Casi no se ven panaderos en triciclo, pero quedan en algunos barrios. Tampoco se escuchan seguido a las vendedoras de tamales, pero hay domingos que sus voces resuenan ofreciendo alegrar el desayuno familiar. A los que nunca más encontré fue los galleteros que cantaban: “Revolución caliente, música para los dientes; azúcar, clavo y canela, para rechinar las muelas…”. Lo máximo. Qué delicia. ¿Por qué uno los recuerda con tanto cariño? Porque no solo brindaban un amable servicio a la puerta de cada hogar sino porque su presencia engalanaba el barrio, eran parte de la identidad de una ciudad a escala humana.

Y así como van desapareciendo ciertos personajes típicos en esta ciudad de ciudades, van apareciendo otros. Destacan los muchachos que cruzan veloces de un barrio a otro, sea en moto o en bici, llevando recados o evitando que la comida llegue fría a cada domicilio. La relación con este novedoso servicio es de amor-odio. De hecho están atendiendo una demanda creciente en una época donde cocinar en familia es cada vez más inusual, están absorbiendo una demanda de empleo que no encuentra lugar en nuestra economía informal y están encadenando circuitos gastronómicos que antes no existían. Sin embargo, al mismo tiempo, están contribuyendo notablemente a precarizar el tránsito motorizado y no motorizado de esta caótica ciudad. Peor aún, en ciertas zonas parecen una plaga. Y como toda plaga, se tornan indeseables.

¿Qué piensan en las empresas que los emplean? ¿Están esperando que el rechazo se incremente al punto de que sean sobrerregulados o expulsados de ciertas zonas? ¿Están esperando reaccionar recién cuando sean comparados con las combis más agresivas? ¿No sería mejor para su posicionamiento, en tanto nuevos negocios digitales, que sus conductores sean un ejemplo de civismo? ¿No creen que sería beneficioso para ustedes que, además de cumplir un servicio amable, se conviertan en referentes de cambio en una urbe que necesita a gritos transformar sus costumbres? ¿No se les ha pasado por la cabeza que la sostenibilidad de sus empresas pasa por convertirse en un nuevo símbolo cultural en una sociedad que valora el emprendimiento y el sabor de su identidad? ¿Aprovecharán esta oportunidad? ¿Señores de Rappi, Glovo y Uber Eats, harán algo realmente significativo al respecto?

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