alan García.
Se fuerzan paralelos entre Fujimori con Videla y Pinochet. Pero acá Sendero se enfrentó a la democracia.
La gran particularidad del proceso de violencia peruana es que precisamente se da dentro de una democracia. Si vemos solamente estadísticas, fue durante el gobierno de Belaunde donde se incrementaron hasta un nivel inédito el número de inocentes civiles. Vivimos una sociedad racista, discriminadora. Esto hizo que muchos de los integrantes de las Fuerzas Armadas terminaran asociando lamentablemente a terroristas con indígenas.
Parece que el antifujimorismo trascenderá al propio Alberto Fujimori.
El antifujimorismo es en buena parte responsable de que siga existiendo el fujimorismo. Ha ayudado lamentablemente a la polarización en el país, porque ha asociado los crímenes y la corrupción con los seguidores del fujimorismo. Como si ellos fueran herederos y corresponsables políticos de lo que hizo Alberto Fujimori. Se trató de asociar al fujimorista de a pie como si fuera un corrupto o un asesino. En ninguna parte del mundo los beneficiados por un partido tienen por qué ser cómplices de un gobierno. No se reconoce al otro como un opositor o rival, sino como enemigo. Como si tuvieran un ADN autoritario. No son mis términos, son las palabras que ha utilizado el antifujimorismo para estigmatizarlos moralmente y sancionarlos. Para hacer sentir que los fujimoristas no son parte de la comunidad de peruanos.
¿Hay discriminación contra el pueblo fujimorista?
El fujimorismo demográficamente ha ido variando. El fujimorismo en los noventas, dadas las políticas sociales focalizadas y clientelares, terminó generando un sector de la sociedad leal que venía desde abajo. Los años 90 se sostuvieron por el apoyo social de los de abajo en la coalición política con los de arriba. Y hubo mucha discriminación, porque históricamente los descendientes de japoneses tenían un lugar marginal en la sociedad. Paradójicamente fue un descendiente de japoneses quien se presentó como “un peruano como tú”. Sin duda hubo discriminación contra los seguidores del fujimorismo. Pero hoy el fujimorismo más bien tiene poco apoyo popular y se ha quedado con el apoyo de las élites. Es un partido que defiende la Constitución del 93, y no hay nada más preciado por el establishment que eso. Es el principal drama del fujimorismo de Keiko. No es que no tenga respaldo popular, pero no ha tenido el avasallador respaldo de masas desde abajo que tuvo Alberto en los 90. Incluso Keiko intentó caviarizarse en 2011, cuando en realidad lo que necesita el fujimorismo es más pueblo que caviares.
¿Se ha vuelto un partido tradicional?
Con matices importantes, porque no es blanco. Sus dirigentes defienden los intereses de las élites, pero no son hijos de la oligarquía. Representan a esa segunda generación de clases medias emergentes. No tienen el abolengo ni el apellido compuesto. Son Torres, Chacón, Galarreta. No son De Belaunde ni Diez Canseco.
TENGA EN CUENTA
“Esta muerte unificará al fujimorismo. La generación mayor (albertista) es más a lo Bukele y añora al caudillo mano dura que resuelva la inseguridad. La generación más joven (keikista), más cerca de la Escuela Naranja que del comedor popular, piensa más en un Fujimori a lo Milei”.
“Que Alberto se haya inscrito como miembro de Fuerza Popular ayudará a cohesionar. Sin embargo, Keiko tenía más anticuerpos que el propio Alberto. El antikeikismo está más vivo que nunca. En la batalla de la memoria van a perder. El fujimorismo tiene que voltear su propia página, reiventarse y crear su narrativa”.
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