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Toledo en capilla
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Alejandro Toledo ha sido detenido por las autoridades estadounidenses por el mandato de extradición que el Estado peruano requirió hace ya un tiempo.
Toledo, acusado de haber recibido millonarios sobornos, ha negado de todas las formas posibles algún tipo de responsabilidad. Lo ha hecho, sin embargo, desde California y no desde los rigores que la prisión preventiva ha reclamado aquí a otros políticos (con muchos menos indicios probatorios).
Cuando ayer se conoció la noticia, tanto el Poder Ejecutivo como el Ministerio Público aclararon correctamente que esto no significa que el exmandatario vaya, necesariamente, a ser extraditado. Un juez de los Estados Unidos conocerá su causa y decidirá sobre la idoneidad de las pruebas que se han consignado en el cuadernillo de extradición. Fuera de lo anterior, es una buena señal de imparcialidad de la justicia que se debe reconocer.
Ahora, si vemos el asunto con perspectiva histórica, es un desastre. Toledo llegó a la Presidencia por haber logrado colocarse en la cima de una coalición de todas las fuerzas que consideraban que el gobierno de Fujimori tenía que llegar a un fin una vez que empezó a emanar el pus de la corrupción por todos lados. Y la consigna era clara: el Perú quería alejarse del autoritarismo y restablecer la institucionalidad dentro del nuevo marco económico.
Digo que al usar la lupa de la Historia, esto es un desastre porque difícilmente se podrá hacer distingos claros entre la corrupción durante cada uno de los mandatos que sucedieron al fujimorato. Y esto es el caldo de cultivo que la izquierda más radical siempre ha buscado para decir lo que ya está diciendo con todas sus fuerzas: el modelo económico neoliberal fomenta la corrupción. Esto, por supuesto, es una falacia de causalidad. Pero ahora es una mejor falacia.
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