Un 25 de noviembre más

Este año se presenta el día con un matiz distinto, a la vez que repetido.

Las filas para obtener comida, cada día más largas, revelan las terribles consecuencias del COVID en lo económico. Pero, también, en la vida de las mujeres.

La pandemia, que obliga al encierro, ha aumentado el número de casos de violencia de género.

No es ésta la única expresión de violencia contra las mujeres. Superada una quinta parte del siglo XXI, todavía nos encontramos con mujeres víctimas de trata de personas. Son encerradas en prostíbulos, privadas de libertad, y sobre todo de su consideración como seres humanos dignos. Caen en manos de delincuentes desalmados, que las esclavizan para obtener pingües beneficios. Este delito mueve más dinero en el mundo que el tráfico de drogas.

Las mujeres sufren las consecuencias del cambio climático; tienen dificultades para acceder a la salud o a la educación. Pasa en las sociedades pobres. Uno de los objetivos del milenio es acabar con estas desigualdades.

En el mundo occidental, las mujeres sufren (quizás de forma algo más sofisticada) toda clase de discriminaciones. Creo que las que peor vivo son las que tienen su origen en frases cargadas de tintes machistas que se creen graciosas. En el fondo, la “tacha” del sexo aparece cuando menos se la espera. En la forma de vestirse, de relacionarse, de enfrentarse a la maternidad o de hacer política. Parámetros que una creía trasnochados. Pero no. Siguen lacerantes. Y, a veces, duelen.