(Getty/Referencial)
(Getty/Referencial)

Como siempre en las fiestas navideñas nos tomamos un momento para pensar qué es lo que tenemos que agradecer y cuáles son los grandes pendientes, haré ese mismo ejercicio para nuestras ciudades. Quizá lo primero por agradecer es que aún sigamos existiendo. Sí, suena fatalista, pero al ritmo en el que estamos contaminando nuestro planeta y siendo las ciudades uno de los principales generadores de calor, el cambio climático y la emergencia ambiental no son cosas para tomar a la broma.

Mientras recibimos el regalo de seguir existiendo, yo sugiero que –en este periodo de gracia que nos han dado– podamos ser más conscientes, más pendientes y más presentes en nuestras vidas y, por supuesto, con nuestras ciudades. Por ejemplo, si cuidamos lo que consumimos, también generaremos menos basura y si el destino final de los desperdicios es controlado, podremos lograr ciudades con basura cero. Es decir, donde los residuos se reúsen, reciclen o composten. Suena a una utopía, pero si no tenemos sueños, nunca podremos cumplirlos.

Además, yo le regalaría a nuestras ciudades calles libres de siniestros con vías bien diseñadas y una gestión de los flujos y señalización apropiados. De esa manera, serían menos las víctimas mortales en las pistas y, sobre todo, menos familias desoladas. También necesitamos veredas y espacios públicos seguros y confortables, en los que podamos caminar, sentarnos y simplemente estar. Estas dos cosas se lograrían si es que se implementaran políticas de visión cero y un enfoque de ciudades orientado a las personas. También podríamos regalarles políticas de vivienda social y de alquiler solidario, para que así las mafias de tierras dejen de ser rentables y no lucren con la vulnerabilidad ni necesidad de las personas. Y claro, un gran regalo sería sentirnos libres de miedo, de miedo a la delincuencia, miedo al acoso, miedo a la violencia y miedo al machismo.

En el caso de Lima, yo le regalaría una Costa Verde convertida en espacio público. No más una vía de paso sino un lugar de destino. Llena de vida y actividad, de deportes y recreación, de olas y bicicletas. Por supuesto, segura en caso de sismos y protegida de los derrumbes. Un espacio para que todos podamos disfrutar. Ese sería un gran regalo.

Ahora que estamos próximos al bicentenario de la República bien podríamos celebrar con políticas urbanas que nos ofrezcan calidad de vida. Con autoridades comprometidas en hacer de su paso por el sillón municipal un periodo memorable por haber liderado cambios y reformas. Sí, vale la pena soñar. ¡Felices fiestas! Sobre todo a quienes quieren con locura a la ciudad en la que viven.

TAGS RELACIONADOS