Por: Cecilia Bákula - Historiadora, exministra de Cultura


Al escribir estas líneas, quiero expresar sentimientos positivos respecto a y realidad. Quizá los tiempos recientes, es decir, los tiempos relativamente contemporáneos o los hechos más inmediatos, podrían hacernos creer que es necesario tener una visión casi apocalíptica del hoy y del mañana y que es políticamente correcto y, casi de común acuerdo, presentar una visión de desesperanza de nuestra corta vida y una perspectiva negra del porvenir.

¡Qué lejos de esa realidad está mi propia perspectiva y mi propia lectura de nuestro escenario histórico! Debo señalar que, como toda nación, la nuestra nació como fruto de un conflicto de intereses y es que todo nacimiento es una gran crisis, un gran parto, y de ese dolor surge la vida; y a lo largo de los siglos, el ser humano se ha debatido entre esos dos extremos: crisis y esperanza, es decir que, en cada momento, vivimos de alguna manera un nuevo instante de nacimiento y de vida nueva.

Creo que el Perú, precisamente por su inmensa grandeza, y porque ahora conviene malignamente a intereses subalternos, se viene presentando como un país sin futuro, sin posibilidades, como una realidad social inviable. Y contra esa visión de crisis es contra la que tenemos que luchar para hacer ver que, si persistimos en analizar nuestra existencia desde la muy corta y mínima perspectiva, solo veremos la negrura del momento presente; pero si nos enfocamos en educar, en la grandeza de las posibilidades futuras a las que todos los peruanos tenemos derecho, el mañana se presenta luminoso, digno, libre y con un diario amanecer.

Eso no significa que las crisis desaparezcan; todos los días hay un instante de gravedad mayor o menor; cada momento hay una decisión que tomar; cada instante implica la posibilidad de un error o un acierto, pero permitir que otros nos lleven hacia una visión fatalista y de despeñadero, no se puede permitir.

La esperanza no está en una visión sentimentalista ni blandengue de nuestra realidad. La esperanza está en vernos, hoy que recordamos la lucha por proclamarnos libres, como una nación capaz de insospechadas victorias, de enfrentar retos impensables y de hacer suyos los logros más grandes en condiciones extremas.

Y no son solo mis palabras. Ya lo decían pensadores de otras generaciones como lo hizo Jorge Basadre cuando nos hacía ver que el Perú era, al mismo tiempo, un problema y una posibilidad. Creo que él se refería, con disculpas por igualarme a su elocuencia, a lo que pretendo señalar diciendo que la crisis se hermana siempre con la esperanza. Los problemas no desaparecen, no se barren debajo de la alfombra; se enfrentan y se van solucionando para que el futuro sea posible conforme se vive día a día la esperanza.

Hoy en día, una tarea de enfrentar crisis con esperanza es la urgencia de construir el sentido y el sentimiento de Patria que implica, necesariamente, retomar y revalorar nuestras raíces propias, recuperando el orgullo por nuestra esencia mestiza sin una visión sesgada, mezquina y tan equivocada de la historia que no permite ni la integración de todos ni la comprensión del orgullo de nuestra propia esencia. Y esa crisis de conciencia y esencia, de pertenencia, solo se podrá lograr con educación y la nuestra, es, lamentablemente, una población carente no solo de instrucción, sino de educación en contenido, en valores, en civismo y en patriotismo y así, se le ha ido llevando, a muchos de los nuestros, a ser masas vulnerables al servicio de intereses subalternos; pues bajo la falsa idea de ser libres, han sido cautivos. Quizá puedo repetir aquí lo que menciona Chesterton cuando señala que el auténtico sentido de la palabra libertad se entiende cuando se le asocia con la palabra dignidad.

Dignidad de ser libremente ciudadanos y optar por el bien común, por el amor a lo propio, por el cumplimiento del deber. Dignidad para ser libres para superar las crisis con esperanza y mirar el futuro sin más temor que el no ser capaces de vencer en conjunto las crisis futuras que vendrán día a día.

El Perú no tiene que ser un país en donde todos pensemos igual; tiene que ser un país en donde todos nos respetemos por igual y en donde los derechos de progreso y la esperanza de un futuro diferente sea una realidad por igual para todos. No se trata de uniformidad; se trata de ser diferentes en el sentido de una patria unitaria, trasmitiendo el sentido integral del propio origen del Perú: diverso, con conflictos, con luchas, pero con sueños y con futuro.

Tomar conciencia de nuestra historia, rica y valiente, plena de ejemplos excelentes, pero de la que nos hacen ver a veces solo la escoria, debería permitirnos hacer nacer un sentimiento de conciencia y orgullo que pueda prevalecer, sin falsedades, por encima de la narración mezquina de quienes quieren —o mejor dicho necesitan— que no triunfe nuestra esperanza.

El optimismo es la actitud de los grandes y ser testigos de este momento de nuestra historia tendría que hacernos despertar cada día con la auténtica y feliz resolución de entender que vivimos un momento muy importante y que ser parte de un instante de crisis es siempre una oportunidad; que vivir este instante mirándonos solo el propio ombligo no nos sacará del torbellino y que es necesario, con orgullo y dignidad, estar seguros de que el Perú es más grande que sus problemas y que a cada día corresponde una solución y que cada día trae un problema, una crisis y una esperanza.

Viendo este momento en la perspectiva de la vida republicana, aunque parezca contradictorio, me atrevería a señalar que hay síntomas, que es necesario descubrir, de un gran provenir y que este instante, porque lo es, entendido en el concepto de la larga duración de la historia, ha de ser visto como un instante positivo y por sus consecuencias, aunque no las veamos aún, no se compara con ningún otro momento de la era republicana. Es esa esperanza y ese aliento de futuro lo que debe inspirar a los jóvenes de hoy a creer que, con certeza, trabajar hoy por ese mejor mañana es un deber y hacerlo con excelencia, no es tan solo una obligación es, más bien, su derecho a un futuro mejor.


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