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Receta conocida
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Exacerbar extremos, agudizar las contradicciones es un manual de extremista conocido. Sin embargo, la desesperación de unos frente a lo que se puede venir les allana el camino a los que pretenden instalarse en las emociones más instintivas. Esto último sigue funcionando hasta que la gente se da cuenta y ya es demasiado tarde. La receta es dividir entre dos. Ricos versus pobres, ataque a las empresas por sus utilidades, lucha de clases, de razas, insultos y descalificación a los medios de comunicación.
Lo hacen, siempre, los radicales de izquierda y también los de derecha. Apelar a lo más íntimo de la desigualdad en un contexto de pandemia, de crisis, de desesperación, nubla toda posibilidad de racionalidad.
Por eso hay que dejarlos hablar, que se peleen e insulten hasta con su propia sombra, que se explayen en sus argumentos autoritarios, de recortes de derechos universales, para que no tengan oportunidad de victimizarse y provocar la identificación con la “defensa de los más débiles”. Los “tirapiedras” les hacen el juego a los que pretenden llegar al poder para quedarse. Ejemplos sobran.
En la otra tienda, aprender una lección de paporreta sobre mantener el modelo no alcanza. El país necesita cambios muy profundos. El compromiso de hacer las reformas que acorten las postergaciones, las desigualdades, tiene que ser muy claro y escrito en un nuevo contrato social que nos obligue a todos a acercar las políticas públicas a las necesidades de la mayoría. No hay otra.
Hay que condenar los abusos, el avasallamiento, el olvido y, por el otro lado, identificar bien a quienes, traicionando su propia ideología, mantuvieron el statu quo de la corrupción y la ineficacia de su gestión, dejando de hacer obras elementales para mejorar la vida de los pobres. Plata no les faltó, les faltó consecuencia y transparencia.
Muchos de los que abogan por “los marginados del país” se aprovecharon del poder que les otorgó su representatividad y no hicieron nada por los más vulnerables; ahora se erigen como los salvadores del país. A aquellos mentecatos hay que exponerlos con claridad, inteligencia, tranquilidad y mucha paciencia, sin dejarse avasallar por los discursos fogosos aprendidos en la táctica conocida de miente, miente que algo queda.
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