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El ministro de Economía y Finanzas, José Arista, ha dado durante la semana tres argumentos fundamentales para creer que sí existe una voluntad efectiva de cambio en el Ejecutivo.
Primero, que un crecimiento de 2.5 a 3% es “insuficiente para combatir la pobreza y la desigualdad”. Importante entonces, pese a las adversidades, fijar la meta más alta, más aún si ya constatamos en el pasado reciente que con tasas de entre 5 y 8% se pudo reducir casi 20 puntos de pobreza. Cifras que, por desgracia, hoy se divisan muy a la distancia.
Otro punto, ligado al primero, fue sostener que era urgente rescatar los proyectos de inversión privada que andan perdidos en las nebulosas de la burocracia.
“Uno a veces dice ‘voy a destrabar los proyectos públicos y con eso voy a generar un shock reactivador’, pero la verdad es que a la luz de los números nos estamos contando mentiras. Lo que tenemos que hacer es destrabar proyectos privados”, explicó. Y vaya que no le falta ni un pelo de razón, pues de este capital proviene el 80% de la inversión total en el país.
Finalmente, explicó algo que ninguno de sus últimos predecesores en el cargo llegó a ofrecer jamás: que habrá una reducción de gastos –“poda” fue el término que empleó– que no son relevantes para el servicio público.
Es que, en efecto, este gasto ha tenido un crecimiento exponencial, convirtiéndose en una suerte de agujero negro que succiona una proporción cada vez mayor de los presupuestos asignados. Año a año llegan nuevas expansiones de la planilla estatal, a menudo por amiguismo, clientelaje político, pago de favores electorales y chanchullos similares, sin que exista necesidad real de tales contrataciones.
La inflación de consultorías carentes de impacto en la obtención de resultados es patente en casi toda la administración pública. No se puede generalizar, desde luego, pero lo que dejó en claro Arista es que el rubro merece un escrutinio profundo.
Es justamente porque la situación del Perú es crítica que el Ejecutivo y la administración pública deben exigirse al máximo. No solo con políticas de austeridad, sino facilitando los flujos de la inversión privada para que se vuelva a poner en marcha la economía y volvamos a tener un crecimiento realmente significativo. Es decir, uno que se sienta en el bolsillo del ciudadano de a pie y de a combi.
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