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Tarata: Para nunca olvidar

26 años tuvieron que pasar para que los deudos de las víctimas del atentado, encuentren justicia.

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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
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Tarata: Para nunca olvidar. (USI)
Fecha Actualización
*A raíz de la condena a cadena perpetua para la cúpula de Sendero Luminoso, Perú21 recuerda esta nota publicada el último 16 de julio tras 26 años del atentado que dejó 25 muertos.  
Tendrían que haber sido las 7 de la noche en Miraflores. La bulla de las bocinas y el cielo medio gris habrían de haberse mezclado en ese horizonte que a los limeños nos hace sentir un poco en casa. Los ambulantes ya habrían empezado a recoger sus cosas y a guardarlas dentro de sus quioscos en el Parque Kennedy: canchita dulce, aretitos y sortijas, chullos… La noche empezaría a caer en esa ciudad jodida —sin amor— a la que tantos habían aprendido ya a acostumbrarse y a habitar esquivando la realidad: con las ventanas parchadas, con velas en cada cajón, con agua guardada en cada balde.
Un terrorista,
Dos terroristas,
Se balanceaban
Sobre una torre derrumbada. 
En mayo de 1980 un grupo de fanáticos maoístas había decidido darle la espalda a la democracia que, tras 12 años de dictadura volvía en forma de ánforas al Perú: siguiendo el Sendero Luminoso trazado por José Carlos Mariátegui, un pequeño contingente de terroristas tomó el local en donde se llevaba a cabo la votación en la localidad de Chuschi, Ayacucho. No hubo muertos, ni heridos: solo un policía fue reducido y amarrado para impedir el normal discurrir de ese día en el que Fernando Belaúnde volvería a ser Presidente del Perú. Ese mismo día el Perú empezaría a sangrar.
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Un terrorista,
Dos terroristas
Un guerrillero Emerretista
Un traficante en el Huallaga
Se balanceaban
Sobre una Torre derrumbada.
Lima aprendió a conocer la profundidad de las heridas que la guerra fratricida que Sendero Luminoso le había declarado al Estado peruano a través de las formas más ásperas: perros colgados de postes, asesinatos, bombas que hacían luz cada noche para después dejar solo oscuridad. Titulares con fotos desgarradoras que cegaban la esperanza. Fotos de filas largas —demasiado largas— de ataúdes serpenteando desde la cuesta de Lucanamarca. Un video de un grupo de asesinos bailando al ritmo de Zorba el griego y celebrando la muerte, el cadáver, la hoz y el martillo. Era 16 de julio de 1992.
El búfalo aprista Agustín Mantilla
Alan García y su compañía,
Y Villanueva, se balancea
Sobre una torre derrumbada
Como veían, que resistía
Fueron a llamar a Abimael 
Abimael Guzmán había logrado fanatizar a un grupo de profesores y estudiantes que penetraron la Universidad San Cristóbal de Huamanga y luego otros claustros. Luego sindicatos y empresas públicas. Sendero Luminoso había logrado enquistarse con su discurso de destrucción del Estado a través de esa violencia que llamaron partera de la Historia. Sendero había logrado hacer con los peruanos lo que la guerra hace con los hombres: arrancarles cada pedacito de humanidad y convertirlos en presas del miedo, la venganza, la orfandad y la muerte. Sendero secuestró el dolor y lo hizo machete.
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Era 16 de julio, entonces, y el barrio de Miraflores empezaba a apagarse. Pero esa noche estaba recién por empezar. El Comité Central de la banda de asesinos que decía llevar a cabo una guerra popular había llenado dos autos con explosivos y había tomado la decisión de llevar su lucha al corazón de la ciudad: Sendero volaría la agencia del Banco de Crédito que estaba —y allí sigue, aunque bunquerizada— en el cruce de Larco y una pequeña calle residencial de clase media llamada Tarata. Nombre que quedará, para siempre, tatuado con sangre en la memoria de todos los que vivieron en el infierno.
Los dos autos fueron enfilados hacia la agencia del banco, pero un efectivo de seguridad detectó que ambos vehículos iban sin conductor y eran empujados por un pequeño grupo de encapuchados. Sacó su revólver y realizó disparos al aire. Los tiros asustaron a los terroristas que, de inmediato, se echaron a la huida. Los dos autos avanzaron sin poder ser detenidos hacia el centro de Tarata. El primero reventó sin fuerza; el contacto no se hizo correctamente. Cuando los vecinos que miraban este terrorífico espectáculo pensaron que ya estaba todo terminado, el segundo coche voló la cuadra completa.
A las 9:15pm murieron 25 personas. Quedaron heridas 200. 191 casas quedaron inutilizables. Desaparecieron los locales de 400 negocios. Destruyeron 63 autos. Hundieron más ese puñal que en nombre de una sociedad sin ricos y sin pobres, una recua de asesinos había clavado por 12 años en el corazón de un país que no terminaba de entender por qué. Tarata fue solo uno de los últimos zarpazos que Sendero Luminoso encajó en contra de la paz, la libertad y la democracia de nuestro país. Pocos meses después su líder fue capturado y su estructura colapsó. 
Hoy, sin embargo, en Perú21 asumimos el compromiso de nunca dejar de recordar las barbaries cometidas por la más grande banda de asesinos de nuestra Historia. Porque han vuelto con otras proclamas, pero con las mismas ideas. Con otras banderas, pero de los mismos colores. Con otros cánticos, pero con las mismas voces. Hoy nos hablan de una amnistía y de un perdón. Pero hay algo que parece no ver en medio del charco de sangre que dejaron empozado en nuestra memoria: nunca nos han pedido perdón. Y no hay arma más poderosa para combatir a su violencia que nuestra memoria.
Hoy en Perú21 nos amarramos un lazo negro, como haremos cada vez que nos toque recordar el salvajismo del terror. Lo hacemos mientras en nuestra redacción se quiebra el silencio con voces como alguna que sin levantar los ojos nos cuenta que su madre era profesora y que, en San Felipe, Sendero tomó su colegio. Con voces como las de Angélica que ese día se olvidó de todo menos del amor que le permitió volver a ser ella. Con miradas como las de esa amiga nuestra que debajo del ojo tiene una cicatriz que le recuerda el terror. Y lo hacemos por todos aquellos que murieron en manos del terror.  
ANGÉLICA JIMÉNEZ, SOBREVIVIENTE DE TARATA

Eran las nueve de la noche cuando el hijo, de apenas dos años, de Angélica Jimenez estaba intranquilo y no podía dormir. Ella entonces tenía cinco meses de embarazo y decidió salir a dar una vuelta con su pequeño para que el fresco de la noche lo relajara y conciliara el sueño. Nadie estaba preparado para el terror de ese día.
Estaba en el piso 8 del edificio central de la calle Tarata. De pronto una explosión. Su cuerpo estampado contra la pared protegiendo al niño que tenía en brazos y al que estaba por nacer. Oscuridad, gritos, polvadera, horror.
La detonación llenó su cuerpo de cortes y la hizo perder la visión de su ojo derecho, pero la peor parte se la llevó su pequeño en el vientre, pues su cerebro quedó muy dañado. Hay partes que no están. Ahora tiene 26 años y las convulsiones lo invaden cada día. Solo Angélica conoce el dolor real de su hijo y lo entiende cuando lo mira a los ojos.
Esta es la lista completa de los fallecidos en ese fatídico día:

1.Manuel Hijar Quintana (37)
2. Leoncio Elio Armas Cruz (38)
3. Podsa Dadalani Vaschi (31)
4. Root Dadalani Vashi (02)
5. Claudia Silvia Passini Bonfati (35)
6. César Cortez Arens (22)
7. Consuelo Arens Porras de Cortez (45)
8. Cecilia Cortez Arens (25)
9. Antonio Javier Villanueva Merino (43)
10. Marco Antonio Franco Laines (21)
11. Luis Daniel Romero Cárdenas (78)
12. Pedro Francisco Cava Arangoitia (27)
13. Mónica María Rocío Romero Ramírez (36)
14. Carmen Victoria Paredes Stagnaro (30)
15. Avelino Paucara Ccompe (43)
16. Víctor Javier Scaccabarrozzi Monzón (38)
17. Carmela Peña Roca (65)
18. Ángel Vera (25)
19. Violeta Palacios (18)
20. Miguel Ángel Gamarra (15) 
NOTA: Cinco otros compatriotas desaparecieron ese día. Sus cuerpos nunca fueron encontrados.