Debe retirar publicidad. (GeraldoCaso/Perú21)
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Mucha agua corre hacia ti, ahuecándose conforme llega a la orilla para reventar, sobre tu cabeza o tu espalda, y sumergirte, para darte un soberano volantín por debajo de esa avalancha oscura, llena de arena, y lanzarte sobre la orilla pedregosa. Pocas cosas tan saludables en el mundo como el instante sagrado en que te revuelca un olón. Si andabas un poco vanidosa, te ubicarás rápidamente, tratando de volver a peinarte con la mano y acomodarte la trusa, que se te ha chorreado hasta las rodillas. Si andabas bajoneada, te darás cuenta de que no vale la pena estarlo, porque lo peor siempre está por venir y, pensándolo bien, no fue tan terrible, pues al menos hiciste reír a los que te acompañan. Si te sentías vieja, notarás que es normal que lo sientas, porque lo estás, todo bien con el chistosísimo revolcón, pero tu lumbar se salvó por un pelo de no quedarse atrofiada de por vida.

Si estabas en tus días de odiadora, deseándole a Castañeda pisar caca sin zapatos y luego, con el otro pie, una cáscara de plátano, y aterrizar sobre su propio arbolito navideño de narices, por la manera mezquina y cochina como se está despidiendo de nosotros, con sus urgentísimas obras, justo en los accesos a las playas, en el momento en que más limeños intentan llegar a ellas, bebés y ancianos incluidos… entonces el mar se llevará casi toda tu rabia, dejándote la suficiente dosis como para terminar de volcarla en las palabras que esperan ver la luz en este espacio.

Si estabas esperando leer los diarios para saber en qué acabó la mecha entre fiscales, o la del presidente del Congreso y el resto del rebaño, o el culebrón del gringo cuyo unicou delitou fuie amaur, saldrás convencida de que respirar es lo único importante y que esa fábula sin moraleja ya no entretiene siquiera… Agradecida porque nadie se dio cuenta de que tenías el sostén en el ombligo, desearás que todas esas personas que han protagonizado el misio circo de 2018 también sufran revolcones patéticos y nefastos en estos días.

Que interrumpan la lectura de sus propias palabras huecas en los diarios, mientras sudan en la arena de sus playas secretas, y exclamen, alegremente: “Voy a darme un chapuzón”. Y que estas tremendas olas les peguen en la cabeza, en el poto y en la espalda, chocolateándolos como la insignificancia que son, hasta escupirlos otra vez a tierra, espantados y con el fundillo lleno de arena gruesa. Que miren a los lados para cerciorarse de que nadie los vio, y que encuentren a un grupo de niños que los señalan y se ríen de ellos, por torpes, por mofletudos, por ridículos.

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