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Una normalidad perfectamente anormal
“Nos hemos acostumbrado a un largo periodo de excepción en que las variables económicas están fuera de su orden natural”.
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Lo anormal, según la RAE, es algo “infrecuente” que “accidentalmente se halla fuera de su estado natural”. Salvo periodos de excepción, lo normal es la estabilidad no la crisis, el crecimiento no la recesión, la sensatez colectiva no el delirio… La gran contradicción del momento actual de la economía mundial es que vivimos un tiempo anormal que las mayorías toman como “lo normal”.
En el medio siglo anterior a la crisis de 2008, la economía mundial tuvo una expansión vigorosa al 4% anual. La fuerza laboral, uno de sus determinantes, crecía al 2% anual en los sesenta y setenta. La incorporación de China a la economía de mercado y al comercio y finanzas mundiales, desde aquel famoso “qué importa el color del gato si caza ratones” de Deng Xiaoping –derrotero que siguieron luego la India, Europa del Este y Rusia– tomaron el relevo, desde los ochenta, al declive del crecimiento poblacional, incorporando progresivamente a dos mil millones de trabajadores/consumidores a la economía mundial interconectada.
Ese crecimiento al 4% ya no es lo normal. La población mundial crece al 1% y no contamos con el dividendo de la globalización ahora en franco retroceso. Es además improbable que el ritmo de progreso tecnológico exceda al de las décadas pasadas –que han sido de gran innovación– compensando ambas fuerzas negativas.
Lo normal para las próximas décadas es que la economía mundial crezca al 2%-2.5%. La gran crisis de 2008-09 fue un llamado de atención para que las autoridades económicas tomaran medidas para que la sociedad se adaptara a la nueva realidad. ¿Cómo? Con políticas orientadas a reducir los niveles de endeudamiento de gobiernos, empresas y familias; a dar viabilidad a los sistemas de pensiones; a racionalizar el estado de bienestar y un largo etcétera.
Poco se ha hecho en esa dirección. Lo que ha tomado carta de naturaleza es un activismo sin precedentes de los bancos centrales; como si el diagnóstico fuera –no el que he pintado arriba– que estamos ante una mala racha de la que se sale emitiendo moneda a espuertas. No solo no ha habido ajuste, sino que con la prodigalidad monetaria se han agravado los problemas que arrastrábamos: el exceso de endeudamiento supera al de 2008 y las valoraciones de las bolsas son más exageradas que en 2000.
Nos hemos acostumbrado a un largo periodo de excepción en que las variables económicas están fuera de su orden natural. Lo terrible es que nos hemos convencido de que lo anormal es normal. Una contradicción premonitoria de las crisis más severas.
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