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Y ahora, ¿Cómo “desjodemos” al Perú?
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Este es un artículo de “ciencia ficción” (o de “política ficción”). Lo que propongo es virtualmente (pero no totalmente) imposible.
En el Perú, el principio con mayor vigencia es el de “los hechos consumados”. Poco probable que los fujiapristas regresen a sus inmerecidas curules. Poco probable que Vizcarra reconozca que se excedió y que rompió las reglas, y por tanto seguirá siendo, inmerecidamente, presidente hasta 2021. En medio de esta batalla de “inmerecimientos”, es casi un hecho que tendremos elecciones para el Congreso en 2020.
El Congreso elegido en 2020 será peor que el actual. Nadie que valga la pena querrá presentarse en esta coyuntura a ser congresista por año y medio si no podrá postular en 2021. Eso abre espacio a peores mediocres y oportunistas que los que tuvimos (aunque usted no lo crea). ¿Qué hacer?
La crisis tiene una coyuntura. Impresentables y picones fujimoristas y apristas copando el Congreso, rodeados de figuras no necesariamente mejores, enfrentados a un presidente que esconde bajo el enfrentamiento su absoluta incapacidad de gobernar.
Pero también tiene una estructura: un régimen político con reglas absurdas y perversas que explican, en parte, por qué tuvimos un presidente tan mediocre y un Congreso impresentable.
¿Cómo convertir la crisis en una oportunidad? Solo dejando de lado la coyuntura y preocupándonos de la estructura institucional.
Para ello, el mini-Congreso de 2020 debería preocuparse solo de la reforma política, es decir de cambiar las reglas de juego que eviten que este problema sea estructural. Y por reforma política no me refiero a la propuesta panfletaria que presentó Vizcarra para buscar domesticar al Congreso (y que él mismo petardeó con su fracasado adelanto de elecciones).
Me refiero a cambios trascendentes: bicameralidad, sistema de elecciones en distritos uninominales, voto voluntario, reforma judicial de verdad, regionalización que funcione, verdaderos partidos políticos, etc. No cosas tan absurdas como la no reelección de congresistas. Ello en un debate abierto y técnico donde el ritmo no lo pongan las patadas sino el consenso. Ese Congreso, fuera de la reforma política, debe dejar de lado dar leyes de corto plazo, salvo las absolutamente indispensables.
¿Y si el Congreso de 2020 es tan malo como el que se acaba de ir? Es muy posible. Pero su labor, enfocada de esa manera, sería más importante (y atractiva históricamente) que la del Congreso de 2021. Y podríamos, por consenso de todos los grupos políticos, antes de las elecciones, concordar que la primera norma que aprobarían es que la elección en 2020 no te impide reelegirte (al menos) en 2021.
El problema es que en esa elección nadie puede hoy dar un mandato para que el Congreso de 2020 se enfoque en lo realmente importante. Posiblemente el debate electoral seguirá enfocado en quién la embarró más y no en cómo evitar embarrarla de nuevo.
Pero si los grupos políticos llegan a ese consenso y si el Gobierno asume un liderazgo (del que carece) para buscar esos consensos, quizás este vergonzante episodio de nuestra historia podría, al menos en algo, haber valido la pena.
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