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Vivir bailando
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No es un tópico, aunque lo parezca. Pero la cultura de un país, de un continente, de un momento histórico, no se entiende sin referencia a su música. Tampoco se entendería la llegada de un nuevo año sin ella. En nuestro continente americano, de norte a sur, la música es un referente vital, y hasta político.
República Dominicana no se comprende sin referencia a su música. Como alguien me dijo una vez, “No te puedes integrar en el país sin bailar merengue”. Dicho y hecho: aprendí a bailarlo.
El merengue nace en el siglo XIX. Triunfa en los años 50 fuera y dentro de la isla. Trujillo la utilizó como arma política y de humillación: aquella alta sociedad que renegó de él, terminó doblegada, bailando merengue a su son, y al de la potencia de una cadencia sin par. Trujillo, además de sátrapa, fue un excelente bailarín.
Junto al merengue, a República Dominicana se debe otro ritmo genial, la bachata, recientemente declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Una vez me explicó un amigo dominicano que mientras el merengue representa el amor en su forma más triunfante, y quizás superficial; la bachata es el desamor, la desesperación, el “amargue”. Ella, a diferencia del merengue, no contó con un dictador que la impusiera. Nació marcada por su origen arrabalero. Ya el nombre en sí implica un término despectivo. Como pasó con el merengue, la clase media y alta empezó negándola. Pero logró superar estos prejuicios sociales y se encumbró a la fama mundial con Juan Luis Guerra. ¿Quién no ha bailado su “Bachata rosa”?
Termina el año. Recibiremos con música la década de los 20. Antes de hacer un relato de las historias que marcaron este moribundo 2019, y las que nos esperan en el nuevo año, quise pensar, a modo de pausa mental, solo en la música que me rodea. ¡Feliz año a todos!
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