A partir de 1990, con la caída del Muro de Berlín y el fin de los socialismos reales en Europa del Este, vientos de cambio comenzaron a soplar. El final de los totalitarismos colectivistas abrió paso a las democracias liberales, reivindicando al individuo y a sus libertades inherentes, tanto políticas como económicas.

En el campo económico, el cambio llegó por la adopción, en cada vez más países, de políticas que promovían la libertad de empresa, el libre comercio, la inversión privada, la estabilidad de las cuentas macroeconómicas y la estabilidad de la moneda.

Estos vientos de cambio llegaron al Perú, a través de la prédica de Mario Vargas Llosa y del movimiento Libertad, que, si bien no llegaron a ser gobierno, formularon ideas y planteamientos que tuvieron un efecto determinante en la senda económica que seguiría el país por los siguientes 30 años.

El modelo económico, basado en la libertad de emprendimiento, fomento de la inversión y sensatez macroeconómica, ha traído enormes beneficios para el Perú: ha multiplicado el PBI per cápita de US$1,700 a US$7,300, reducido la pobreza de 60% a 20% y disminuido la desigualdad (coeficiente Gini de más de 0.5 a 0.42).

Sin embargo, hoy el modelo se encuentra seriamente cuestionado, no solo por sus enemigos de siempre (los colectivistas totalitarios, tanto de izquierda como de derecha), sino por muchas personas comunes y corrientes.

¿Qué razones explican la cada vez mayor desafectación hacia un modelo, que claramente ha funcionado? La ralentización de las tasas de crecimiento y su efecto en la reducción de la pobreza están en el centro de la respuesta (un reciente estudio del BM sostiene que el 85% de la reducción de la pobreza en el Perú se explica por el crecimiento económico y 15% por las políticas de inclusión, ¡que a su vez son financiadas por el crecimiento económico!).

Para que el modelo recupere aceptación, tasas de crecimiento de 6% o más y la convocatoria de muchos mayores niveles de inversión son necesarias pero no suficientes.

Y es que mejorar la productividad de los peruanos, a través de una verdadera revolución en educación y salud universal de calidad, debe ser un objetivo expreso de la política de gobierno, vía un ambicioso programa de reformas.

Asimismo, la puesta en marcha de un plan nacional de infraestructura pública, haciendo uso de todas las herramientas disponibles (concesiones, asociaciones público-privadas, obras por impuestos, gobierno a gobierno, etc.), es central para que más peruanos se sientan incluidos en el modelo de desarrollo y sean parte de la economía de mercado.

El crecimiento económico en libertad (política y económica) es el camino al desarrollo. Para ello, tenemos que tener convicción en el modelo y en sus reformas pendientes de segunda generación.

Un modelo económico exitoso no solo debe serlo, sino también debe parecerlo.